todas las mañanas que viví,
todas las calles donde me escondí...
se proyecta la vida:
Mariposa Technicolor
MENDOZA
Después de hacer escala en Santiago de Chile, llegamos esa despejada mañana de enero a la Ciudad de Mendoza, Argentina. Muchísimo calor. Nos hospedamos y al poco rato fuimos caminando muchas cuadras hasta la oficina donde se tramitan los permisos de ascenso al Aconcagua, en medio de un parque enorme, muy agradable y tranquilo, llamado “Las Malvinas son argentinas” o algo así.
La ciudad es preciosa y la gente muy amable, pero el cansancio del vuelo de 8 horas sin dormir, el sofocante calor que me agobiaba y el estrés emocional de los días previos, me hicieron sentir mal. Dormí un rato en la tarde y desperté ya de noche para ir a dar la vuelta por el centro de la ciudad. Una noche de viernes muy animada por cierto. El calor incesante motivaba a estar tomando cerveza todo el tiempo. La gente en las calles, al notar nuestro acento distinto al argentino, nos preguntaba acerca de los motivos de nuestra estancia, e invariablemente nos felicitaba por ser “andinistas” y nos deseaba buena suerte. Una señora dijo una frase chusca que me gustó: “Para subir al Aconcagua, ¡se necesitan muchas polendas!”
A media noche, casi de madrugada, en el bochorno de la noche mendocina, fui a comprar unos refrescos para aliviar la sed, pero buscando una tienda de 24 horas. Casi me muerde un perro en una escena un tanto rara, de tintes surrealistas: una calle solitaria y oscura, frente al portal de una iglesia, los indigentes durmiendo en las escalinatas, el perro que no ladró pero avanzó contra mí con la cabeza baja, dispuesto a atacar, me di media vuelta cuando vi la sombra que me seguía furtivamente y el perro se detuvo un momento, pero no desistía, aun me siguió agresivo unos metros más, hasta que di vuelta a la esquina.
De regreso al hotel me regresé, por supuesto, por otra calle más iluminada.
Al día siguiente preparamos las cargas en las camionetas y partimos hacia la estación de sky de Penitentes, muy cerca de Puente de Inca, en la entrada del Parque Aconcagua. En el trayecto hay que pasar por la pequeña ciudad de Uspallata, un oasis en medio de toda esa zona desértica, enmarcada por la cordillera, la precordillera y el río Mendoza. Es una zona muy árida y lo primero que llama la atención es que no se observan árboles por ningún lado salvo los cipreses que dibujan su severa pero elegante silueta en las casas y los pueblos.
Al llegar a Penitentes nos hospedamos y preparamos la carga para las mulas y también las mochilas que llevaríamos nosotros durante la marcha de acercamiento. Muchos pensamientos pasaban por mi mente mientras nos acercábamos al sitio donde emprenderíamos la caminata inicial a esa montaña tan ansiosamente buscada, pero sobre todo, fundamentalmente sentía crecer en mí una especie de regocijo interior, el gusto de estar viviendo esa experiencia finalmente, después de haberlo vivido tantas veces y durante tanto tiempo en la imaginación.