Nancy González Gea
El llanto de un bebé o la cima del mundo. Exitosa, aunque sus logros no se miden con medallas, Badía Bonilla le dará “vuelo a la hilacha”, según sus propias palabras, dos años más en los que espera seguir conquistando cumbres y, después, buscar una nueva meta, la maternidad.
El alpinismo es un deporte extenuante, sobre todo si se es mujer, pues aunque la montaña no hace distinción de sexos, las consecuencias en uno y otro género varían de manera considerable.
“Siempre que regreso de una expedición tengo complicaciones: miomas, trastornos en el periodo menstrual, quistes, hasta úlceras, y aunque soy una persona sana normalmente, termino con tratamientos de hormonas u otras cosas. Es difícil.”
Su voz denota una emoción mal contenida al hablar de las montañas, las cumbres, el esfuerzo recompensado; en sus ojos no desaparece esa chispa semejante al reflejo cegador del sol en la nieve, ese del que se ha cuidado tantas veces y que la han llevado a ser una de las mejores escaladoras mexicanas.
Corredora por convicción, Badía se acepta amante de los extremos, por lo que al conocer al que sería su esposo, Mauricio López, con experiencia en el alpinismo, no dudó en seguirlo a las alturas.
“Al principio lo hice para mejorar mis tiempos con la preparación del entrenamiento de altura, pero una vez en la montaña me encontré contra mí misma y eso me hizo cambiar mi visión de las cosas, ya no quise dejarlo, me apasionó.”
Esteparia
Su mayor sacrificio ha sido dejar a la familia, pues asegura ser muy apegada a sus hermanos, pero el arduo entrenamiento y las largas expediciones la alejan de ellos.
Badía es un estuche de monerías. Licenciada nutrióloga, vive sola desde los 18 años por desacuerdos con su padre, al que dice amar y respetar, sobre todo porque “me enseñó a no morirme de hambre”, al instruirla en el oficio de la mecánica. “Yo arreglo mi coche, le hago la afinación y el ajuste”, dice con sincera modestia.
Además, luego de su ascenso al Shisha Pangma, uno de los 14 picos con más de ocho mil metros de altura, se convirtió en la primera mexicana en conquistar tres cumbres de esta magnitud y haber logrado dos de ellas en un periodo menos a seis meses.
Aunque fue arriesgado, acepta que hay alguien superior que la cuida. “Cuando subimos al Everest (junto a su esposo, en mayo pasado), yo me sentía muy bien, pero me asusté cuando vi a Mauricio hincado en un lugar peligroso, ciego por la falta de oxígeno. Yo no sabía que era temporal, y me pegó fuerte, pero tuve que reponerme para seguir y llegar a la cima.”
En la conquista del Shisha Pangma, el pasado 5 del presente, vio a Mauricio hundirse en una grieta camuflada por la nieve y la ventisca. “Me quedé sin habla, lo bueno fue que sólo se hundió hasta el pecho, la misma nieve lo detuvo, pero pudo haber muerto.”
Todo esto pasa por su mente cuando se piensa en el futuro, por lo que ha tomado una decisión definitiva. “Dos años más y le paro, quiero ser madre, pero cuando tenga un niño no voy a poner en riesgo mi vida, seguiré corriendo, haciendo ejercicio, pero no lo voy a dejar dos meses o más por una expedición.”
Así, espera estar sana para ese momento, al que compara con un ascenso. “Un bebé tarda nueve meses en formarse, tiempo en el que la mujer tiene trastornos y malestares, tanto como en la preparación para una expedición; luego llega el momento de oír su llanto, como cuando conquistar la cumbre y eso hace que lo pasado valga la pena. Pero la meta no es la cima, sino regresar vivo, del mismo modo tienes que dedicarte a tu hijo por años después de nacer, para enseñarlo a vivir.”
Badía Bonilla, por sus logros, fue propuesta para el Premio Nacional del Deporte 2002, pero sabe que la competencia es difícil, sobre todo porque por tradición se ha favorecido a deportistas de disciplinas olímpicas. “Mi deporte no se mide en medallas, pero creo que es suficiente mérito arriesgar la propia vida y salir victorioso”, asegura la alpinista, para quien el premio sería un “plus” en su carrera.
El Financiero
Octubre 30 del 2002