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Montañismo y Exploración
Recorrido por la Sierra Tarahumara

…una vez que llegamos al mirador. La vista fue de película, de hecho yo no recordaba una vista así desde mi visita al Gran Cañón del Colorado. Pero lo que más me impresionó fue una montaña que estaba a la mitad de lo que podíamos ver de la barranca de Urique.







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SUEÑOS EN LOS ALISOS

Finalmente casi sin luz, llegamos a los Alisios. La subida fue como cualquier otra, pero la incertidumbre de en realidad no saber que tan lejos estaban los dichosos Alisios no fue un pensamiento agradable. La bienvenzida nos la dio un perro con sus ladridos, así supimos que alguien vivía ahí.



Entonces una señora nos dijo que estábamos en los Alisios. Saber esto fue un descanso tanto físico como mental. Muy amablemente, una señora mandó a dos niños para mostrarnos el lugar para acampar. Pero los niños de una casita de abobe sacaron unas sillas plegables tipo campamento. Así que cambie el suelo en donde poco después de llegar me eché, por una cómoda silla.



Descansamos un tiempo, en este tiempo los niños empezaron un fuego con el cual nos quitamos el frío. Jorge y yo decidimos cambiarnos las playeras mojadas. Y al poco tiempo empezamos a cocinar la cena. Estábamos en eso cuando llegó alguien. Igual que en nuestro caso los ladridos del perro fueron los que nos aviso de su presencia. Eran tres extranjeros: un estadounidense, un alemán y un australiano.




Esa noche la pasamos entre pláticas, tanto serias como divagantes, con el dueño del rancho don Próspero Torres y con un grupo de extranjeros (un alemán, un australiano y un estadounidense), quienes venían en sentido contrario al nuestro, y quienes amablemente nos dejaron el mapa que habían utilizado, donde estaba la ruta trazada que posterior y afortunadamente nos habría de sacar de otro extravío y nos habría de llevar a nuestro destino final: Batopilas.



Don Próspero era el encargado del lugar, pues la casita pertenece a un estadounidense, quien deja que los viajantes la ocupen. Don Próspero era un hombre muy diferente de los que habíamos visto por ahí. Un hombre trabajador que nos contó de sus ideas para ayudar a una rarámuris. Y dentro de la plática nos dijo que aspiraba a tener unas tierras como las del valle del Fuerte, con maquinaria para trabajarlas.



DURMIENDO CON MOFETAS

El siguiente día 29 de diciembre libramos en tres horas un duro ascenso desde nuestro campamento hasta los 1,900 msnm, donde la vereda se internaba entre pinos y oyameles acompañados del frío propio del invierno y la altura. Karel y yo coronamos con mucha alegría esta cima. Alfredo venía de último, pero su fuerza interior lo acompañaba y le permitía superar todos los retos que nos significaba para todos esta travesía.



Era necesario cargar el agua pues luego de Los Alisos no encontramos otra fuente sino hasta llegar al próximo campamento. En la tarde, llegamos a un punto conocido como “La Estación” a 2,200 msnm, allí armamos por primera vez la tienda de campaña, pues las demás noches nos había bastado con nuestra bolsas de dormir, pero esta vez el frío ameritaba un techo que no sólo fueran las estrellas y el firmamento, que por tantas noches despejadas nos habían acompañado, desde el inicio de nuestro viaje.



Algo que no puedo olvidar fue en el momento que me quite las botas dentro de la tienda de campaña. No lo podía creer era como si dentro de mis calcetines estuviera un animal muerto. Yo recuerdo un olor así desde que me tope con una mofeta.



DONDE ESTABA LA MAJESTUOSIDAD

Muy temprano del 30 de diciembre, con la carpa escarchada, nuestros pies congelados y el hielo flotando sobre las tinajas de agua, caminamos en dirección Sur hacia El Trigo, zona de cultivos, donde por primera vez tuvimos la oportunidad de observar algunas casas de indígenas tarahumaras, y donde luego nos extasiamos en uno de los mejores miradores que puede ofrecer la Sierra.




Estando ahí, sentados en el filo de una piedra a 1,900 metros, con el Río Urique en todo el fondo de la Barranca, pregunté a mis compañeros si creían en Dios, la respuesta no fue un “sí” o un “no”; simplemente la misticidad del lugar demostraba que existía una fuerza responsable de moldear esos pliegues caprichosos y fantásticos con que se visten las montañas que estábamos admirando.



Para ese momento me empezaba a acalambrar. Y desde unos descansos anteriores empecé a estirar y flexionar las piernas. Una vez arriba Karel nos gritó que teníamos que subir porque la vista era espectacular. Lo hicimos. La verdad yo no lo quería hacer pues me sentía muy casado y no quería acalambrarme por ir a un lugar innecesariamente. Pero me decidí y la vista valió la pena con creces. Era un vista magnifica de la cañón de Urique.



Definitivamente para los tres, estar en aquel lugar representaba algo más que otro punto del camino, allí estaba la majestuosidad de la naturaleza que siempre se presenta a quienes alejándose de las comodidades de la ciudad, son capaces de adentrarse por lugares mágicos de la creación.

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