Por un lado, las dimensiones de las dos cuevas unidas se suman aritméticamente, dando lugar a una cueva mucho más larga; por otro lado, la historia exploratoria que, mientras sea más larga y sufrida, más confiere valor a esta suerte de acto final.. En particular, mientras más tiempo y esfuerzos se han dedicado a la búsqueda de la unión del pasaje de conexión, mayor es la emoción y la fuerza simbólica del momento en el cual se alcanza el resultado. Se trata de una verdadera suerte, de una iluminación que sucede pocas veces, y usualmente nunca en la vida de un espeleólogo. A mà me sucedió.
Zona de la colonia López Mateos, 25 de noviembre de 1995. Por varios dÃas estamos empeñados, sobre el altiplano, en la búsqueda de cuevas que puedan llevarnos a la Cueva del RÃo La Venta, el gran sistema subterráneo que encontramos en 1990, durante el primer descenso del cañón. Ese año una intuición nos llevó a un ingreso escondido entre la vegetación casi en el fondo de la garganta, una serie de amplias galerÃas, un rÃo subterráneo que descendÃa en la oscuridad, un universo a explorar en subida hacia el alto. Desde entonces, todas las expediciones y campos subterráneos, las escaladas a veces riesgosas y el vagar a través de inmensos salones de derrumbes como las interminables topografÃas, no habÃan tenido otro fin que aquel de llegar arriba al inicio de todo, desembocando en la superficie a través de algún punto de absorción de las aguas en el centro del bosque. Hacerlo habrÃa querido decir coronar un gran sueño exploratorio, convertir en realidad y cumplir la esencia misma del concepto de cueva y conectar la selva al fondo del cañón por medio de un extraordinario viaje subterráneo a lo largo de más de 12 km, por un desnivel de casi 400 m. Una de las mayores Â?travesÃasÂ? de la Tierra.
Pero las tentativas desde abajo se habÃan finalmente encontrado con un gran lago oscuro y un techo perdido en la oscuridad, simplemente inalcanzable. Asà habÃamos intensificado la búsqueda en lo alto, buscando encontrar el orificio correcto en la superficie y entrar en el sistema desde arriba, guiados por las topografÃas detalladas que habÃamos realizado a lo largo de los años. Nada que hacer.
El Túnel de Osmán, Sumidero I, Sótano del Quetzal, Cueva del Tigrillo y muchas otras cavidades parecÃan cada vez la correcta, posicionadas en el lugar exacto; pero el pasaje no existÃa. Lo mismo habÃa pasado con la cueva Sumidero II del RÃo La Venta. Si era la más grande, aquella más similar por dimensiones y morfologÃa a las galerÃas vistas por nosotros que esperaban más abajo, pero el pasaje no estaba. Los mapas, una vez puestos a punto en La Venta; casi sentÃamos su perfume, pero no podÃamos entrar. No habÃa trazas de pasaje lógico alguno.
Al segundo dÃa de exploración estábamos desilusionados. La cueva era bellÃsima (la primera parte se llama Â?Sueño BlancoÂ?), pero importaba poco. Â?Probablemente las topografÃas están equivocadas, y por muchoÂ?, la duda rondaba siempre más insistentemente mientras descansábamos sudorosos sobre algún montón de piedras.
Sin embargo yo me sentÃa inspirado, besado por aquellas fortuitas condiciones de hipersensibilidad que a veces te raptan la mente bajo tierra: habÃa ya tenido un golpe de buena suerte encontrando una continuación sobre la cima de una colada calcÃtica, a través de la cual estaban un par de kilómetros de cueva grande y repleta de derrumbes; las habÃamos sondeado uno por uno aquellos derrumbes, metiéndonos en todas las troneras. Nada. La corriente de aire, gran signo de unión, estaba y no: resultaban demasiado grandes los ambientes para percibirlo. Nada.
Fue entonces que sucedió.
Páginas: 1 2 3 4