CIMAA medida que ascendíamos me iba sintiendo más pesada no sólo por la disminución del oxígeno sino también porque estaba deshidratada. Me sentía agotada, pero no psicológicamente. Aunque más despacio, seguía subiendo. En varias ocasiones llegué a sentir un jalón en la cuerda que me unía a Enrique. Para olvidar un poco el cansancio canté… hasta que escuché que Enrique decía: "Ivonne, vamos a ver hasta dónde llegamos pues ya pasan de las nueve y se puede poner peligroso el descenso". Fue como si me hubieran echado un balde de agua en la cabeza. No podía dejar de llegar a esta cima.
Quince minutos después, se detuvo. Estábamos en la cima. No lo puedo creer, estoy en la cima del Huayna Potosí, pensé, y en ese momento externé lo que mi cuerpo sentía: sonreí. Estábamos a seis mil ochenta y ocho metros de altura.
Sentada en la cumbre del Huayna Potosí, me abrumó una sensación inexplicable gobernada por una pregunta: ¿Por qué buscar la cumbre? ¿Por qué no regresar? ¿Por qué no parar? ¿Por qué plantearme más objetivos? ¿Por qué?... Allá arriba, donde te olvidas del viento helado y del cansancio de tu cuerpo con sólo mirar al horizonte; allá arriba, me daba cuenta de una cosa que me hacía falta para hacer cumbre: bajar.
Paola e Igmar llegaron poco después y, al igual que nosotros, sólo pudieron sentarse sobre el hielo de la cumbre del Huayna, que es como un techo de dos aguas. No se puede pisar sino que nada más te puedes sentar a un costado de ella. Solamente tomé unas tres fotos en cumbre ya que tuvimos que bajar de inmediato.
El descenso lo disfruté bastante porque al fin pude apreciar el trayecto que ascendimos, pues gran parte del ascenso fue en la oscuridad. La vista era bellísima: ver las montañas coronadas de nieve, observar el horizonte delimitado por espesas nubes, mirar enormes grietas y farallones de hielo, pisar las nieves eternas de los Andes… son sólo unas cuantas razones por las que escalar montañas cobra sentido para mí. Las demás, sólo las conoce y explica el corazón.
Al cruzar las mismas grietas que en el ascenso pasamos, me di cuenta de lo que en la oscuridad no apreciaba: eran muy profundas. La grieta en la que estuvimos esperando se veía inmensa. Bajamos a rapel y la pude ver mejor: nunca había visto una grieta de esas dimensiones a mis pies. Enorme.
Sólo en el Campamento Roca lo creí: Hice cumbre, superé los seis mil; ¡vientos!
De nuevo vamos en la camionetita azul. Mientras nos alejamos del Huayna Potosí, continúo contemplando su belleza que es única, más aún cuando el manto de nieve la cubre. Me hizo sentirme más afortunada, ya que fui muy bien recibida por esa montaña de la que me llevo recuerdos no sólo en mi mente, sino también en mi corazón. Cada recuerdo es un paso, un cramponazo, un jadeo, un yo puedo. Es un voy a continuar.
VALIÓ LA PENA EL ESFUERZO
Después de que llegamos a cumbre, pude notar todo el esfuerzo que está detrás de un ascenso: apoyo de mi familia, de mis instructores, de las compañías que me patrocinaron, de quienes han creído y creen en mí… No sólo es llegar a una cumbre, sino hacer realidad un sueño que me he esmerado en conseguir; esta es mi primera expedición a los Andes y ahora sé que no será la última.