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Montañismo y Exploración
EL ABANICO
24 enero 2005

Es una parte del Popocatépetl, de hecho, es un parte de un volcán antiguo que existió en el mismo sitio que ocupa el Popo, pero fue destruido hace cientos de miles de años. La erosión de los glaciares provocó que desapareciera la mayor parte de la montaña, dejando expuesta una pila de rocas volcánicas que fueron emitidas por ese volcán ancestral. Todo mundo la reconocía de lejos. Pero la mayoría le temía a sus paredes frágiles y a su silencio. Estamos en 1980.







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�¡Sube!

El siguiente tramo lo puntea nuevamente Eduardo. Se desliza hacia la izquierda de la pared por el corredor y comienza a escalar por una amplia chimenea. Lo veo avanzar despacio. Me pide cuerda. Se la doy. Una pared lejana, sin nadie más que nosotros dos, con todo el mundo por debajo.

Sin embargo, las Inescalables son más impresionantes, más solitarias, comenzando por la ausencia de ruidos humanos. Y a pesar de que El Abanico, como pared, es un problema mayor, el encanto de la Cabellera de la Mujer Dormida es único. Eso falta aquí.

Eduardo se ha tardado bastante en esa chimenea. Me fijo en su avance y veo que no ha puesto ningún anclaje. De repente, como movido en cámara lenta, veo que gira abrazado a una enorme roca de más de un metro de diámetro. Sin saber cómo, recupera su equilibrio y se detiene de la recién formada repisa en lo que cae la roca rebotando hacia la cañada de Nexpayantla, cientos de metros más abajo.

Nos reunimos y veo a Eduardo pálido. Maldice a la roca y quiere terminar cuanto antes de la pared, pero no se decide a seguir y me deja la punta. No es un tramo largo pero sí el más difícil de toda la pared. La roca, descompuesta, está desplomada y debo pasar con la mochila a la espalda. Esta frágil roca volcánica que no admite anclajes porque de todos modos no aguantarían. Eso es algo que he aprendido de Eduardo.

¿Para qué pones anclajes �morales�? lo único que haces es perder tiempo y fuerza. Sabes que si te caes no te detendrán. Eso es una tontería. Mejor pasar rápido.

El Abanico. Foto: Carlos Rangel.

Habíamos platicado mucho al respecto pues yo defendía la posición contraria pero cuando comenzamos a escalar niveles de dificultad elevados, me di cuenta que tenía razón: debía economizar tiempo y energía si quería pasar.

De esa manera pasé. Estudié cinco o diez minutos lo que debía sostenerme, estuve colgado a apoyos pequeños y frágiles unos cinco minutos más, un par de agarres se cayeron al solo tocarlos y luego llegué al último corredor. No había más roca. Estaba en la ventana que hacen la Cortada y El Cajón y sólo quedaban un par de horas, cuando más, para llegar a la cruz que había en la Flecha del Aire, altura máxima del Abanico.

Pero nos retiramos. Eduardo no quería subir. Para él la escalada, el montañismo todo, siempre había sido el vencimiento de la dificultad. Pero al peligro no había manera de vencerlo cuando era evidente y era otra �tontería� tratar de hacerlo.

�Hay paredes más bonitas y más difíciles que ésta. No voy a cometer la tontería de matarme por imprudencia.

�Tontería� era su palabra favorita. Pero, una vez más, tiene razón. Conozco casi la totalidad de la última pared y sé que los últimos tres metros también es muy peligrosa. Es un mero requisito ir a la cumbre. Pero no estamos para requisitos. Ahí, en esa ventana de roca y hielo donde comencé la travesía en solitario, nos dimos el abrazo y regresamos al refugio.

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