Pero cinco expediciones en la cordillera patagónica llevadas a cabo en seis años hicieron madurar en mi subconsciente la idea. Ya en 1954 traté de materializar este descabellado proyecto, que luego dió origen a la expedición trientina que paralelamente a nosotros se propuso atacar la montaña el verano pasado. Y en octubre de 1957, cuando yo creí que nadie se quisiera lanzar hacia esa gran aventura, finalmente me decidí a tomar la iniciativa organizando personalmente una expedición. Mis mejores planes se cifraban en Walter Bonatti y Carlo Mauri, dos colosos del alpinismo italiano.
Lejos estoy de querer relatar la historia de esta tentativa, pues muchos son los pormenores, muchos los acontecimientos que han jugado las cartas de un destino que, quiera o no, me han unido a esta montaña, que, luego del primer asalto, espera la segunda arremetida que cuanto antes habremos de llevar a cabo sobre sus paredes heladas. Lo que sólo sé es que la historia del Torre ha cambiado de rumbo.
El hombre ha lanzado el desafío y no se contentará con una derrota; si nosotros falláramos, otros se lanzarán sobre nuestra ruta o, siguiendo otras, al asalto de la montaña imposible. El Everest ha tentado durante más de 30 años a los más fuertes escaladores, y al fin ha sido vencido. Así ha acontecido con el K2, el Nanga Parbat.
También la pared oeste del Dru (Monte Blanco) resistía desde hacía muchos años, pero Bonatti logró pasar. La historia de una montaña nace en algún momento, cuando el hombre quiere medirse con ella. Cada uno busca su propia historia, su propia montaña. A mí me ha gustado el Torre, y empiezo a contarles su historia. Tal vez podré hacerlo yo, o quizá será otro quien contará el final. De todos modos, creo que tengo suerte: el Torre es una grande, hermosa montaña.
Planear la conquista de su cumbre implicaba muchas cosas. Ante todo, conocer el macizo, conocer las montañas patagónicas y todos los problemas que puedan presentarse a una expedición. En el caso del Cerro Torre, puesto que se encuentra en el medio de un cordón que divide los bosques orientales de las masas glaciales del Hielo Continental, se presentaban dos posibilidades: atacar la montaña por el lado oriental —el único conocido— o por el lado opuesto, el occidental, aún desconocido.