El mar, después de tanto tiempo, sigue lamiendo los recovecos de la memoria. Ahí está el rugir de las olas al romperse en el arrecife del Caribe o las amplias olas del Golfo de México, o los esteros de Celestún y Ría Lagartos. Ahí, pero aquí dentro también. Es por eso que de nuevo vamos al mar, para sentir las olas y escuchar el mar de cerca y saber que no es sólo un recuerdo. Estar mojado y ya. Así de sencillo, con el sol a cuestas, la playa a un lado y el compañero en algún lugar no muy lejano.
Mares de México inició como una invitación de un capitán a navegar. Después de esa experiencia de once días navegando en mar abierto día y noche, el mar se quedó dentro de mí. Imposible sacarlo. Fue entonces que retomé un proyecto que Carlos Aragón y yo habíamos formado: navegar alrededor de la Península de Yucatán en canoas de madera tradicionales. Pero, ¿era viable? No: era demasiado caro, así que se detuvo.
Fue con Alejandro Niz que el proyecto reinició. Me enseñó a navegar en un kayak, a no desesperarme cuando remaba e iba dando vueltas y la técnica de autorrescate más socorrida. Eso me dio seguridad y después de meses, partimos. Éramos dos y queríamos navegar hasta Coatzacoalcos, pero dos cosas lo habrían de impedir: Alejandro se lastimó una mano y tuvo que desistir en el quinto día de viaje. Yo seguí solo y llegué hasta Cancún, agotado de remar contra el viento de la temporada de nortes. Ése fue el segundo factor.
Año y medio después, retomamos el proyecto. Porque para cuando salimos hacia el primer viaje, ya no se trataba sólo de dar la vuelta a la Península de Yucatán, sino de navegar todo el litoral mexicano. Navegar en kayak es mucho más lento que en una lancha de motor o en un velero. Pero tendríamos la ventaja de sumergirnos en el ambiente marítimo, de convivir con los pescadores, con la gente que vive cotidianamente en el mar.
Nos encontramos con sorpresas, pero quizá la más grata fue que la gente de mar nos recibía de una forma distinta a como lo hacía cuando llegábamos de tierra. La razón: llegábamos por mar. Es decir: compartíamos con ellos eso que llaman “la mar”, en femenino. Sabíamos de la sed y preguntábamos cosas que sólo entre hombres de mar se hablan: corrientes marinas, vientos, distancias, tiempos… Y nos acercábamos a ellos. Nos dejaban entrar en su mundo con una gran facilidad.
¿Qué buscamos al navegar todo el litoral mexicano? Un récord deportivo es quizá lo que llame la atención a todo mundo, pues nadie lo ha hecho antes y, por supuesto, ningún mexicano. Pero va más allá de remar día y noche pensando en cubrir una distancia: es explorar aquella zona donde mar y tierra se unen y que también pertenece a México. Porque a pesar de tener once mil kilómetros de costa, en nuestro país hay una cultura marina prácticamente nula y la gente, incluidos nosotros, cuando comenzamos, le teníamos miedo de sólo pensar en estar en medio de las olas.
Once mil kilómetros se dicen fácil y rápido pero había que buscar tiempo para hacerlo. Tiempo personal y encontrar las ventanas de buen tiempo a lo largo del año para poder hacerlo, que son pocas y muy breves. Así que lo planteamos por etapas, una expedición por cada etapa, aunque en el 2002 hicimos dos etapas de las planeadas en una sola expedición: habíamos recuperado la distancia perdida en la primera ocasión.
Ahora, Mares de México está por reiniciarse. La partida es el día 8 de noviembre con rumbo a la frontera de México con Estados Unidos, en la desembocadura del Río Bravo. El objetivo es navegar hasta el Puerto de Veracruz para, después de aproximadamente mil kilómetros de navegación a remo, dar término a la primera gran etapa del Proyecto: habremos terminado con ello el litoral del Atlántico y podremos pensar en ir a otro mar: el de Cortés o el Pacífico. Esta vez también va con nosotros Abraham Levy y Andés Serra. Seremos ya cuatro los involucrados en el proyecto. ¿Habrá más? Esperamos que sí.
Quedan miles de kilómetros por navegar y muchos más descubrimientos que hacer. Pero eso lo sabremos hasta que hayamos regresado de dar una palada tras otra, de ver volar las gaviotas robándole los peces a los pelícanos, de platicar con la gente, de pasar sed y cansancio, de apresurarse cada vez más por esa urgencia de llegar ya al objetivo y sentirse dichosos cuando ponemos finalmente pie en tierra y decimos: “Objetivo cumplido”.