Y luego están las formas y colores de los troncos, las bromelias, los helechos, las orquídeas, las palmas y la selva en su totalidad. Cuando la luz es uniforme, si el cielo está ligeramente nublado, hay menos zonas contrastantes y la película registra todas las esfumaturas del verde, y si hay un poco de niebla, el ambiente se convierte en gris y misterioso. A contraluz del cielo las hojas de los árboles se destacan y forman un fino bordado de blanco y negro. Esto es para dar una idea de la amplitud de la selva. Cuando nuestra mirada llega sólo a pocos metros es obligatorio usar un gran lente angular, como un 20 mm y algunas veces el 15 mm. Quizás en el encuadro se mantiene en primer plano una hoja o una flor, por lo que se usa un trípode y un diafragma muy cerrado para tener el máximo de profundidad de campo.
En la selva se pueden vivir las experiencias únicas, inolvidables. Como aquella vez que fotografié, escondido en un traje mimético, a un pájaro en su nido y percibí algo dentro de mí. Lentamente me di vuelta y a pocos pasos estaba una zorra, sentada, y me estaba observando con curiosidad. Nuestras miradas se cruzaron y la zorra me dio vuelta, con mucha calma, emitiendo un lamento muy particular —como un lloriqueo— y se me paró enfrente dándome la oportunidad de fotografiarla. En otra ocasión, siempre con el traje mimético, vi salir de la selva a un jaguarundi, un pequeño felino de los bosques tropicales americanos, que se dirigió hacia mí y me pasó tan cerca que pude haberlo tocado. Sorprendentemente no me olió ni me vio. Un encuentro muy cercano pero sin la posibilidad de fotografiarlo, ya que no me moví ni un centímetro.
El jaguar no se ve, pero está allí presente. Un día, sentado en la selva detrás de la cámara fotográfica sobre el trípode, sentí hacia mis espaldas el aullido de un jaguar. La primera reacción que tuve fue darme cuenta que se me habían parado los pelos desde la espalda hasta el cuello. Después me levanté de un salto, quizá para sentirme menos indefenso, ya que al final de cuentas somos animales de dos pies. Estar solos da una extraña sensación de ser indefensos ante el rey de la selva. Pocos segundos después, un movimiento de un arbusto y luego silencio.
De hecho, cuando el gran depredador de la selva ronda por el bosque se puede percibir su presencia, por ejemplo en el silencio de las aves. A pesar de que se sabe que un jaguar no es un tigre asiático, por lo que un ataque es prácticamente inexistente, noventa kilos de músculos y de caninos de varios centímetros provocan un gran respeto. Pocas son las fotografías publicadas tomadas a un jaguar en libertad. Mientras que el tigre asiático vive también en zonas abiertas, por lo que estando encima de un elefante se le puede fotografiar, el gran cazador de la selva americana vive un ambiente de densa vegetación y por lo tanto es difícil verlo. La mayor parte de las fotos que se le han tomado han sido en cautiverio, a veces en espacios muy grandes donde se encuentran las presas favoritas del jaguar: tortugas, cocodrilos o tepezcuintles.
Seguramente la selva tropical americana ha sido aún poco fotografiada y quizás éste es el estímulo mayor para un fotógrafo. Es además un reto obtener imágenes nuevas que maravillen, sorprendan y que ayuden a transmitir un universo todavía poco conocido que está velozmente desapareciendo de nuestro planeta.
Tomado de: Giovanni Badino, Alvise Belotti, Tullio Bernabei, Antonio De Vivo, Davide Domenico e Italo Giulivo (coordinadores). Río La Venta, tesoro de Chiapas, 1999. páginas 38-39.
Reseña del libro Río La Venta, tesoro de Chiapas