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Montañismo y Exploración
CRÓNICA DEL AVISTAMIENTO DEL PLANETA
1 septiembre 2003

El acercamiento del planeta Marte a la Tierra ha dejado sorprendido a muchos de quienes lo han visto. Pero, ¿son ellos los únicos sorprendidos? ¿Quién más ha visto al planeta?







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Varios detalles no los recuerdo con claridad, fuera de que la madrugada del miércoles tuve una vista increíble de ese planeta. Había conocido a mis colegas en un foro de Internet, entremezclados entre miles de correos sobre el próximo Ano Gabriel Guevaro de la escalada en plástico, aún párvulo.
Me encontraba a bordo de un vehículo de todo terreno medio chistoso. Iban conmigo Walter, que era el decano del grupo, Reinhold, Jerzy, Hans y yo. Por mucho, Hans y un servidor éramos los chamacos del grupo. Atravesábamos el Valles Marineris mientras sus altísimas paredes, más altas que Yosemite, nos enmarcaban a ambos lados.
Finalmente, después de muchas horas, comenzó la pendiente. El vehículo sólo subió los primeros 3 kilómetros verticales antes de que la pendiente obligara a que tuviéramos que proseguir a pata. Mi cuerpo se sentía casi lo doble de pesado, algún efecto de la gravedad, mientras que las mochilas eran inmensas por los tanques que necesitábamos.
No me quiero detener en la odisea que fue caminar y subir esos cientos de kilómetros sin ni siquiera una méndiga bici de esas que suben a 45 grados. Algunas rocas de forma o color caprichoso eran recolectadas por el curioso de Reinhold (¡qué bueno que no vinieron los mil millones de chinos!), mientras echaba carreritas con el Jerzy, que tiro por viaje se quedaba atrás. Era cagado oir a Jerzy recriminar con su acento polaco tan chistoso.
Walter venía con un paso firme, pero hasta el final, pues traía cargando varios pomos para la ocasión y un telescopio de alguna marca italiana rara ("orgullosamente hecho en mi patria", decía).
El más grande obstáculo fue cuando tuve que subir en red point un muro de más de 3500 metros de alto por una ruta que estimé sería un 5.15c sostenido, pero más adelante Hans me dijo que era más bien un 16 (le costó trabajo seguirme y tuvo que jumarear). Subir los marranos con los tanques, las botellas de vino y el frágil telescopio fue una odisea. En algún momento recuerdo que tuvimos que dormir una siesta para recuperar nuestros agotados cuerpos hercúleos, perfectamente formados.
Finalmente llegamos a la cumbre poco antes de la hora determinada para el espectáculo. Ahí, poco a poco fue apareciendo ese punto grande que por primera vez mostraba un color azuloso. Afortunadamente, Deimos se encontraba del lado opuesto de la esfera y Fobos no se veía. El telescopio hizo maravillas: ahí, a 27,000 metros de altitud sobre la superficie, vimos que el tercer planeta tenía una luna. Seguramente, algunos montañistas estarían en sus alturas mirando hacia donde estábamos. Además, habíamos subido por vez primera el Monte Olympus, pues no había cruces, ni antenas de microondas, ni grafittis por todas partes� ¡no había ni basura!
Nos abrazamos fraternalmente, en ese espíritu de camaradería montañera (y tambien simplemente "ñera"), que hizo que Hans rodara unas lágrimas y Jerzy se pusiera flamenco con el vino y dijera no se qué discurso en su ininteligible inglés con acento polaco. Reinhold nos guisó unos salchichones y papas y yo gustoso saqué las tortillitas Tía Rosa y unas rajitas.
Después de saborear el triunfo, dormimos en la cumbre.
Al despertar, comenzó el interminable descenso, pero para ese sí íbamos preparados: sacamos unas sandboards y comenzamos a deslizarnos con la pura pendiente (no hay aire ahí).
Venía preocupado de que fuéramos a encontrar exactamente la parte alta de la pared, pues ahí habíamos dejado la mayoría de los fierros. De pronto ¡Algo pasa! Siento vientecillo (¡cosa por demás imposible en ese lugar!), y luego frío y humedad en mi ropa. No estoy de pie, sino sentado, recargado contra una pared. Me siento desorientado. No sé dónde están mis compañeros. Oigo voces a mi alrededor pero no entiendo muy bien lo que dicen entre lo aturdido de mi cabeza� por fin oigo que alguien dice: "¡pásenle otro al Rod!", y siento entre mis dedos el calor gratificante de un carrujito recién encendido del que inmediatamente hago uso, pero de Hans, Reinhold, Walter y Jerzy no vuelvo a saber nada� espero que hayan bajado bien.



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