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Montañismo y Exploración
Miedo y tranquilidad
17 noviembre 2004

Varios minutos después, mientras estoy pensando en tiburones, se levanta una ola a mi izquierda y veo la silueta de un animal grande. Recuerdo una fotografía de Australia donde se había sorprendido a un tiburón precisamente en la parte alta, a contraluz. Una foto muy buena. Pero una cosa es ver la foto y otra muy diferente estar cerca y yo no he visto más que la silueta de reojo.







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Cuando estamos de vuelta todos juntos, le digo a Andrés que si me dejan no me iré al mar. Se ríe, pero no sabe que lo dije en serio. Se equipa, coloca al Tempest en la orilla, mira el mar y se adentra. Lo veo cruzar una rompiente, otra, otra. Le voy tomando fotografías. Las olas a veces lo ocultan. El North Star también se ha adentrado mientras yo seguía a Andrés en su navegar. Me han dejado solo y no hay otra opción mas que seguirlos. Después de todo, ¿qué me puede pasar si estoy con Thor?


Sentado dentro del kayak, me descubro a mí mismo más tranquilo y cruzo las rompientes. “Fácil, ¿no?”, escucho una voz en mi interior. Me maravillo de haber cruzado y estar lejos de las rompientes. Muchas veces nos han preguntado qué tanto nos adentramos en el mar cuando navegamos. La respuesta es siempre la misma: que no haya olas rompiendo. A veces es cerca, otras, lejos. Esta vez será un poco más lejos y aunque la mar también está bastante agitada, nada comparado con una ola que crece y se viene encima.


Hoy, como en los días anteriores, voy al final, a veces lejos, pero siempre a la vista de los demás. En algún momento, Andrés —que va delante de mí por unos metros— levanta la mano y señala hacia su izquierda. Aletas de delfín pasan cerca de él. Una manada que aparece en dos ocasiones y luego se pierde a nuestra vista. Así ha sucedido muchas veces. De lo que hemos navegado, sólo cuando la mar está muy movida es cuando no los hemos visto. ¿Qué comerán entonces? ¿Cómo saldrán a respirar? Andrés se adelanta.


Varios minutos después, mientras estoy pensando en tiburones, se levanta una ola a mi izquierda y veo la silueta de un animal grande. Recuerdo una fotografía de Australia donde se había sorprendido a un tiburón precisamente en la parte alta, a contraluz. Una foto muy buena. Pero una cosa es ver la foto y otra muy diferente estar cerca y yo no he visto más que la silueta de reojo.


Miro a mi izquierda. Nada. De repente aparece una cabeza y me asusta. Pero es un delfín. Blanquecino, casi albino. A escasos dos metros de mí. Jamás se me había acercado tanto un animal de estos. Un animal albino es considerado en muchas culturas como un animal mágico, sobre todo en la mar, donde los marinos han llenado de leyendas su historia.


Dos metros, casi para tocarlo. Se vuelve a hundir pero aparecen otras aletas que se acercan directamente a mí por el mismo lado. ¿Chocarán? Increíbles nadadores, en algún momento dan vuelta y se aparecen a un costado mío, a metro y medio. Son siete que aparecen, desaparecen y me siguen por un buen rato. Cada vez que emergen miro sus ojos y ellos me miran también. Luego, se van, pero vuelven.


—Ustedes son muy curiosos, ¿verdad?


Y apenas digo esto, aparecen dos cabezas pequeñas y se acercan a mí, a la misma distancia. Dos críos, dos bebés. Estoy sorprendido. ¿Cómo es que los adultos han permitido que los críos se acerquen tanto? Me quedo absorto y cuando desaparecen me doy cuenta de que he dejado de remar.


Estoy quieto y el viento del sur me llega de frente. Viento sur, como hemos tenido todo el día.



































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