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Montañismo y Exploración
Ideario 135

Escalamos para sentirnos vivos. Escalamos para luchar contra nuestro miedo instintivo, escalamos para sentir y entender la textura y la fisonomía de nuestro mundo. Escalamos para tener sed, porque pertenecemos a esa extraña especie que necesita tener sed… para apreciar el agua. Escalamos porque es verdad. Porque la naturaleza nos platea unas reglas claras donde sólo una mezcla de humildad, determinación y solidaridad garantizan el disfrute y la seguridad.
Miguel Ángel G. Gallego







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Veinticinco años más tarde ni mi mochila ni el resto del equipo eran tampoco de última generación. Conseguía pisar la cima del Everest, y creía haber alcanzado el "fin" que tanto había estado persiguiendo. Me equivoqué: no estaría no en aquella cumbre no en ninguna otra. Vivir la montaña, ése era el fin.

Chus Lago


Escalamos para sentirnos vivos. Escalamos para luchar contra nuestro miedo instintivo, escalamos para sentir y entender la textura y la fisonomía de nuestro mundo. Escalamos para tener sed, porque pertenecemos a esa extraña especie que necesita tener sed... para apreciar el agua. Escalamos porque es verdad. Porque la naturaleza nos platea unas reglas claras donde sólo una mezcla de humildad, determinación y solidaridad garantizan el disfrute y la seguridad.

Miguel Ángel G. Gallego


Al recordar mis promesas de dejar de escalar y mi incapacidad para cumplirlas —a pesar de tener niños pequeños y de que se me hubieran muerto varios compañeros— he reconocido que no sólo escalo por la soledad, la belleza, el ejercicio físico o los lazos de amistad que encuentro en las montañas, también lo hago porque me atrae el peligro. Ha sido una reflexión serena.

Jim Wickwire


Escalar, como cualquier actividad exigente, te va atrayendo cada vez más a su territorio, un territorio que a menudo no es más ancho que el hilillo azulado de un corredor de hielo. A cambio de ese extraordinario sacrificio de energía, la escaladora recibe visiones de la tierra. En el momento que antecede a un movimiento difícil, puede desviar la cabeza de lo que tiene directamente ante ella y la belleza —o será el miedo— la deja abierta y expuesta. Sus ojos son los ojos de Dios, la tierra fluye dentro de ella y la atraviesa como si fuera un río.

Maureen O'Neill



 



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