�Gruesas gotas de agua suenan al caer sobre la piedra desde la altura, pequeños chorros canturrean en la obscura sala, y éstos son los únicos sonidos que percibo en este extraño mundo...� (p. 19)
�A la débil luz de la pequeña antorcha, no distingo bajo mi nariz más que la bobina del hilo telefónico, algunos pedruscos muy próximos y el vago contorno de gigantescos bloques. El resto es obscuro. No obscuro: negro. Y noto que es inmenso.� (p. 20)
�Conozco también ese miedo del hombre ante la fuerza terrible de la Naturaleza, ese miedo que le sobrecoge a uno cuando se trata de atravesar una pendiente en la que pueden producirse aludes o una zona batida por un bombardeo volcánico. Miedo a ser aplastado, enterrado bajo el derrumbamiento de millares de toneladas de roca. No digo nada. Es mi compañero quien debe calcular sus probabilidades de éxito y decidir por sà mismo lo que ha de hacer.� (p. 37-38)
Â?El atractivo de la espeleologÃa, sin embargo, era todavÃa escaso para mÃ. Recordaba, eso sÃ, la alegre excitación que me habÃa invadido al sentir aproximarse el momento del descubrimiento del pozo que conduce a la sala inferior. Pero de esto a abandonar el cielo, el sol, las nubes...Â? (p. 50)
Â?El pretexto, el motivo que me di, fue la insuficiencia de mi reportaje filmado en la primera exploración y el interés excepcional de la sima, que merecÃa ser mejor conocida. En realidad, me sentÃa atacado por la pasión del descubrimiento. Y comprendà de qué modo la espeleologÃa absorbe a sus adeptos; actúa sobre ellos con el más activo de los fermentos: el atractivo de lo desconocido.Â? (p. 53)
Â?Sobre la gran exploración de superficie, la de los abismos subterráneos presenta dos ventajas: su campo de acción es todavÃa tan nuevo que las posibilidades de descubrimiento son más innumerables que en el Antártico, los Andes o el Himalaya y, por otra parte, basta con recorrer algunas decenas, algunos centenares de kilómetros como máximo, para llegar a una región calcárea... En el periodo de un sencillo week-end, el espeleólogo podrá experimentar todas las dificultades, las angustias y las alegrÃas de una expedición en un paÃs virgen.
Â?Este atractivo de lo desconocido, y de lo desconocido difÃcil, no se atreve mucho, sin embargo, a manifestarse como tal. En todos los tiempos se han refugiado detrás de móviles más admisibles: razones económicas, objetivos cientÃficos... Quiero creer que fué el cebo de las riquezas fabulosas lo que arrastraba mar adentro a los navegantes de Cartago o de Cádiz, a Marco Polo a las estepas o los desiertos del Asia Central, a los exploradores a los montes del Perú o a las selvas del Congo.
Â?Ã?ste era al menos el motivo confesado: pero lo que ardÃa en el fondo de ellos mismos, ¿no era acaso la embriaguez del contacto con lo desconocido?
Â?También la espeleologÃa pone en evidencia unos objetivos de orden utilitario, incluso e3stratégico. No se atreve a confesar su simple amor de lo desconocido revelado, del riesgo corrido, de las dificultades superadas. Lo mismo que el alpinismo de los primeros tiempos, se reviste de apariencias cientÃficas. Y en realidad es apasionante, hallar en el fondo de las simas y las galerÃas subterráneas, algún indicio sobre la perforación de la corteza terrestre, descubrir vestigios de la humanidad primitiva y de animales desaparecidos, intentar penetrar el misterio de los rayos cósmicos o estudiar la biologÃa de los cavernÃcolas... Pero no creo que nadie se haya hecho espeleólogo por razones semejantes. En cambio, más de un espeleólogo venido del deporte a la ciencia, ha sentido crecer en él la curiosidad de ese mundo extraño, en el cual la afición a la acción le habÃa introducido.Â? (p. 54-55)