Los últimos metros fueron de lo más pesado. Cansados y doloridos como estábamos, todavía debíamos ser lo suficientemente ágiles como para librar a la gente que se bañaba en las playas y que nos miraban con curiosidad. Entramos a la playa. Ambos nos pusimos en pie, nos acercamos uno al otro y nos dimos un gran abrazo. Lo habíamos logrado.