Debo empezar con una advertencia: el relato siguiente no abunda en datos técnicos para quien llegue hasta aquà buscándolos. Es más bien la narración de una anécdota reconstruida a grandes rasgos y trabajosos empeños de la memoria.
La historia que contaré es pieza del mosaico de actividades realizadas en una expedición en el sureste del estado de Durango, conformada por mexicanos e italianos. Como ya mencioné, ésta es sólo una porción de algo más extenso y el hecho que refiere no se alcanzará a percibir por completo sin sus narraciones fronterizas que se ha destinado a otros vivir y relatar. Sin embargo, confÃo en que sus respectivos narradores tengan lugar antes y después de estas páginas para contar su historia.
LOS PARTICIPANTESLa exploración del cañón de Piedra Parada, cuyo recuerdo tengo cada vez más aneblado, consistÃa en un recorrido de cuarenta y seis kilómetros delimitados por verticales rocosas que serpentean descendiendo gradualmente un desnivel desde 2500 hasta 1300 metros sobre el nivel del mar, si mi memoria no me engaña.
Tal empresa admitÃa cuatro personas a lo más, ya que el resto del grupo se encontraba elaborando otras tareas que, según supe después, no resultaron sencillas.
Uno de los integrantes de la cordada era Martino, un italiano miembro del grupo La Venta, cuya experiencia en tenaz progreso lo condujo hasta un digno lugar en este episodio.
Otro italiano presente fue Corrado, miembro también del grupo de La Venta. Historiado ya en marchas de este calibre y envidiable habitante de una isla italiana llamada Cerdeña.
Un integrante más era Miguel, oriundo de Durango y parte importante del grupo Pantera en la ciudad del mismo estado. Inscrito en esta anécdota por sus cualidades atléticas que rinden frutos en el ámbito ciclista antes que en cualquier otra disciplina.
El cuarto y último individuo del conjunto fui yo. Mi nombre es Arturo. Pertenezco a la Asociación de Montañismo y Exploración de la UNAM, y tuve lugar en los acontecimientos siguientes, más por una red de casualidades que de méritos, ya que mis compañeros gremiales gozaban y gozan de facultades cientÃficas de las que yo carezco y, por lo tanto, sólo pude ingresar en la actividad extenuante de trasladar el material necesario para la exploración del cañón de Piedra Parada.
INICIOEl cuatro de noviembre empezó nuestro recorrido. Después de seis horas de trayecto en carretera, nos detuvimos a la orilla de un pueblo llamado Â?Tambores de abajoÂ? (el porqué de ese nombre sigue siendo un misterio indescifrable para mÃ).
Nos encontrábamos a 2500 metros sobre el nivel del mar y el terreno era boscoso. AtardecÃa y procuramos no demorar. Tomamos las cuerdas que nos acompañaron casi todo el viaje (dos de 60 metros y una más de 40), el equipaje personal, comida para siete dÃas, radios, cámara de fotografÃa y de video, un taladro hermoso (si tal cosa existe) que usaba gasolina blanca por combustible y embestÃa como un toro al cumplir su función. Función, que por cierto, se vio truncada cuando tuvo la desfachatez de abandonarnos en el peor momento tres o cuatro dÃas después.
Nos despedimos de todos y acatamos nuestra ruta. Aquella tarde no caminamos más de quinientos metros debido a que casi anochecÃa. Nos instalamos bajo un conjunto de árboles quebradizos. Recolectamos y encendimos maderos secos para sobrellevar mejor la noche.
Miguel fue el único de nosotros Â?y quizá el único ser humano en toda la regiónÂ? que no sintió frÃo esa madrugada.
Durante la mañana del dÃa siguiente, un hombre al que le sigo agradecido porque nos guió por una suerte de veredas que atajaban el camino, ahorrándonos cuatro horas de caminata, según sus cálculos certeros. Creo se llama Roberto. Aun asÃ, la jornada fue extenuante. Anduvimos hasta el atardecer por una vereda larguÃsima y plana entrecortada de cuando en cuando por el caudal pacÃfico del rÃo, que fluÃa entre declives boscosos.