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Montañismo y Exploración
La Barra de Tupilco

La gente, apenas hicimos tierra, comenzó a salir de sus casas escondidas detrás de las dunas costeras. Ancianos, mujeres, niños, adolescentes y adultos… todos preguntaban qué hacíamos, adónde íbamos, si Alex era gringo, si… pero lo más inquietante fue que tocaban todo: los remos, el kayak, cualquier cosa que estuviera al alcance y sin pedir permiso.







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Esa barra era uno de los sitios que queríamos evitar a toda costa. Después del ataque inmisericorde de los chaquistes, la gente nos dijo que en El Alacrán había muchísimos más. Así que si pudiéramos evitar ese sitio... Pero eran casi 50 kilómetros, demasiado para una sola jornada, pese a que estamos remando alrededor de 30 al día, navegar otros veinte significaba casi el doble de tiempo y quedaríamos cansados.


Pero el mar nos ayudó. Desde temprano tuvimos una ola a favor que, sin ser molesta, nos ayudaba ligeramente y los 30 kilómetros (en el poblado Sinaloa, primera sección), estábamos frescos y temprano. Realmente nos hubiéramos quedado ahí, pero sucedió algo que no esperábamos:


...a la mañana siguiente salimos rumbo a Sinaloa que es ranchito antes de Sánchez Magallanes pero remando nos sentimos muy bien e hicimos la parada en el lugar planeado pero de repente se empezó a juntar mucha gente y nos dio ñáñaras así que decidimos huir y seguir a hasta Sánchez Magallanes fue algo sorprendente porque de nueva cuenta remamos más de 50 kilómetros...






















La gente, apenas hicimos tierra, comenzó a salir de sus casas escondidas detrás de las dunas costeras. Ancianos, mujeres, niños, adolescentes y adultos... todos preguntaban qué hacíamos, adónde íbamos, si Alex era gringo, si... pero lo más inquietante fue que tocaban todo: los remos, el kayak, cualquier cosa que estuviera al alcance y sin pedir permiso. No era maldad, sino curiosidad. Después de 15 minutos yo estaba realmente engentado y quería irme pero ya habían atrapado a Alex. Alguien le llevó un sonar negándose a creer que fuera mexicano y preguntándole para qué servía y cómo podría usarlo para pescar, que para eso se lo habían vendido. Y ahí estaba el bueno de Alex, explicando las funciones de un aparato no muy sofisticado, pero en lo cual se tardó mucho más de lo que yo hubiera deseado. Al final casi lo tuve que jalar para irnos.


Así remamos los dieciséis kilómetros que nos faltaban para Sánchez Magallanes y ahí nos recibió una pequeña comitiva de niños que estaban en la playa, nuevamente con preguntas, nuevamente con respuestas, también los niños duraron poco porque se fueron a ayudar a los adultos a recoger las redes en espera de que les dieran a cambio algún pescado. Cuando regresaron, uno de ellos traía una bolsa lleno de peces chicos que debía llevar a su casa para que todos comieran. Lo importante era que habíamos dejado atrás la Barra de Tupilco, una franja de tierra y arena de casi 50 kilómetros de largo.





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