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Montañismo y Exploración
Zapotitlán
10 junio 2002

Un grupo de mujeres bajaron curiosas a ver qué eran esos dos pequeños "cayucos" amarillos y ahí comenzamos a escuchar de una pareja de "gringos" que habían llegado también en kayaks, pero que iban en sentido contrario. Al parecer habían salido de los Grandes Lagos y se dirigían a Belice, aunque nadie sabía decir si lo habían hecho en un solo viaje.







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Zapotitlán es un nombre común para un pueblo y era, también, el primer nombre en náhuatl que encontrábamos en el recorrido. No cabía duda: estábamos acercándonos a nuestra meta y el sólo encontrar signos conocidos nos hacía sentir mucho más cercanos. Habíamos remado varias horas y buscábamos el lugar adecuado para pasar la noche y yo me acerqué a Zapotitlán, que desde el mar sólo se ve una casa sobre una loma y una palapa a la orilla del estero. Pero el pueblo quedaba arriba, sobre la loma. Un pueblo que podía estar en la Sierra Zongolica o en la Norte de Puebla o de Oaxaca. Todo me era conocido, hasta el acento con que la gente hablaba.


Un grupo de mujeres bajaron curiosas a ver qué eran esos dos pequeños "cayucos" amarillos y ahí comenzamos a escuchar de una pareja de "gringos" que habían llegado también en kayaks, pero que iban en sentido contrario. Al parecer habían salido de los Grandes Lagos y se dirigían a Belice, aunque nadie sabía decir si lo habían hecho en un solo viaje.






















Lo cierto es que habían llegado cuando entraba un norte y que entraron con mucha facilidad a la boca de un río que entonces estaba crecido, se bajaron de sus kayaks y fueron a recoger fruta. Pasada una o dos semanas se fueron como habían llegado pero, eso sí, haciendo gala del dominio de sus embarcaciones pues se habían volteado a propósito y se habían enderezado con rapidez dejando asombrados a quienes los veían. Sus nombres eran Susana y Daniel.


Una de las mujeres nos preparó comida cuando le pedimos que nos vendiera algo de ella, pero no nos cobró un centavo. Su marido también viajaba mucho y ella esperaba que lo trataran al menos como ella nos trataba a nosotros. Descansamos sentados a la mesa de una tienda y platicábamos. En algunos lugares había setos como los de zonas residenciales que separaban una casa de otra. En fin: un pueblo demasiado organizado para estar en la costa y eso era precisamente lo que me sorprendía: un pueblo prácticamente de la sierra, incluso con pinos y barro consistente. Casi podría decir que estábamos en casa, aunque nos faltaba muy poco para llegar.





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