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Montañismo y Exploración
Explorando la Sierra Juárez

Una de las primeras exploraciones del Grupo de Exploración de la UNAM fue en la Sierra Juárez, en Baja California. Realizada en el mes de julio de 1982, las temperaturas fueron muy elevadas, lo que representó un fuerte problema. Aquí se presenta una versión ampliada de la aparecida en la revista México Desconocido.







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Sol, sol, sol. En estos lugares parece ser el único y continuo acompañante. Son las siete de la tarde y falta todavía una hora y media para que comience el crepúsculo. Así son los días de largos. Mis compañeros no emiten una sola palabra y mantienen la inercia de su cuerpo: caminan. No hablamos porque hace calor. Hace seis horas el termómetro marcó 43º a la sombra.

Sí… pero hace seis horas estábamos en el cañón Guadalupe, uno de los más famosos de la sierra Juárez porque tiene aguas termales y… porque es muy visitado. Con el calor exterior tan elevado, uno se mete al agua tratando de refrescarse y lo logra, pero sólo durante unos minutos. La temperatura del agua es tan elevada que acaba por hacer sudar y entonces uno regresa al calor externo, al desierto seco. Ahí, la sequedad parece quemar la piel y de nuevo al agua, hasta que al final uno decide tumbarse a cualquier sombra y estarse quieto.


Avanzamos por el desierto, con la Laguna Salada a nuestra derecha, en medio de rocas, de cactos, de espinas, de estas famosísimas “uñas de gato” que no sueltan una vez ha atrapado algo de piel. Y de serpientes. La primera vez que escuché la alarma de una cascabel, me asusté porque parecía estar a medio metro. Pero estaba a diez o quince. El sonido que hacen es un estrépito de aviso: “No te acerques, que es mi casa”.


Escucho un grito llamándome. Mis compañeros me hacen señas para que regrese. Alguien está tendido en el suelo. “Ya no puede seguir.” Me inclino sobre él y le hablo. “Vamos a caminar un poco más para encontrar un lugar donde dormir para que descanses.” ¿Dormir? ¡Caramba! Lo que uno dice en el desierto. Dormir en medio de este pedregal. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Nuestro compañero no puede más y el cañón Carrizos está todavía lejos. Estamos a la mitad de ningún lado. ¿Qué hacemos aquí?




EL CAÑÓN TOPO

Hace seis días estábamos en otro lugar no muy lejos de aquí, casi otro mundo: el cañón Topo. Ahí se yergue la colosal masa de granito de 550 metros que los escaladores bautizaron como Trono Blanco. Habíamos bajado por el angosto paso pedregoso que nos condujo de la meseta superior hasta el fondo del cañón. Fue arduo.


Se trataba de encontrar el camino de bajada en el laberinto formado por rocas de más de cinco metros de altura. A veces brincábamos, si es que podíamos. El salto más largo fue de unos tres metros. No lo volvimos a hacer. Otras ocasiones nos deslizábamos por debajo, por estrechos pasajes. Cuando al final llegamos al final de la cañada, pudimos ver el Trono Blanco. Dormimos cerca del arroyo y al día siguiente, muy temprano, volvimos a caminar.


Entonces encontramos algo que llamó mi atención: una pequeña cueva que miraba hacia el norte. Pensé que podría ser nuestro hogar durante la exploración si era lo bastante amplia como para que cupiésemos los seis. Subí por la pendiente hasta la cueva. Había pinturas rupestres en su techo. No pude hablar un rato, admirado de haber encontrado esto. La cueva era más bien pequeña, pero eso ya no importaba. Llamé a los demás y comencé a tomar fotografías de las pinturas. Los colores eran los básicos que siempre decoran la alfarería que se desentierra durante las excavaciones: rojo y negro en distintas tonalidades.


Gran Trono Blanco, Baja California. Foto: Carlos RangelNunca había visto una pintura rupestre en color ni mucho menos al natural. Era maravilloso. Me pregunté de dónde obtendrían el material los artistas rupestres para hacer esos diseños. Diseños, sí, porque a pesar de ser pinturas no representaban nada identificable y sólo pueden verse “signos abstractos”. Aunque… la escritura egipcia también son signos abstractos y representaban algo muy definido. Ese algo que no podíamos reconocer en estas pinturas.


Dos días estuvimos explorando la parte baja del cañón y tuvimos mucha suerte: a pocos metros de nosotros saltó un borrego cimarrón, pero desapareció antes de que lo fotografiáramos. Nadie estaba preparado para esto, pero los comentarios duraron muchas horas. El regreso a la meseta donde habíamos dejado la camioneta lo hicimos siguiendo todo el cañón hasta su origen para luego dar un enorme rodeo entre rocas y arbustos.


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