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Montañismo y Exploración
Aconcagua: la estrella y el sendero
16 febrero 2005

El Cerro Aconcagua es el más alto del continente Americano y es un imán para los numerosos alpinistas que quieren llegar a su cima tocando casi los 7 mil metros de altitud. Esta es la narración de un ascenso por su ruta normal efectuado en el 2002.







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cuando el campo está en silencio...
tu lamento lleva el viento a donde va...

UN DÍA DESPUÉS

Esperábamos que saliera el sol para levantarnos y proseguir el descenso. Que iluso! Esa mañana en Berlín no salió el sol, las condiciones no mejoraban, a las 11 de la mañana teníamos una temperatura de menos 7 grados y mucho, muchísimo viento. Yo tenía mucho más frío que los días anteriores, supongo que las reservas de energía se encontraban muy cerca del déficit.

Los grupos de alpinistas que esperaban en Berlín, no subieron ese día. Hubiera sido demasiado difícil, con el mal tiempo. Al día siguiente en la tarde, al registrar nuestra salida con el guardaparques, nos enteraríamos que un montañista alemán que permanecía esa mañana en Berlín esperando una mejoría del tiempo para intentar la cima, fallecería de un paro cardiaco en la cumbre o muy cerca de ella, el primer deceso durante esta temporada.

Con mucho trabajo levantamos el campamento y salimos hacia Nido de Cóndores. Algunos compañeros bajaban con mucha lentitud y el viento levantaba ráfagas de nieve que se estrellaban contra nuestras caras. Perdí un guante y se me empezó a enfriar mucho la mano. Rossy se quito un guante exterior y exigió que me lo pusiera, a pesar de mi negativa. Al fin divisamos Nido, levantamos los restos de equipo y provisiones que habíamos dejado y seguimos bajando con mucha parsimonia hacia Plaza de Mulas, donde llegamos al atardecer.

Muy cansados, y para evitar la gueva de armar nuevamente las tiendas, esa noche, la última en el Aconcagua, fuimos a dormir por primera vez al hotel-refugio. Esa noche algunos pensamientos insólitos me abrumaban, era demasiado para mí, el intenso alborozo y también la tristeza de que todo había terminado.

En el piso de madera del hotel refugio, pues por fortuna no encontré litera, ya que habría resultado un lujo excesivo después de lo vivido los días previos, reflexioné largas horas acerca de todo ello, de nuevo insomne a pesar del cansancio, pero de alguna manera, por supuesto, feliz por haberle dado forma a las ilusiones, repasando mentalmente todo el largo proceso que me había llevado hasta ese lugar, rodeado por algunos de mis compañeros que dormían en las literas contiguas, sintiéndome confortablemente arrullado por una singular e indescriptible sensación de logro que me llenaba tan dulcemente, sin reparar demasiado en la insensibilidad de los dedos del pie, rememorando lo vivido los días previos, escuchando desde la oscuridad los imperativos gritos de un compañero que a intervalos regulares desde su litera imploraba desesperado y furioso una insólita petición:

—¡No ronquen!

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