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Montañismo y Exploración
BARRANCA DE PIEDRA PARADA
28 abril 2004

La barranca de Piedra Parada fue otro de los objetivos de la exploración mexicana e italiana en la Sierra Madre de Durango, en busca de Un mundo olvidado. Arturo Robles, uno de los participantes universitarios perteneciente al GEU, comenta sobre la exploración.







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UN SERIO DESACUERDO
La siguiente jornada fue una de las más duras y golpeadas por el sol. Caminamos durante horas entre complejos vericuetos rocosos situados sobre el caudal del río. El bosque quedó atrás, como atrás queda todo en un viaje de ida. Los árboles fueron relevados por palmeras, los arbustos por ortigas y la tierra por arena. Parecía en todo una barranca distinta. Al atardecer de ese día, nos establecimos en una pequeña extensión arenosa. �Hicimos el campo� y echamos a reposar nuestro menguado cuerpo.
Fue en la mañana del día siguiente en que tuvo lugar nuestra errónea interpretación del mapa. He de advertir en este punto, que mi destreza analítica en cifras topográficas es nula. Así que he optado por evitarme el riesgo de caer en un autoengaño y simplemente describir el percance sin las cifras involucradas.
El caso fue que el mapa y el altímetro tenían un serio desacuerdo acerca de dónde estábamos y cuánto restaba del recorrido. El primero afirmaba que sólo faltaba un día de camino para llegar al campamento base. Que era el lugar donde se encontraban nuestros compañeros. El segundo insinuaba que aún faltaba mucho andar.

Influidos por nuestro optimismo y por lo que Corrado memoraba del reconocimiento aéreo del cañón �hecho un par de días antes de emprender nuestro camino en manos de un piloto particularmente osado que zigzagueó las curvas del recorrido en cuestión� elegimos hacer caso al mapa y desdeñar al altímetro como a un cacharro vetusto.
Fue así como el cuarto día, anduvimos con el ánimo repuesto, más por la certeza efímera de que esa jornada sería la última que por el descanso adquirido durante la noche. Recorrimos más de lo mismo, al igual que pozas gigantes que se extendían a nuestros pies y que nos eran imposibles de eludir.
En el punto geográfico en que nos encontrábamos la barranca incrementó la esencia de su especie. Las paredes, ahora marrones, se habían enaltecido y los zigzagueos se evidenciaron mejor que en los kilómetros anteriores.

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