Sonó la sirena y arrancamos. A subir se ha dicho, por pavimento, con mucho calor. A mi cuerpo Â?esta vez sÃÂ? le costó mucho trabajo agarrar ritmo. Además, no me habÃa informado adecuadamente de cuánto durarÃa la subida, por lo que no atinaba a escoger un paso que me permitiera administrarme adecuadamente. Salimos del pavimento y entramos a caminos de terracerÃa que subÃan la mayor parte del tiempo. Repentinamente, después de haber cruzado un rÃo, volvà a montar y el asiento hizo un ruido muy raro: el tubo que lo unÃa al poste se habÃa roto.
¡Vaya contrariedad! Por mi cabeza volaron muchas ideas: ¿Cuánto faltará para el siguiente puesto de control? ¿Estarán ahà los del servicio? ¿Tendrán un asiento de repuesto? ¿Si no lo tienen podrán reparar el mÃo? ¿Y si le compro a algún lugareño su asiento? ¿Aguantará el asiento hasta el siguiente puesto? ¿Llegaré a tiempo? ¡Qué problema!
Karen y Kevin estaban cerca y Kevin, un experto mecánico en opinión de Karen, muy amablemente se ofreció a tratar de arreglar mi asiento. Se lo agradecà muchÃsimo, pero le dije que preferÃa esperar a llegar al puesto de control o a que mi asiento tronara definitivamente. Me apenaba mucho la idea de retrasarlos. Asà es que continuamos trepando por caminos de piedra que a mà se me hicieron interminables, preocupada como estaba de que mi asiento no resistiera y tronara en cualquier momento.
Gracias a Dios el asiento aguantó, y llegando al
check-point me apresuré a pedir ayudar a los chicos del servicio mecánico. No tenÃan un asiento de repuesto, pero lograron arreglar el mÃo. Les di las más encarecidas gracias y continué mi camino.
Recuerdo vagamente que el trayecto entre ese puesto de control y el siguiente consistió en columpios y varias subidas de terracerÃa y piedra suelta muy empinadas. Lo que sà recuerdo muy claramente es que al llegar el juez me dijo que tenÃa tres horas para llegar al siguiente
check-point, que faltaban 40 kms. y que podÃa lograrlo, pero tenÃa que echarle muchas ganas.
¡A darle! Afortunadamente hubo un muy buen tramo de bajada en pavimento que me ayudó a ganar terreno. Comenzó a caer una lluvia bastante fuerte que bajó considerablemente la temperatura. Ya no pensaba en comer, en beber, en si estaba cansada o no. Sólo habÃa una idea en mi mente: pedalear lo más rápido posible, no detenerme, concentrarme y luchar hasta el final. No sabÃa si llegarÃa o no, pero iba a intentarlo con toda la fuerza de mi cuerpo y de mi corazón.
Y lo logré. Llegué a las dos horas y cinco minutos. Esta vez me quedaban dos horas para llegar al último puesto de control, a veinte kilómetros de distancia. El tiempo sonaba sobrado, pero caà en la cuenta de que todavÃa me faltaba el tramo de los caminos de piedra y de las infames vÃas. Ni hablar, comà algo a toda prisa y salà en pos de esa parte.
Vinieron primero cinco kilómetros de pavimento plano, una delicia que lamentablemente terminó demasiado pronto, y en su lugar comenzaron los caminos de piedra, flanqueados por platanares, largos como la Cuaresma, interminables. Un par de cruces de puentes del tren, en donde los lugareños ofrecÃan su ayuda, misma que los organizadores nos habÃan recomendado que rechazáramos. El año pasado en esa zona se robaron una bicicleta.
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