Valerian Albanov. En el país de la muerte blanca. Una historia épica de supervivencia en el ártico siberiano. RBA Libros. 2001. 222 páginas. ISBN: 84-7901-751-1
Es cuando estás solo cuando eres libre. Si quieres vivir, lucha mientras tengas fuerza y ánimo. Puede que no tengas a nadie que te ayude en tu lucha, pero por lo menos no tendrás a nadie que te hunda. Cuando estás solo, siempre es más fácil mantenerse a flote. (p. 134)
Pero nos negamos a ceder a la desesperación. Sólo la acción podría salvarnos. (p. 160)
1912. El barco Santa Ana queda inmovilizado entre los hielos del Mar de Kara (círculo polar ártico). Dos años después, Valerian Albanov decide marcharse del barco que tiene ya dos años anclado y sin posibilidad de verse liberado. Ha tomado al decisión principalmente por sus desacuerdos con el capitán Brusilov, comandante del navío con quien tiene fuertes discrepancias. Sus preparativos los inicia solo, pero poco a poco, se le van uniendo algunos más en la confección de trineos y kayaks con materiales de ínfima calidad, pues el Brusilov ha pensado que esa partida tiene escasas probabilidades de éxito. En cuanto al Santa Ana, se dejaría llevar por las corrientes polares como el Fram hasta salir al otro lado de los hielos.
El viaje de Albanov hacia la tierra de Francisco José es completamente azaroso, pues tiene pocos elementos con él y todos de escasa calidad, además de compañeros a quienes debe servir de líder pero que no son marinos precisamente. Su única guía era el libro de Nansen, cuya experiencia les habría de servir de una manera definitiva: "Como todo nuestro conocimiento lo extraíamos de las experiencias de Nansen, tratábamos de su libro como un valioso tesoro. Lo he releído tantas veces que podría citar de memoria pasajes enteros." (p. 39-40)
Como la expedición había sido escasamente preparada para un objetivo ambicioso (cruzar por segunda vez el paso del noreste), quienes van viajando por el hielo no cuentan protección para los ojos, por lo que "...todos padecíamos en grados variables ceguera de nieve, que nos afectaba mucho la visión... y una vez que resultaba afectada la visión, todo parecía estar cubierto de un velo de niebla." (p. 63) "El tiempo era espléndido, cálido y sin viento, sin una sola nube en el cielo. El sol era deslumbrante. Yo había cerrado los ojos y me había embutido la gorra casi hasta las orejas, pero aquella luz intensa atravesaba hasta los párpados cerrados. De vez en cuando abría los ojos para comprobar la dirección que seguíamos." (p. 64)
Moviéndose sobre la banquisa de hielo que se mueve con las corrientes que hay debajo de ella y con enfermos de escorbuto, un día Albanov encuentra algo que le hace enfurecer definitivamente:
"Muchísima agitación hoy. Siento como si me hubiesen pegado un mazazo, pues sé que mis compañeros me han traicionado... Ayer por la noche dos de los hombres (no quiero mencionar sus nombres) pidieron permiso para ir a explorar a las cuatro de la mañana... Pero cuál no sería mi indignación al enterarme, cuando estábamos a punto de salir a por ellos, de que ¡nos habían robado vergonzosamente!" (p. 116)
Pese a haberse quedado sin el mejor material, logran llegar a tierra firme y desde encima contemplan la banquisa por la cual anduvieron: "Era el mismo hielo que había sido nuestro último vínculo con el Santa Ana, en ese momento a unas doscientas millas de distancia y a dos meses y medio por detrás en el tiempo. Estábamos dejando atrás definitivamente el reino de la muerte blanca." (p. 127)
Haber llegado a tierra firme supone un fuerte alivio, pero no la salvación porque aún deben llegar a un sitio habitado o al mismo refugio donde Nansen encontrara a los primeros seres humanos después de haber dejado el Fram. Pero en esta travesía es cuando comienza a perder a sus hombres, de los que se queja amargamente:
"Estos sitios son buenos para hombres fuertes como toros de espíritu resuelto y voluntad de hierro (como Nansen y Johansen), pero no para mis enfermizos compañeros tan débiles de espíritu, que se desaniman con mucha facilidad, que apenas son capaces de emprender un viaje de veranos en condiciones favorables." (p. 148)
Pese a la falta de cohesión entre su gente, encuentra algo en común: el deseo de vivir.
"Esto no era hostilidad hacia él, que nunca había hecho daño a nadie, y la madera de deriva en sí no era importante. Se trataba simplemente de que una persona más sana se rebelaba contra la enfermedad que había señalado como su objetivo a un camarada. Lo que se pretendía con esas palabras era sólo despertar en él alguna energía y voluntad de sobrevivir a toda costa. La mente debe ordenar a los miembros y convertirse en una fuerza que controle el cuerpo, aunque parte de ese cuerpo se niegue a obedecer. Los que se dejan ir en estas circunstancias son en seguida presa de la muerte. No hay más salida que seguir dominando el propio cuerpo, hasta el último músculo. Hay que rechazar todas las tentaciones, cuando el agotamiento te tienta a descansar, las piernas ceden. Es vital no entregarse. Hay que instar constantemente a la mente a la victoria en su lucha abrumadora contra el cuerpo. las seducciones de la letargia van penetrando poco a poco, con sigilo, dispuestas a dominarte y ahí es donde reside el peligro." (p. 153)
De todos aquellos que lo acompañaron en un viaje en busca de su salvación, sólo sobreviven Albanov y Honrad, quienes son rescatados por un barco ruso prácticamente desmantelado porque se había quedado sin carbón para navegar entre los icebergs. Así, antes de llegar a tierra, Albanov se enfrenta nuevamente a un problema que ya vivió:
"Nos rodeaba el hielo por todas partes. Se había acumulado tanto que habíamos llegado a pensar que nunca tendríamos vía libre. Estábamos considerando ya la posibilidad de abandonar el barco y dirigirnos a Nueva Zemlia en el bote salvavidas grande. Habíamos preparado previamente víveres para dos días. Sería imposible pasar el invierno a bordo de un navío que no era más que un casco y un motor, por no hablar ya de la falta de provisiones. Así que no veíamos ninguna alternativa más." (p. 197)
Albanov inicia su relato a partir de su decisión de abandonar el Santa Ana, por lo que el lector tendría poca oportunidad de saber cómo se fue gestando la tragedia de esta embarcación, de la que no se volvió a saber nada (hay que recordar que el Fram fue diseñado especialmente para ser atrapado por el hielo), pero la introducción David Roberts deja en claro todo eso. Las notas de pie de página están bien elaboradas y los comentarios bastante oportunos.
Erratas
Página 167, línea 2, dice: "...todo lo que Nansen dice. Johnson y él habían..." Debe decir Johansen en lugar de Johnson.