Día de navegación 19. Miércoles 15 de mayo, 2002
Los días que estuvimos en Campeche fueron más de los que habíamos planeado. Alguien del gobierno nos dijo que nos conseguiría una entrevista para televisión y tal entrevista resultó un juego en el que la conductora era la protagonista principal. En resumen: un fiasco y una pérdida de tiempo. Lo único que nos agradó fue estrechar más vínculos con Héctor Solís, el dueño de la marina adonde habíamos llegado. Sus planes ecoturísticos son realmente buenos, desde un paseo a bordo de un galón de piratas (rememorando los asedios de filibusteros que sufrió Campeche) hasta viajes en kayaks a los manglares para observar de todo, inclusive flamingos.
Pero nuestra partida de Campeche, por muy bonita que estuviera la ciudad y por más gratos recuerdos que me trajera de mis estancias en Antigua Guatemala, tenía que llegar y la hicimos el día 15 de mayo a las 13:20, hora en que habíamos terminado de acomodar todo en los kayaks y que llegaba algo de brisa, ese viento ligero que esperábamos cada vez más para aligerarnos la boga continua, ese mover brazos y subir y bajar hombros que no se detenía y que hacía que nos pesaran más las manos, la pala, los hombros cada momento. Así que una ligera brisa era bienvenida, sobre todo si la marejada era a favor, como lo fue.
Claro que salir con la mar picada iba contra las reglas de la marina y se preguntaban si tanto oleaje no nos molestaría, pero la verdad es que lo único que pasaba era que nos cansábamos más pronto, aunque avanzábamos velozmente. Al atardecer llegamos a Seybaplaya, a unos 30 kilómetros de Campeche. Yo con algo nuevo: un dolor agudo en la espalda baja que me había hecho disminuir mi velocidad. Ahí, en Seyba, se terminaba la fiesta del pueblo, que dura varios días y que termina el 15 de mayo, así que nos encontramos con un pueblo metido en festividades y al mismo tiempo con la preocupación de dejar a los kayaks en un lugar seguro. Salomón Ortiz fue quien nos brindó hospedaje en su casa: un almacén de pescado atendido por niños.
Pasamos muchos muelles grandes uno de ellos de PEMEX, otro de Cemex y después de ver un pequeño puerto de abrigo, alo lejos se veía Seiba playa y se escuchaba un gran reventón y ¡oh sorpresa!, era el ultimo día de la fiesta del pueblo y todos estaban tome y tome, baile y baile y pues ya era tarde, casi como las 6:30 PM, y se empezó a nublar demasiado y estábamos a sólo 50 metros cuando empezó a llover, llegamos a la orilla y cayó un tormentón que me salí del kayak, me fui a la parada de camión y tenia un frío que parecía hipotermia, así que tome la cobija de aluminio y me tapé pero la tormenta estaba tan fuerte y los vientos también que el agua me caía de todas partes a pesar de tener techo, no se veía a 20 metros así que no quedo otra más que esperar como media hora a que pasara la tormenta. Después de una plática con borrachines que duro y dale con que yo era gringo (que de hecho siempre que llego me tachan de gringo, ni modo eso es por culpa de mi mama por pasarme los genes), encontramos donde dormir; no me quejé al principio (después sí) porque dormimos en una pescadería, es el lugar donde los pescadores llevan el pescado del día y ahí se corta y almacena para ser distribuido a otros sitios, así que el olor a pescado es desagradable, lleno de moscas pero estábamos tan cansados que ni cuenta del olor sino hasta el día siguiente y cinco días después. Esa noche cenamos una leche con chocolate y quesadillas porque compramos un queso manchego pero ya estaba todo aguado y caliente pero de comida no me quejo si he comido tortillas de harina crudas con avena, tacos de avena cruda.
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Más tarde, como a las 8, había televisión y vimos a Forest Gump y nos reíamos tanto de vernos como él con el pelo, la barba y remando así como él corre, fue chistoso, por ver la película nos dormimos tarde como a las 10 y me costo mucho trabajo levantarme al día siguiente así que remamos hasta las 9:30 de la mañana rumbo a Champotón a más o menos 32 kilómetros... El almacén funcionaba de una manera eficaz con ellos. A un lado había un comedor, una cocina y hasta un televisor a color que podían encender fuera del horario de trabajo. Los niños no llegarían a la mayoría de edad, salvo dos o tres, pero estaban felices recibiendo su "raya" el último día de fiesta. Al mismo tiempo, ellos mantenían libre de ladrones al almacén. Fue una noche bastante ilustrativa, pues cuando nos dormimos, ellos llegaron, encendieron la televisión (pero no la luz) y sin hacer ruido la veían en silencio.