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Montañismo y Exploración
El Mar de Cortés desde un kayak
28 enero 2004

Nos hicimos a la mar rumbo a Isla Danzante. Para muchos este es el primer día que reman y la formación de la flotilla está bien definida: un kayak a la punta, otro a la retaguardia y uno a cada flanco. Kayaks individuales y dobles con cientos de kilos en agua, alimentos y equipo, para doce días íbamos metidos en una especie de rombo que avanzaba simultáneamente.







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Las cinco de la mañana. Todos estamos de pie en la playa para el pronóstico del tiempo y la evaluación de posibilidades de seguir viajando. Las cinco de la mañana, recién salidos de las tibias bolsas de dormir, amodorrados, con la linterna frontal, de pie a la orilla del mar oscuro y atisbar al horizonte para ver cambios de coloración en el mar, su oleaje, mirar el cielo para calcular el tipo de nubes, la velocidad del viento...


Pero es mentira: no son las cinco, sino las cuatro. Desde el principio sincronizamos nuestros relojes para levantarnos una hora más temprano y poder navegar desde temprano, en las primeras luces del día. Al principio no entendía esa diferencia, pero un comentario de Brant me lo dejó claro: "Un solo número hace una diferencia enorme". Tenía razón: aquí estamos, tiritando de frío y bostezando en la orilla de la tierra, sin pensar que realmente es una hora más temprano.


Esto ya se ha convertido en un hábito después de pocos días.




ISLA DANZANTE

Isla Danzante parece un pedazo rocoso con muchos picos saliendo del mar y apuntando al cielo. Isla rocosa. Aquí, plantados en la playa larga, blanca y llena de arena donde nos habían dejado los vehículos el día anterior a catorce kayaks y dieciocho personas, la primera pregunta que surgía era en dónde íbamos a desembarcar si no se veía playa alguna. Al menos no como ésta.


Nos hicimos a la mar rumbo a Isla Danzante. Para muchos este es el primer día que reman y la formación de la flotilla está bien definida: un kayak a la punta, otro a la retaguardia y uno a cada flanco. Kayaks individuales y dobles con cientos de kilos en agua, alimentos y equipo, para doce días íbamos metidos en una especie de rombo que avanzaba simultáneamente.


Conforme nos acercábamos veíamos que la primera impresión era correcta: la montaña partía la mayoría de las veces en línea recta desde el mar. Una hora y media después de haber salido, dábamos vuelta a una punta y encontrábamos una ensenada pequeña con una playa pequeña al fondo. La flotilla se quedó a lo lejos mientras dos personas se acercaban a inspeccionar la playa iban a ver la forma de desembarcar.


Éramos llamados uno a uno a la playa para desembarcar y cuando llegábamos, quienes estaban ahí ayudaban a los que llegaban a salir del kayak y subirlo completo hasta por encima de la línea de marea alta. Luego, a desempacar todo antes de levantar el campamento o cocinar, incluso antes de elegir campamento.


El día anterior habíamos sido redistribuidos en equipos de trabajo y se nos había asignado un kayak. Cada quien tendría que vivir durante seis días con sus compañeros la parte más importante de todas: cocinar y levantar el campamento. El trabajo en común.


En la playa habían estrellas de mar ya secas formando una espiral, como si fuera un mural sobre la arena. Fuera esto, no había ningún rastro de huella humana y así deberíamos dejarlo. O mejor. Alguien preguntó el por qué llevábamos sólo toldos y no tiendas de campaña. La respuesta era sencilla: de esa manera estaríamos protegidos pero siempre en contacto con el medio, una forma muy eficaz de hacer sentir a cada uno de nosotros siempre parte del mar y de la tierra.


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