Al amanecer nos dimos cuenta de nuestra suerte: habíamos acampado a un par de cientos de metros de unas rocas en la playa y de un caserío que no imaginábamos ahí. Los pescadores ya se hacían a la mar. Nosotros seguimos poco después. Esta vez remábamos nuevamente hacia el norte, hacia Antón Lizardo. Poco a poco nos fuimos despegando de la costa para ahorrar distancia de remada. También esperábamos el viento que nos ayudaría a viajar más velozmente, pero nunca apareció.
Alex iba más cerca de la costa y en un momento que miré hacia él vi una montaña grande y lejana. "Es el Cofre de Perote", me dije. Me detuve para verla. Sí, era el Cofre. Hacia la izquierda debería estar el Pico de Orizaba, pero sólo alcancé a ver la Sierra Negra. Lo demás estaba cubierto de nubes. Estábamos ya en tierra conocida. Comencé a preguntarme si las embarcaciones de principios de la colonia que traían gente de Europa verían de la misma forma. Quizá sí. A esas cumbres ya había subido y el Cofre tenía un especial significado porque lo había subido cuando hicimos la Ruta de Cortés. Desde allá arriba había visto el Iztaccíhuatl y entonces me dije: "Es ya terreno conocido", lo mismo que ahora.
Pero llegar a Antón Lizardo fue más pesado de lo que esperábamos. Alex seguía maltrecho de su brazo y yo de la espalda. Forzosamente, teníamos que ir más despacio y detenernos más veces de las que pensábamos. En Antón Lizardo desayunamos y descansamos un poco en la sombra mientras un niño de siete años nos decía que por qué viajábamos en una "banana". Luego nos dijimos que podríamos llegar a Veracruz en pocas horas, sólo debíamos dar vuelta a la punta y dirigirnos en línea recta hacia los astilleros.
Eso hicimos, sí. Los astilleros del puerto parecían arbolitos desde lejos y yo me confundía con las islas que veía por primera vez desde el mar. Pero llegar a tierra no fue tan sencillo. En primer lugar tomamos rumbo al puerto, pero nuestros respectivos dolores nos hicieron considerar a Boca del Río como un lugar más adecuado, así que hacia allá fuimos. Yo tomaba posiciones increíbles para remar y descansar un poco la espalda. Alex remaba con un solo brazo y hacía juego con el timón. Nos encontramos con una marea que nos regresaba un poco y no queríamos detenernos pero los dolores eran más fuertes, aunque constantemente lo hacíamos.
Los últimos metros fueron de lo más pesado. Cansados y doloridos como estábamos, todavía debíamos ser lo suficientemente ágiles como para librar a la gente que se bañaba en las playas y que nos miraban con curiosidad. Entramos a la playa. Ambos nos pusimos en pie, nos acercamos uno al otro y nos dimos un gran abrazo. Lo habíamos logrado.
No había nadie para recibirnos y yo recordé la decepción que muchos sufren al llegar a su primera cumbre: "¿Es esto todo?" Sí. Era todo. Habíamos llegado.
...qué más les puedo decir, esto fue un éxito, estamos vivos y listos para otras aventuras...
En total recorrimos 1400 kilómetros en exactamente ocho semanas, estos últimos días fueron duros por el cansancio acumulado pero lo logramos, si, la neta estamos jodidos y nos vemos muy jodidos, mas de lo que estamos, pero ya pasará, ahora por lo pronto es descansar...
Gracias por el apoyo.
Misión Cumplida.
Eran las 17:28 horas y mil cuatrocientos kilómetros de costa quedaban detrás de nosotros.