Chiltepec, Tabasco
3 junio 2002
Don Pancho Córdoba es un hombre de 43 años con una sonrisa indeleble en su rostro y una amabilidad que le brota de la piel misma. Estar con él era sentirse en la propia casa. Cuando llegamos al faro, preguntamos por él y nos mostraron la casa, pero no había nadie, así que nos dimos a esperar metidos en el río.
|
El siguiente punto fue Chiltepec, el pueblo de donde eran los pescadores que habíamos conocido en el faro de Frontera. Ahí Pancho Córdoba nos había invitado a pasar la noche en su casa y la verdad la oferta fue muy tentadora cuando nos mencionó el ventilador y las ventanas con mosquitero, el baño con agua dulce y el río saliendo al mar. Empezábamos a cansarnos de la tienda de campaña y de la arena o, mejor dicho, empezábamos a manifestarlo, porque cansados ya estábamos desde hacía bastantes días.
Don Pancho Córdoba es un hombre de 43 años con una sonrisa indeleble en su rostro y una amabilidad que le brota de la piel misma. Estar con él era sentirse en la propia casa. Cuando llegamos al faro, preguntamos por él y nos mostraron la casa, pero no había nadie, así que nos dimos a esperar metidos en el río. Era delicioso estar metidos en el agua por primera vez en una corriente de agua dulce. Al rato llegó nuestro hombre con su sonrisa y diciéndonos que avanzábamos rápido y que el día anterior habían estirado la vista para encontrarnos pero no nos vieron.
Después del baño con jabón, la piel se siente más tranquila, aunque muy reseca todavía y sufre un poco cuando nos ponemos la ropa "limpia", aunque ya se sabe que en las expediciones se recurre mucho al de "la menos sucia" porque no podemos tener ropa realmente limpia con nosotros.
Pancho nos preparó una comida y nos contó de la mala pesca que habían tenido. Al día siguiente, dijo, saldrían de nuevo pero esta vez con un "paño" (una red) y si tenían suerte se quedarían por allá unos días. Recordaba la cantidad de lanchas que se reúnen por estas épocas en Isla Blanca, Quintana Roo: 400 y todas con una buena pesca. Por acá, mientras más avanzábamos, la pesca disminuía notablemente y se convertía en una lucha por conseguir mejor pesca entre los pescadores que salían al mar en decenas de lanchas. Quizá hubiera quien se adentrara más al mar para evitar la zona de alta densidad de lanchas de motor, pero en general todos tendían a quedarse lo más cerca que pudieran de la costa.
Chiltepec fue otro día de descanso. Estábamos descansando cada vez más. Mientras habíamos navegado en once días de Cancún a Progreso, nuestros cuerpos resentían cada vez más el ejercicio constante y nos dábamos descansos, nos permitíamos lujos pequeños como un helado o darnos un día de descanso para conocer. Y Chiltepec era precisamente uno de esos pueblos en los que uno no quiere irse.
Páginas: 1 2 3 4