Lynn Hill y Greg Child. Free climber: mi vida en el mundo vertical. Ediciones Desnivel, Madrid, 2000. 269 páginas. ISBN: 84-95760-78-9
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No importa en qué lugar del mundo esté o qué cumbre haya logrado, la mayor sensación de plenitud en mi vida está conectada con la gente. Tengo la suerte de formar parte de una gran familia internacional unida por una pasión común. A través de todas mis experiencias durante años, el puro placer de jugar sobre rocas con mis amigos ha sido la inspiración fundamental de mi amor por la escalada. Lo que comenzó como una simple salida a unos riscos del sur de California hace veintiséis años, se ha convertido en un vehículo para evolucionar como persona, conocer mundo y compartir esas experiencias con otros.
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El Capitán fue ascendido por primera vez por la ruta La Nariz en 1958. Años después, es asediada una y otra vez por varios escaladores que pretenden liberarla, es decir: escalarla en libre al estilo que Yvon Chouinard mencionaba en los años sesenta: “[Escalada libre] …significa que no se emplea ningún tipo de ayuda artificial para progresar...” (Yvon Chouinard, cit. Steve Roper, Campo 4, p. 201)
Sin embargo, los intentos siempre terminan en fracaso porque “no hay apoyos”. Sin embargo, una mujer menuda se desplaza hacia arriba y logra el primer ascenso en libre de esta ruta. Se trata de Lynn Hill, una mujer que para entonces cuenta con un historial en escalada bastante impresionante. Pero ¿quién es Lynn Hill? En palabras de Pat Ament: “...una chaplinesca vagabunda de cara sucia en el campo de los escaladores de Yosemite.” (cit. en p. 116)
Como mujer, se metió a un “mundo de hombres” al forzar sus propios límites: “...cada vez fui más consciente de qué pocas mujeres estaban forzando los límites de la escalada y la resistencia como estaba haciendo yo, y de cómo mi pasión me había llevado en gran medida a un mundo de hombres.” (p. 145) pero al mismo tiempo se enfrentaba con el “inconveniente” de ser mujer en un mundo de escaladores, algo que supera con facilidad con una filosofía muy particular:
“A menudo me defraudaban las actitudes sexistas fuera del mundo de la escalada, pero aún me molestaba más verlas entre escaladores. Tal vez eso era porque sentía que la escalada era la primera actividad auténticamente igualitaria en la que yo había tomado parte. Todos eran iguales ante la roca, a mi entender. La belleza de la escalada radica en que cada persona es libre de hacer su propia coreografía para adaptarse a la roca.” (p. 54)
Formada como escaladora en el Valle de Yosemite, donde pasaba viviendo una larga temporada prácticamente sin dinero y usando todos los trucos que usaban y usan los escaladores para sobrevivir en el Campo 4 (de ahí la descripción de Pat Ament), absorbe una filosofía y ética de la escalada de los escaladores pioneros que, aunque ya no están en activo, tienen un transmisor oral: Jim Bridwell.
De esta manera, Lynn Hill descubre las reglas no escritas de los escaladores del Valle:
“Las reglas principales eran:
“Regla uno: Todas las escaladas comenzaban en el suelo. Si estudiabas una vía desde arriba, rapelándola antes, o si colocabas seguros desde arriba con ese método, habías hecho trampas y fracasado en la escalada.
“Regla dos: Si te caías subiendo de primero, tenías que descolgarte inmediatamente al suelo y comenzar de nuevo. Si te colgabas de cualquier seguro a lo largo de la vía, también habías fracasado y hecho trampas.
“Estas reglas se convirtieron en mandamientos para nosotros durante los años setenta y ochenta y, cuando algunos escaladores empezaron a desviarse de esas tácticas en años posteriores, hubo grandes controversias, cartas encendidas a los editores de muchas revistas y hasta peleas a puñetazos. Sin embargo, al final, cuando acababa la década de 1980, esa filosofía quedaría descartada casi por completo del libro de normas de escalada. No sólo evolucionó el material, sino también cambiaron la visión y los métodos de la escalada libre y estas reglas se volvieron prácticamente obsoletas. El énfasis se desvió de la herencia montañera de la escalada, en la que el riesgo y el peligro se consideraban parte integral de la experiencia, y se dirigió hacia vías en las que se metían tornillos rapelando y en las que se podían explorar con seguridad nuevos niveles de dificultad. Pero cuando empecé a escalar, esas normas eran la ley.” (p. 100)
Su primer ascenso a La Nariz y la primera femenina a The Shield, le descubren el mundo de las grandes paredes.
