Cuando acabamos de rebotar sobre las piedras, comenzamos a rebotar sobre los durmientes de las vÃas del tren durante un buen número de kilómetros. HabÃa que pedalear con cuidado, porque el terreno estaba mojado y algún resbalón provocarÃa una dolorosa caÃda contra los rieles. Hicimos, si mal no recuerdo, tres cruces de rÃo bastante imponentes. Los durmientes mojados, algunos en no muy buen estado, los rÃos corriendo más abajo, demasiado parecidos al que cruzamos el primer dÃa en el autobús que nos llevó a Jacó, con cocodrilos asoleándose en las orillas (la mente le juega a uno malas pasadas en este tipo de situaciones... la verdad es que no vi ningún cocodrilo al cruzar esos puentes). En cierto punto unos trabajadores me ofrecieron ayuda y sin pensarlo dos veces la acepté, no me importaba que se robaran la bici, mientras me sacaran de ese pedazo particularmente comprometido se las regalaba yo misma...
Se acabaron los puentes, siguieron las vÃas, perdiéndose en el horizonte, mientras el tiempo avanzaba, inexorable. La posibilidad de no lograr llegar a tiempo se hacÃa cada vez más real, y mientras una parte de mà empezaba a tratar de convencerse de que dos dÃas de tres en esta competencia tan fuerte serÃan muy buenos, otra parte se empecinaba en seguir luchando, en no rendirse. Asà estaba, metida en mis pensamientos, hablando conmigo misma, cuando al ruido de mi bici rebotando sobre las piedras se sobrepuso un ruido diferente, como el del viento soplando, o del agua corriendo Â?Otro rÃo por cruzarÂ?, pensé. Pero no, al voltear hacia mi izquierda vi al mar.
Se hizo el silencio en mi cabeza. Lo comprendà todo de golpe. Ese mar era el Caribe y verlo significaba que acababa de atravesar el paÃs. Lo habÃa logrado. De costa a costa en tres dÃas. Llegar al puesto de control a tiempo, a la meta incluso, ya no tenÃa la menor importancia. Lo habÃa logrado. Yo sola, sobre mi bicicleta. No, no es cierto, no lo hice sola. Dice Paulo Coelho que Â?cuando deseas algo con toda el alma, el universo entero conspira para que lo logresÂ?. En ese momento no tuve la menor duda, asà habÃa sido, el universo entero me habÃa ayudado.
Llegué al último puesto de control exactamente en el minuto en el que el plazo para hacerlo expiraba. El staff como siempre de muy buen talante me felicitó y me dijo que me faltaban los últimos diez kilómetros. Un camino de arena bordeando a la playa bastante inundado. De verdad que no hubo una sola parte sencilla en esta competencia, ni siquiera el último tramo. Pero de una manera u otra salió, en medio del buen humor de todos los que en ese momento lo recorrÃamos, felices por estar a punto de llegar. Ã?ramos los últimos en llegar, pero no nos importaba. La satisfacción era demasiada.
Alcancé por fin la meta. Me felicitaron, pedà mi medalla y no hubo tiempo para festejos, porque habÃa que encontrar la maleta, encargar la bicicleta al servicio mecánico, resolver el asunto del regreso a San José, lavarse los kilos de mugre y comer algo para reponer las fuerzas. Vi a Fernando y a Claudia, nos felicitamos de todo corazón, me despedà de Karen y Kevin a quienes espero volver a ver algún dÃa, y en el corazón me despedà de todas esas sensacionales personas que conocà a lo largo de los tres dÃas que acababan de terminar y que no volveré a ver nunca, con quienes pude conversar un rato o tal vez crucé apenas un par de palabras, pero que dejaron en mi una huella indeleble al compartir esta aventura conmigo, que no olvidaré jamás.