José Luis de Ugarte. El último desafío. La más dura regata de altura, narrada por el único participante español. Editorial Juventud, Barcelona. 1997. 160 páginas. ISBN: 84-261-3057-7
Durante años, el océano Antártico se mantuvo vacío; pocos barcos se aventuraban por allí, con excepción de los exploradores polares y de los balleneros, porque ya no había necesidad de utilizarlo. Y entonces empezaron a llegar los batistas. Este viaje es el Everest de los mares y aún hoy en día pocas son las personas que lo hayan completado, en solitario y sin paradas.
Sir Robin Knox Jonhston
Un hombre, solo en el mar, es siempre una experiencia muy fuerte, pero si se trata de dar la vuelta al mundo en solitario y sin escalas, es algo aún más difícil. Pero en el caso de la regata Vendée Globe, cuyo objetivo es dar la vuelta a la Antártida en un velero de competencia, las cosas se ponen aún más graves, al grado de rayar en la supervivencia.
"...algunas veces todo parece muy irreal, participar en una regata como ésta no puede ser de verdad, es demasiado, el sufrimiento físico a veces se pasa de los límites." (p. 110) "...esta regata no tiene rival, es demasiado, es inhumana y esto lo pensaba incluso cuando las cosas ya iban mejorando día a día, de camino a casa y con la mar cada vez en condiciones óptimas." (p. 111)
Un navegante español participa en la Vendée Globe en 1996-1997 y narra su experiencia de navegar solo por el océano más difícil del planeta, donde:
"...las olas pueden recorrer toda la distancia alrededor de nuestro planeta sin encontrar obstáculo alguno en su camino. El resultado es que esas olas pueden alcanzar una altura de 35 metros, el doble de la mayor altura de ola en el Atlántico; y aún así, esto no constituye la mayor amenaza. Ã?sta llega con la cara frontal de una ola sobre otra, formando lo conocido como ola piramidal, y que se yergue vertical con una cresta curvada rugiente y que comienza a romperse todo lo que encuentra a su paso. Una ola gigante lleva un ruido especial, atronador, va rompiendo y le avisa al marinero de que está a punto de golpear. Este ruido hace que incluso los hombres más valientes se acurruquen dentro de su ropa de agua y se agarren fuertemente donde puedan, esperando que llegue el horrendo impacto." (Sir Robin Knox Jonhston, cit. en p. 5-6)
Marino de toda la vida, José Luis de Ugarte participa en esta regata a la edad de sesenta y cuatro años, pero con una idea ligeramente diferente de la de sus compañeros de regata (porque curiosamente se refiere a ellos como "compañeros", no como competidores, algo notable):
"...los ambiciosos jóvenes franceses, que lo arriesgarían todo por ser los primeros en la línea de llegada y así ganar fama y prestigio. Piensan que si no se hunden a lo mejor ganan, y si se hunden alguien los rescatará y podrán probar suerte otra vez. Yo tenía que terminar la regata..." (p. 14)
Así de sencillo. Aunque no tanto, porque desde el principio tienen un temporal de fuerza 11 que hace regresar a varios yates por problemas con vías de agua, porque se les rompe el mástil o no estaban todo lo preparados que la regata exigía e incluso a un capitán que "había sido encontrado muerto en una pequeña balsa inflable de salvamento..." (p. 36)
Quizá no sea bien entendido lo que significa dar la vuelta al mundo alrededor de la Antártida, pues uno tiende a creer que se trata de mucha distancia solamente, que hay que ser tenaz y ya, como el mismo autor lo confiesa: "Bien, pensé, la regata no va a ser demasiado larga, solamente 27,000 millas y cuatro meses; sólo estaba queriendo engañarme a mí mismo." (p. 34)
Pero el cuadro cotidiano es muy diferente:
"Cada vez que subía a cubierta tenía que ponerme mi fría y mojada gruesa chaqueta de agua, mi mojado y congelado gorro de lana y mis congelados guantes de neopreno, cerrar toda la ropa a tope con las cremalleras y velcros y enganchar mi cinturón de seguridad antes de salir de la cabina y cerrar la puerta (tipo frigorífico industrial) detrás de mí. Después me ponía a gatas y escuchaba, atento a la típica ola piramidal que sonaba como un tren por encima del rugir de las olas y el aullar del viento. Cuando la oía, me agarraba rápidamente a un punto sólido y esperaba lleno de ansiedad el chapuzón en agua helada, cuando el barco se tumbaba o incluso daba la voltereta. Ocasionalmente la mar me arrancaba dolorosamente de mi sujeción y, aguantado solamente por el arnés, quedaba frenado abruptamente contra el balcón de popa, que era el final de la línea de vida." (p. 76)
Esta es una de las pocas veces que José Luis de Ugarte menciona a lo largo de la narración que el barco se tumba o da volteretas. Así de sencillo, podría pasar desapercibido, pero era algo muy frecuente, como lo menciona en las conclusiones: "...meter el palo en el agua no era demasiado frecuente..." (p. 149)
Otro extracto puede dar la idea de lo que pasaban los capitanes en cada uno de sus yates:
"Cada vez que colocaba mi posición en la carta y calculaba la distancia recorrida en la singladura y las millas que me quedaban para llegar a Cabo de Hornos, me sentía terriblemente miserable: 5900 millas, al día siguiente 5600, al otro 5410, y así un día tras otro. Mis provisiones de comida disminuían, las velas se desintegraban en jirones, mis pies como esponjas semicongeladas metidas en congeladas botas de agua, el insufrible olor a orina de mi traje polar térmico cada vez que abría la cremallera, y siempre esperando que algo se rompiera." (p. 12)
¿Qué algo se rompiera en un velero de última generación donde los materiales son casi indestructibles? "...la tela [de la vela mayor] estaba totalmente destruida, la podía rasgar con mis manos y eso que era de spectra." (p. 99)
Pasa tormentas de olas enormes y viento fortísimo donde la velocidad adquirida es enorme: "Ahí estábamos, bajando olas, planeando a más de 20 nudos. En una ocasión la corredera marcó 26 nudos." (p. 65) Pero también pasa por calmas chichas donde el viento no sopla y tiene que aguantar el calor: "Al mediodía la temperatura en cubierta es de 50º a la sombra y al sol de 55º, igual que dentro del barco. El mar está a 30º." (p. 115)
"...mi velocidad es de 1.5 nudos... Me siento muy mal, estoy destrozado." (p. 117) "Trabajo como loco día y noche tratando que el maldito barco se mueva, que cree su propio viento. Sediento, hambriento y psicológicamente destrozado. Como no sé cuánto tiempo durará esta situación he tenido que reducir aún más mi ración de comida." (p. 118)
Pero finalmente, los regatistas van llegando a la meta, uno a uno, con diferencia de días. "...la flota parece un grupo de soldados heridos volviendo a casa después de una batalla." (p. 133)
Pese a ser marino, José Luis de Ugarte no hace mucho uso de los términos náuticos y se centra en la narración propia de su vivencia y además tiene la lucidez de dejar descansar al lector de sus penurias contándole un par de historias que él ha vivido años antes y que constituyen una historia en sí mismas.
Posiblemente El último desafío sea de utilidad sólo a los marinos, pero es, indudablemente, una muestra del carácter del ser humano que siempre busca un límite: "No sé dónde está el límite de una persona, pero estoy convencido que no ando muy lejos del mío. El buen humor se me ha acabado." (p. 83)
Erratas
Página 5, dice: "...invierno del 1996-1997 en el océano Antártico..." El autor se refiere al invierno del hemisferio norte, pero navega en el antártico en pleno verano.