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Montañismo y Exploración
El Mar de Cortés desde un kayak
28 enero 2004

Nos hicimos a la mar rumbo a Isla Danzante. Para muchos este es el primer día que reman y la formación de la flotilla está bien definida: un kayak a la punta, otro a la retaguardia y uno a cada flanco. Kayaks individuales y dobles con cientos de kilos en agua, alimentos y equipo, para doce días íbamos metidos en una especie de rombo que avanzaba simultáneamente.







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BALLENAS Y FÓSILES

Arroyo Blanco. Habían pasado tres días de inactividad en Punta Arena, ahí donde la cueva se nos hizo tan familiar que la sorpresa de ver cangrejos ermitaños escalar las paredes y techo de la cueva para llegar a una oquedad más propia, ya no nos causaba tanta impresión. Era una lástima porque siempre era fascinante verlos a la luz de la linterna trepar o destrepar. Pero después de tres largos días lo único que queríamos era remar lejos, movernos hacia algún lado.


Remábamos hacia el norte, por la costa este de la isla y ya habíamos disfrutado de otra sorpresa: una cueva labrada en la roca viva donde entramos por grupos. Era lo suficientemente grande como para poder albergar cuatro o cinco kayaks sin problema. Como toda cueva, era hermosa, pero el hecho de haber llegado ahí dentro de un kayak hacía de la experiencia algo más fuerte, más personalmente ganado.


Brant parecía prestar mucha atención al horizonte y a menudo llamaba a todos en voz alta: "delfines a las 10", pero pocos los veían. En un par de ocasiones habló de ballenas, pero nadie más las vio y una ocasión alguien comentó que esperaba poder ver las ballenas que Brant veía.


Ese fue el día. Dio la voz y todos vimos la cola del animal. Enorme. La distancia no le quitaba su dimensión. Alguien gritó entusiasmado: "Es una ballena azul". Era el mamífero más grande que jamás ha existido y nosotros veíamos una. De lejos, claro, pero verla a distancia es algo muy diferente a sólo mirar fotografías.


Nos detuvimos en Arroyo Blanco pese a que nuestra meta estaba más lejos. Dos de nuestros compañeros se sentían tan mareados que se la pasaban vomitando. No tenían fuerza ni para remar, así que nos metimos a tierra. La salud de los compañeros era más importante.


El lugar nos sorprendió. En todos lados había fósiles o conchas en vías de serlo. Un proceso que tarda miles o millones de años estaba ahí, ante nuestros ojos en diferentes etapas. Esa era, quizá, la razón por la que compartiríamos ese espacio con un grupo de geólogos estadounidenses, que se la pasaban por la costa recogiendo muestras.


Esa noche tuvimos mucho de que platicar, tanto quienes habían ido más al norte a recargar nuestras reservas de agua como quienes habían quedado a hacer prácticas con el kayak en la costa protegida por ambos flancos.




AUTORRESCATES

La cabeza de Liz emerge del mar. Su kayak está volteado con el casco hacia arriba. Con ambas manos toma la entrada de la bañera y le da vuelta con rapidez para que no entre mucha agua. Después, se desplaza a la parte trasera del kayak y trepa hasta estar sobre él. Con mucha calma se desplaza lentamente hacia delante y logra meterse en la bañera de nuevo. Se coloca la falda y luego mete la bomba de achique para sacar el agua y seguir.


Pancho y varios más hemos estado cerca mirando. No es que la dejáramos sola sino que es una práctica más del curso. Días atrás habíamos practicado los rescates asistidos por otro kayak. Uno a uno, todos damos la vuelta y trepamos. A algunos les cuesta mucho trabajo hacerlo mientras que otros parecen haber crecido haciéndolo.


Emmanuel y yo caemos al agua varias veces antes de lograrlo. Pero yo, más desesperado y helado por el agua, le digo a Pancho:


—Si después de esta no puedo, me ayudas a sacar el agua del kayak para volverlo a intentar.


—Claro.


Con el kayak volteado, me hundo y vuelvo a meterme a la cabina. Me pongo en "posición cero" y doy el roll. Cuando emerjo, escucho a Pancho decir: "¡Chingón! Por un momento no supe lo que querías hacer hasta que vi salir tu remo."


Los autorrescates en kayaks sencillos y dobles es diferente y debemos probar ambos. Para cuando yo termino, Rolando está en un doble a punto de salir a tierra, surfeando. Paso junto a él y le propongo hacer ambos el roll en el doble. Es algo que no me explico, pues debe haber una coordinación increíble en ambas personas o no se da. Pancho nos da la clave: "Que uno empiece y el otro, al sentir el jalón, le siga."


Y funcionó.


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