Salà del puesto con rumbo a Surtubal, con el calor empezando a pegar fuerte, y comenzó entonces la temida parte del lodo: subidas y bajadas interminables en medio de la selva, con un lodo arcilloso del tipo que se encuentra en Chiluca, en donde pedalear era imposible, no quedando más remedio que echar la bici al lomo, y cargarla durante horas.
Cruzamos muchos rÃos, lo que me permitió lavar la cadena y el desviador, asà como empaparme de pies a cabeza para bajar un poco mi temperatura corporal, que subÃa peligrosamente y me hacÃa temer un golpe de calor. Lo único que hizo más llevadero este tramo fue la compañÃa de otros ciclistas, siempre dispuestos a platicar, a contar cómo se rueda en sus paÃses, a decir una palabra de aliento cuando hacÃa falta.
Cuando se podÃa pedalear un poco, aprovechaba para contemplar la magnÃfica vegetación selvática que me rodeaba, sintiéndome agradecida por tener la oportunidad de estar ahÃ, en medio de la selva costarricense, viviendo una aventura memorable.
Llegué a muy buen tiempo al siguiente puesto de control, en donde Karen, una ciclista de 50 años, enfermera de profesión, madre de dos hijos, y quien invariablemente me ganó los tres dÃas (una de tantas lecciones), me regaló unas
e-caps para prevenir la deshidratación y los calambres, y continuamos el camino, bajo un sol fuertÃsimo, para seguir trepando en el lodo, las piedras y cruzando más rÃos.
Llegué al último puesto de control veinte minutos antes de que lo cerraran. Los miembros del staff me aseguraron que ya no tenÃa que preocuparme, que lo que seguÃa eran nueve kms. de subida, seis de bajada y habrÃa llegado a la meta. Con esa idea en mente me relajé y comencé a pedalear feliz de la vida.
Pasaron los nueve kms., luego diez, luego once y yo no veÃa que la subida se terminara. De repente, aparece un organizador montado en una cuatrimoto y me dice Â?Te faltan tres kms. para llegar a la cima de este monte. Si no estás ahà a las 4:30 P.M., voy a sacarte de la carrera. Te quedan veinte minutosÂ?.
¡Dios mÃo, no puede ser! ¡Acababan de decirme que ya no habÃa por qué preocuparme! ¡Las distancias que me indicaron en el
check-point son incorrectas! ¡Tengo sólo veinte minutos y esta subida está muy empinada!
Me doy cuenta que mis posibilidades de terminar la carrera se están esfumando. Y quien sabe de donde saco fuerzas y me pongo a pedalear como loca. Bloqueo cualquier pensamiento de desaliento y me concentro en subir lo más rápido posible, en no dejarme vencer, en luchar hasta el final. Y lo logro, llegando a la cima ningún organizador intenta detenerme y comienzo a bajar a toda velocidad por un camino de pavimento. Secretamente albergo la esperanza de que esta bajada me lleve derecho a la meta. SÃ, como no. Se me olvida que ésta es la carrera de bici de montaña más dura del mundo.
El camino de repente se desvÃa a una
single track de piedra que sube y sube y sube. Encuentro a un pobre gringo tirado en el piso, vÃctima de calambres y sumamente enojado (a los organizadores deben de haberles zumbado las orejas en ese momento). El single track, después de un buen rato, empieza a bajar y no le veo el fin. Tan cansada como estoy de seguro en cualquier momento me caigo pues mis reflejos ya no son los de diez horas antes. Pero finalmente salgo a una calle pavimentada que sube y baja. Me recibe un atardecer en el que el sol es un enorme disco anaranjado a punto de esconderse tras las montañas, y una parvada de aves blancas empieza a dar vueltas, seguramente buscando sus nidos, en medio de un gran silencio. El espectáculo, la certeza de que ahora sà estoy cerca de la meta, que voy a terminar el primer dÃa, el más duro de todos, me colma de felicidad.
Unos metros más y por fin alcanzo la meta. Once horas cincuenta y dos minutos de esfuerzo. Soy de las últimas en completar el dÃa, pero no me importa, la satisfacción es enorme. Como algo, me formo para un masaje, salimos en autobús rumbo a San José, cenamos como náufragos en el restaurante del hotel, compartiendo anécdotas y escuchando las historias que tiene que contar un ciclista profesional peruano que hizo el recorrido en seis horas y se ve fresco como una lechuga, y nos vamos a descansar a eso de las nueve de la noche.
De los diez mexicanos que comenzamos, ocho logramos completar este dÃa. El desempeño de mis amigos queretanos, de Fernando y Claudia, y de Jesús, un auténtico ejemplo a seguir, ha sido espléndido. Un dÃa redondo, no cabe duda.
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