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Montañismo y Exploración
EL ABANICO

Es una parte del Popocatépetl, de hecho, es un parte de un volcán antiguo que existió en el mismo sitio que ocupa el Popo, pero fue destruido hace cientos de miles de años. La erosión de los glaciares provocó que desapareciera la mayor parte de la montaña, dejando expuesta una pila de rocas volcánicas que fueron emitidas por ese volcán ancestral. Todo mundo la reconocía de lejos. Pero la mayoría le temía a sus paredes frágiles y a su silencio. Estamos en 1980.







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TRES

�Te vas un poco a la derecha, por esa placa de roca, y llegas a una pequeña chimenea que te conduce hasta el fin de la primera pared; atraviesas luego el corredor de nieve �o hielo, quién sabe cómo esté� y puedes llegar al comienzo de la segunda pared. Ahí hay donde poner el seguro para que yo suba.

Eduardo Mosqueda es mi compañero ahora, uno de los mejores escaladores de México. Con él escalé hace pocos meses (en septiembre del año pasado) la Salathé, en el Capitán y una semana después hicimos el primer ascenso mexicano al Gran Trono Blanco en la Sierra Juárez, en Baja California.

Ahora, tras muchos años de asediarlo (empecé en 1974 y ya es 1980), de conocerlo por todas sus caras e incluso de haber hecho intentos de escalada con diferentes personas y en solitario, ahora es cuando tengo la seguridad de escalar la pared norte de El Abanico.

La Cortada. Foto: Carlos Rangel.

Pero este no es un ascenso más. Este es diferente. Por un lado, estamos escalando por una nueva ruta. Pero también estamos haciéndolo de una forma nueva: no usamos clavijas sino nueces y stoppers, ese equipo que ha revolucionado la escalada en poco tiempo. Es febrero y hace unos días cayó una capa de medio metro de nieve que se extiende hasta el refugio de Tlamacas.

Las instrucciones que le di a Eduardo están basadas en la experiencia previa. El año pasado, hace menos de dos meses, llegué aquí con Hugo Delgado y Lucio Cárdenas, quienes participaran en la expedición al Kangchenjunga. En ese entonces subí hasta el corredor de nieve y alcancé la base de la segunda pared tallando escalones en las partes de hielo con mi martillo. Pero regresamos. Habíamos entrado muy tarde a la pared y éramos tres, en lugar de dos, que serían más rápidos. Esos habían sido los errores.

Pero hace una hora que nos colocamos de nuevo en el comienzo de la ruta y volví a meter las manos en esa grieta helada para subir en diagonal hacia la izquierda. Me desenvolví con rapidez colocando nueces como protecciones hasta una pequeña repisa, que era donde se terminaba la cuerda.

Eduardo subió con lentitud pero con una gran elegancia y luego pasó por delante. La caída de trozos de hielo me indican que ya llegó al corredor. Seguramente yo hice lo mismo la vez pasada.

Miro hacia abajo mientras cuido que la cuerda se deslice por mis manos a la velocidad que necesita mi compañero. El paisaje es amplio y uno se siente volando porque lo único terrenal a que estamos sujetos es esta pared, tan alejada de todo. Y ahora, al fin, la estamos subiendo. Allá arriba nos espera el cielo desnudo de nubes, el sol. ¿Acaso por esto escalamos? ¿Por sentirnos una especie de aves, buscando la libertad? Quién sabe. El tema lo han discutido tantas personas y nadie ha llegado a nada concreto. Es obvio que nunca lo harán: cada quien lo hace por un motivo diferente y muy personal.

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