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Montañismo y Exploración
Huayna Potosí: mi primer seis mil
13 septiembre 2005

Mientras me aferraba al piolet, sentía un terrible dolor en mis dedos debido a la prolongada espera, apenas los sentía, estaban helados, me asusté, así que paré unos segundos y me puse a calentarlos con mi aliento. Allí conocí el dolor muy peculiar posterior al calentamiento de un miembro entumecido por el frío y aprendí a valorar hasta la última falange del dedo meñique.







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HUAYNA POTOSÍ

8 de agosto


Un día antes de nuestra llegada cayó una nevada que no sólo pronosticó un buen clima sino que embelleció el paisaje alrededor del Huayna Potosí, nuestro objetivo final. La ruta por la que ascenderíamos sería la noreste, la alemana, con un desnivel de 1,100m y cuya primera ascensión había sido en 1919.

Mientras más nos acercábamos a las laderas de la montaña mi nerviosismo se acrecentaba. El pelaje de las llamas contrastaba con el blanco de la nieve y con el Huayna Potosí como fondo… De nuevo siento ese cosquilleo en el estómago: ya quiero empezar a escalar. El acercamiento comienza en la morrena, por un camino bastante bueno; avanzamos durante hora y media para llegar al Campo Alto Roca a 5,220 msnm en la cara Este del Huayna.




9 de agosto

El viento me despertó, no llevaba reloj así que esperaba el llamado de Enrique. Mientras el techo pegaba con fuerza en la tienda, pensaba en el orden en que me pondría el equipo para estar lista sin contratiempos, todo detalle era importante para mí, los crampones, las polainas, cada mosquetón, cada cordino, lámpara, caso, lentes, etc., hasta repasaba en mi mente las técnicas de encordamiento, para cruzar glaciar, en corto, los nudos, todo.


El viento seguía soplando intensamente, y ya me quería levantar, empezar. No pasaron muchos minutos para que sonara la alarma del reloj de un compañero. De un brinco me levanté; quería saber cómo estaba afuera: el cielo se veía increíble, totalmente despejado. Buena señal.


A las dos estábamos listos para partir. El glaciar está a unos metros de Campo Piedra así que uno se encrampona de inmediato. Las cordadas: Enrique y yo iríamos en la primera, Igmar y Pao en la segunda. Las estrellas eran testigos de nuestro ascenso. Me sentía muy bien pues ya estaba más acostumbrada a la progresión en cordada. De hecho, es una forma de comunicarte con tu compañero pues cada tensión o relajamiento de la cuerda te indican muchas cosas.


De noche no se aprecia bien la distancia recorrida pero después de dos horas llegamos al Campo Argentino a 5,425 msnm, casi tan alto como el Popocatépetl. Llevábamos buen ritmo, había muchas grietas pero se sorteaban sin mucha dificultad, además, las condiciones del terreno eran favorables: pocas veces hielo o nieve, la mayoría manto nivoso.


ESPERA EN LA NOCHE

Más adelante del Campo Argentina se abre una grieta de unos tres metros de ancho por unos 20 ó 30 de profundidad. Para librarla hay que cruzar un puente natural que te permite dar un pequeño salto de no más de medio metro. Del otro lado, la pared tiene una inclinación superior a los 70 grados.


Ahí nos topamos con un grupo de montañistas. No podíamos avanzar hasta que ellos lo hicieran: el frío de la madrugada aunado al viento que lo duplica, nuestros cuerpos que perdían calor, y el la desesperación de mis compañeros. Una hora después, las cosas estaban iguales, pero al fin pasaron la grieta y nosotros cinco lo hicimos en menos de 15 minutos sin problema.



Lo que sí causó estragos en ambas cordadas fue el enfriamiento ya que al recomenzar la marcha todos estábamos agotados. Mientras me aferraba al piolet, sentía un terrible dolor en mis dedos debido a la prolongada espera, apenas los sentía, estaban helados, me asusté, así que paré unos segundos y me puse a calentarlos con mi aliento. Allí conocí el dolor muy peculiar posterior al calentamiento de un miembro entumecido por el frío y aprendí a valorar hasta la última falange del dedo meñique.


Media hora después hicimos una pausa para descansar y comer geles. Teníamos sed pero el agua estaba congelada. Yo tomé un poco de nieve y lo llevé a mi boca pero aunque refrescó mi garganta, no aminoró la sed.


En menos de media hora llegamos a la base de la pared que había que enfrentar para llegar a cumbre. Era imponente, con inclinación mayor a los 65 grados. La mayor dificultad estribaba en evadir los penitentes cuya altura era, en ocasiones, de más de un metro. En esos momentos una recapacita mucho sobre el calentamiento global, ya que antaño esa pared estaba lisa y cubierta de nieve. Pero allí estaba, lista para dar un paso más.


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