Las olas habían crecido considerablemente en este tiempo y nos levantaban por detrás para hacernos deslizar con mayor velocidad cuando estábamos en su cima. Una vez volteé a ver una de ellas, pero inmediatamente giré la cabeza en sentido opuesto. Prefería no ver crecer esa enorme masa de agua viniendo hacia mí. Era algo parecido a cuando uno se sube a la montaña rusa por primera vez: no quiere ver las bajadas a pesar de que sabe que tendrá que pasar por ahí.
Siete metros. En el Pacífico habíamos navegado a bordo de la Golondrina con olas de siete metros que nos volcaron. No, aquí no eran de siete metros. Varias veces la ola llegaba por detrás y me levantaba y cuando estaba en la cresta podía ver un pequeño abismo delante de mí. Thor mide cinco metros de largo, yo estaba a la mitad y si lo colocara verticalmente, cabría toda la parte delantera y aún más, quizá un metro.
Olas de tres metros y medio.
La altura de una casa.
Volqué tres veces y daba el roll tan rápidamente que ni sentía la sal picando la nariz. Calculaba la forma en tomaría la siguiente ola sin gastar mucha fuerza para no cansarme porque a las tres horas los brazos me pesaban y me estaba volviendo torpe en el uso del remo. Debíamos salir a tierra a descansar pronto. Escuché a Alex gritar mientras señalaba a lo lejos un punto:
—Allá hay un faro, ahí nos vamos a detener.
Con el agua hasta el cuello
Estaba metido en el mar mientras sujetaba el remo y a Thor por la boca de la bañera. Alex y Andrés se acercaban a mí todo lo rápido que podían. Mi vaso achicador estaba a dos centímetros de mí, flotando pero no lo alcancé y cuando hice el siguiente movimiento estaba a medio metro. Lo vi alejarse poco a poco. Estuve a punto de gritar "¡Wilson!", pero me dio risa y ya no pude.
Una ola me había volcado nuevamente. O fue el cansancio. El caso es que, cabeza abajo, hice los movimientos para enderezarme pero no resultó y, de nuevo, cabeza abajo. La segunda vez falló también. "Una tercera, pero recuerda los movimientos y saldrás" No salí. Recordé las prácticas en la alberca, cuando la mayoría abandonaba el kayak después de su segundo intento porque les "hacía falta el aire" cuando podíamos estar casi un minuto bajo el agua sin problemas. "Tienes que salir bien, no te desesperes."
La cuarta, falló; también la quinta, y yo no sabía qué pasaba pero sí que ya necesitaba respirar. Abandoné. Emergí e inmediatamente tomé el kayak por la borda. Así me alcanzaron, con el agua hasta el cuello. Me sentía calmado, tranquilo. Al menos dentro del agua podía descansar de las olas, aunque también me subieran y bajaran como corcho.