“Allá arriba no hay vuelta atrás y no hay lugar para el pánico. Vérselas con una laja medio colgada que estaba a punto de desprenderse de la pared y machacarte, o hacer un largo en plena oscuridad, formaban parte de un viaje de autodescubrimiento e independencia.” (p. 110)
Pero luego participa en los primeros campeonatos mundiales de escalada deportiva, compitiendo con Catherine Destivelle. Este mundo, que ella llama “el ruedo”, termina por hartarle:
“Tras batallar con todo ese nacionalismo de tres al cuarto, estaba agotada por el desgaste emocional de hacer el circuito de la competición como por la falta de deportividad, el quebranto de las reglas y los monumentales egos que infestaban las competiciones.” (p. 217) Pero no se retira, sino que lo hace cada vez mejor y se convierte en una escaladora profesional, es decir: vive de ello. Hasta que llega el momento en que descubre algo importante:
“...las competiciones ya no iban conmigo. Hasta me parecía que el estilo de escalar en esos paneles artificiales se correspondía cada vez menos con el mío natural de escalar. En roca, yo aprendía a adaptar mis dimensiones personales a sus sutiles rasgos. Como las paredes artificiales se ven inherentemente limitadas en forma y características, la libertad de expresión que ofrecen es menor. El estilo que había desarrollado con años de escalada en roca se acoplaba mal a ese mundo de la competición y no me interesaba adaptarme.” (p. 224)
Entonces regresa a las grandes paredes. Es así como logra el primer ascenso libre de La Nariz. Pero, inconforme y tras haber escalado la ruta a velocidad con Hans Florine, se plantea “la idea de hacer la Nose enteramente en libre y en el día, representaba un nuevo reto por derecho propio.” (p. 241)
Logrado también este objetivo, se había convertido ya en una leyenda. Pero han pasado años desde que comenzara a escalar y dejara atónitos a muchos hombres cuando pasaba por pasos o rutas de las que ellos no podían despegar del suelo.
La autobiografía de una mujer cuya pasión es la escalada en roca, representa una visión completamente diferente de las numerosas biografías o autobiografías de hombres alpinistas o escaladores, con otro enfoque, con otros problemas pero con la misma pasión:
“Los escaladores se han venido identificando con el sentimiento de ese título enigmático [Los conquistadores de lo Inútil, de Lionel Terray] que pregunta: «¿Qué conquistamos en una montaña?». Lo cierto es que por escalar hasta lo alto de una piedra o un pico no «conquistamos» nada. Quizá hace cuarenta, o cien años, llegar hasta lo alto de una montaña y sobrevivir a las duras condiciones del entorno alpino, se percibiera como un triunfo del hombre frente a la naturaleza. Hoy, la tecnología y la profusa exploración de casi todos los rincones del planeta, ha cambiado nuestra interacción con el mundo, pero parece que el espíritu que nos empuja sigue siendo el mismo.” (p. 268)
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Erratas
Página 49, línea 11. Está hablando del ascenso por la vertiente del Rupal por los hermanos Messner y continúa: “Por sorprendente que parezca, un par de años más tarde Messner regresó a la misma pared [el Diamir] en la que su hermano había quedado aplastado bajo toneladas de hielo y volvió a subir el Nanga Parbat en solitario.” El ascenso en solitario al Nanga Parbat fue hecho en 1978, es decir: ocho años después.
Página 66, cuarto párrafo, dice: “El Cap tiene mil metros, lo que se traduce en escalar una treintena de largos”. La dimensión del Capitán aquí es tomada como mil metros, mientras que en la página 63, línea 6, dice: “...Normalmente a la gente le llevaba varios días escalar esa vía [La Nariz] de novecientos metros...”. En la página 77 se habla de la cara sur del Aconcagua (tres mil metros) como “Dos veces y media el Cap.” A lo largo del libro la altura del Capitán se menciona como 900 metros.
Página 92, línea 2, dice: “Corría el año de 1946, cuando no se había escalada ninguna de las grandes paredes de Yosemite, y el hombre del momento era un herrero vegetariano nacido en Suiza llamado John Salathè.” Steve Roper en su libro Campo 4. Recuerdos de un escalador de Yosemite, habla de la misma escena pero en 1957.