Escribo esto un poco confundido todavía porque me
hace falta analizar cantidades de datos y hechos. Sé
que debo escribir muchos correos personales, para avisar que
llegué, enviar crónicas y demás, pero
ahorita no tengo cabeza para ello. No sé si reír
o llorar. Lo que sí sé es que he vivido la experiencia
más tremenda que mi experiencia en montaña me
ha podido dar.
¿Para el club? Logré tres cumbres. ¿Para
mí? La montaña me ganó. Daré una
breve crónica, y para los que no se aburrieron con
ella, al final les dejo tres puntos de discusión para
el foro:
Llego a inicio de la semana pasada [3 de agosto] a Huaraz,
después de dos días de traslado desde la ciudad
de México. Algo accidentados. De inmediato me reciben,
recordándome con cariño Vladimir Henoztrosa,
que ya esperaba mi llegada. Me pareció extraño
que a pesar de que por e-mail le pedía mucho que me
enviara información sobre los Huandoys, no lo hiciera.
A mi llegada, además de invitarme a comer, me urgió
a desistir.
Esa montaña está cerrada. Han muerto
gentes me dice.
Si, lo sé, ya he analizado cada accidente. Se
puede evitar le contesto.
Sin decirme más, me pasa un recado de Mario Perezortiz
que se encontraba allá.
Él intentó el Huandoy Oeste y fracasó.
Ve a verlo para que te platique.
Caminaba al Hotel Barcelona y en el camino me lo encontré.
En efecto: intentó los Huandoys por la ruta que yo
había programado como salida. Sin embargo, en su ascenso,
tenía algo valioso y decisivo para mi: tomó
video del glaciar del Valle en Herradura que hacían
los Huandoys Norte y Sur. El punto de ataque mío. Pasamos
algunas horas revisándolo y en lugar de pedirme que
no lo intentara, empezamos a planear el ataque por ahí.
Las rutas de avalanchas estaban bien marcadas. Tenía
información de un par de días de fresca.
El "Ace" estaba igual de emocionado que yo. Y también
molesto porque los porteadores no querían transportarnos
equipo a la zona. Se ofreció a acompañarme,
hasta el campamento base. Al día siguiente estuvimos
en camino. había que pasar por el campo base de los
Piscos y de ahí al del valle de los Huandoys. Era una
ruta realmente difícil de seguir.
Se veía que pasaron años antes de que alguien
la pisara. Llegamos a la cresta de una cuenca de un glaciar
fósil, continuación del glaciar de los Huandoys
y de los Piscos. Ahí nos sentamos todo el día
con el teleobjetivo a observar el glaciar. Esa noche nos tembló:
seis grados Richter, según la policía del Perú.
Al día siguiente, noté que el glaciar despeinado,
con grietas perpendiculares entre sí, se veía
muy marcado en sus fracturas. De repente vi una especie de
canalón en el centro que estaba limpio y que llevaba
directamente a una escalada mixta. De ahí al col que
trepaba al Huandoy. Por varias horas lo analizamos, y creímos
que seria bueno cambiar la ruta hacia allá. El Ace
partió ese día a Huaraz a esperarme, mientras
yo me quedaba solo frente a esa inmensa mole de roca y hielo.
Antes de anochecer fijé una cinta tubular al borde
de la cuenca del glaciar fósil y puse mi alarma a las
tres de la madrugada. Al otro día empecé a subir.
¿Qué puedo contar? A partir de las tres de
la madrugada me sumí en un extraño trance. Bajé
el glaciar fósil, empecé a trepar por una cascada
de hielo que terminaba en un grupo de seracs. Tomé
el canalón visto en el telefoto. Llegué a la
zona mixta y sin problemas entré al ultimo col para
llegar al plató: eran las siete de la mañana.
Llegando ahí, al amanecer, me encontré en un
mundo hermoso y perverso con sólo azul y blanco. A
un lado se extendía la cumbre Sur, en triangulo perfecto,
a 60 grados, dando la ilusión de una escalera infinita
al cielo. Cortándose en el azul. Tenia a la vista una
curva grande y la cumbre Oeste, en forma de pirámide,
y la norte en forma de un enorme monstruo encorvado, como dormido.
Tiré la mochila en la nieve, y sin parar de caminar,
escalé la sur. Me encontré después de
unas cuatro horas en su punta. Ante mí, la vertical
de la cumbre, de mil metros, de roca sólida. Al fondo
el valle de Llanganuco, ¡casi tres mil metros abajo!
No me esperé más de cinco minutos. Bajé
a toda prisa y subí mi campamento a la porción
alta del plateau. Puse mi tienda. Cavé un hoyo profundo
y puse mi mochila vertical en él. Me metí en
mi tienda y no dormí. De rodillas, envuelto en el sleeping
y meciéndome, escuchaba: el glaciar crujía debajo
de mí. Empezaba a tener miedo.
El reloj sonó de nuevo a las tres y a las cuatro y
media me levanté e hice la cumbre Oeste, luego la sur,
sin levantar el campamento. Desde la norte, miré la
última, la este, y quise hacerla "por el Ace"
pero algo me decía que no estaba nada bien. Bajé
pensando en volver a subir con el campamento en mis hombros,
cuando... ¡Avalancha!