César Rodríguez Otaola
“El cielo, a 90 grados, justo arriba de la cabeza; puedes ver un negro tan profundo como el de la noche, sin importar si es de día, y cuando bajas la mirada hacia el horizonte se pasa de tonos morados a azules fuertes y luego claros. Es simplemente impresionante”.
Así vivió Alejandro Ochoa Reyes la cima más alta del mundo, un momento que le cambió la vida, los pensamientos, que sacó lo mejor de él.
El 16 de mayo, Ochoa Reyes y su compañero de expedición Luis Espinoza Santillán, ambos de 27 años, alcanzaron los ocho mil 848 metros de la cima del Everest, en el clímax de una expedición que se extendió por más de 60 días.
La Diosa Sagarmatha, como también se conoce entre los tibetanos a la cumbre más alta del orbe, fue generosa con unos y egoísta con otros —Andrés Delgado t Juan Pablo Gómez, no lograron el objetivo.
Espinoza Santillán fue el primero en tocar el techo del mundo; Ochoa Reyes llamó por la radio pasadas las nueve de la mañana y le dijo a su novia Martha Ostos, que lo apoyaba desde el campamento base: “¿Dónde creen que estoy?”
El Everest no fue todo lo que Alejandro se esperaba de esta expedición pues, como él mismo dijo, se ha convertido en una “montaña comercial”; sólo el día que él ascendió lo lograron cerca de 60 personas, entre alpinistas y sherpas, entre cien y 120 lo consiguieron esta temporada.
“Esperaba algo más íntimo con la montaña, pero hay gente por doquier”, dijo Ochoa, cuya familia festejó ese mismo día de su ascenso, la primera victoria de su hermana Lorena Ochoa en la Gira LPGA, máximo circuito del golf profesional femenil.
Pero el destino le regaló algo de intimidad. “Sí, pude estar solo y creo que fue lo mejor de todo.
Cuando llegué a la cumbre estaba ahí el equipo de Discovery Channel, pero ya por bajar. Me tomaron algunas fotos, me devolvieron mi cámara y luego ahí me quedé fascinado, solo, sentado, maravillado de lo que veía. Tuve suerte, pues es rarísimo quedarse solo, con tanta gente intentándolo”.
Durante 45 minutos que estuvo en la sima se quitó el oxígeno suplementario y pese a lo delgado del aire, había que disfrutar al máximo el momento.
“Todo sucedió muy rápido, es difícil de asimilar”, dijo Ochoa, quien recordó que llevaba las cenizas de un amigo y otras cosas que iba a dejar en la cumbre, “pero todo eso se me olvidó, estaba atónito; ya hasta el último hablé por radio con Martha para avisar que estaba bien. Fue algo impresionante, una enorme fortuna haber estado solo en ese lugar.
“Todavía, cuando veo las fotos, me cuesta trabajo creer que fui yo, que tuve la suerte de no sólo estar ahí, sino de que en un universo de tanta gente que lo intenta, me tocó la fortuna de ser uno de los privilegiados en alcanzar la cumbre más alta del mundo”.
Y terminada la travesía no quiere decir más montañas por el momento, “ahora a buscar retos en el mar, en Eco Challenge, Iron Man”.
El Financiero
Junio 8 de 2004