follow me
Montañismo y Exploración
VOCES MILENARIAS EN LA SIERRA
15 octubre 2001

"Fue tal el espanto al descubrir los despeñaderos, que luego pregunté al gobernador [de Cerocahui] si era tiempo de apearme. Y, sin aguardar respuesta, no me apeé, sino que me dejé caer de la parte opuesta del precipicio, sudando y temblando de horror todo el cuerpo, pues se abría, a mano izquierda, una profundidad que no se le veía fondo y, a la derecha, unos paredones de piedra viva que subían en línea recta. A la frente estaba la bajada de cuatro leguas por lo menos, no cuesta a cuesta, sino violenta y empinada; y la vereda tan estrecha que a veces es menester caminar a saltos, por no haber lugar intermedio en que fijar los pies."







  • SumoMe


EL BALCÓN

Horas y horas de caminar sedientos sobre una tierra más sedienta que nosotros, que todavía escurrimos agua y somos blanco de los mosquitos que chupan sudor o sangre, ambos en grandes cantidades. Horas buscando gotas de agua en una vegetación tropical avara en líquidos. Ojos, oídos, nariz y tacto que se extienden más allá de las fronteras de nuestro propio cuerpo, más allá de nuestro propio tiempo. Todo, absolutamente todo, se extiende en un algo indefinido de tan complejo, y dibuja en la memoria, ésa que se ha puesto como una hoja de papel en blanco (tabula rasa), escenarios milenarios siempre diferentes, cantos de aves diurnas o de sapos gritones al anochecer, colores... colores originales con que fue tramado todo ser y objeto de la naturaleza. Olores primarios también... Es el alma sin edad de la Sierra. Y al mismo tiempo se anotan preguntas cuyas respuestas tardarán segundos o años o vidas en llegar, pero que indudablemente llegarán, quizá a la vuelta del cerro o en el siguiente recodo del arroyo, en la próxima lluvia...

Por eso es tan necesario, tan importante, seguir andando.

Cuando se anda por esas veredas sin tiempo de la Sierra Madre Occidental, se tiene la impresión plena de pertenecer a ese ambiente, pero si una espina se clava en una mano o una piedrecilla nos hace trastabillar, regresamos a la realidad: sólo somos extraños.

Poco a poco, la vereda se adelgaza y se hace perdediza. Gira y rodea peñascos pequeños, ramas, arbustos. Y precisamente en lo más alto, ahí donde, por un lado, se tiene una negra pared vertical por donde cae agua que viene de decenas de metros por encima, y por el otro una caída también vertical pero esta vez de cientos de metros, uno se ve obligado a descansar, pero no por la carga que se lleva a la espalda, ni por las horas que se llevan caminando, ni siquiera porque se tenga hambre (no hay lugar más inverosímil para preparar una comida o beber un trago de agua).

Se trata de algo más necesario aún. Es el paisaje mismo, es la fuerza de la naturaleza que plegó todas esas montañas como si hubiera sido una gigantesca mano jugando con una tela que después cubrió de verde o de ocre, según la época; es, también, un poco esa necesidad de todo ser humano de sentirse siempre por encima de todo o ese sueño irrealizable de volar por sí mismo, sin la ayuda de apéndices. Ahí, desde ese pequeño balcón de roca, unos cuantos metros por debajo de Piedra Redonda, los sueños se cumplen. Y aunque parezca complicado, uno se sienta y toma un sorbo de agua porque es necesario hacerlo. Entonces se recuerdan nuevamente las palabras "el fondo mismo del infierno", pero de alguna manera se sabe que es todo lo contrario.

Por aquí han pasado muchos viajeros y seguirán pasando. Esa necesidad vital de vivir se satisface en ese sitio.


RÍO URIQUE

El descenso a Los Alisos, primero, y al fondo de la barranca, después, estuvo acompañado de un aullido lejano e inconfundible: coyotes. La pendiente se hacía cada vez más abrupta y se llenaba de todos los tonos de verde. El último tramo fue al lado de un arroyo de agua lo suficientemente clara como para meternos a ella. En esta época la lluvia hace color de chocolate las aguas de los ríos. Miles de toneladas de tierra y nutrientes son arrastradas por las venas del mundo hasta el mar. Por eso es salado. En el mero fondo de la barranca tuvimos que usar un transporte recién instalado (apenas un año de vida le da derecho a llamarse nuevo): un cable de acero sobre el cual pasa una canastilla con dos asientos. Pero si creíamos que sólo dos pasajeros cabían, había que esperar a que don Victoriano Muñoz, quien opera la canastilla, nos acomodara de a tres y las mochilas. El paso sobre el río en este medio de transporte, cuyo motor son los brazos, es tan rápido que uno no tiene tiempo ni siquiera de sentir miedo de los remolinos acuosos que se forman debajo de uno.

Seguimos caminando por una carretera. En Guapalainas, pueblo tarahumar que ha ido perdiendo sus tradiciones por la cercanía con Urique, preguntamos por el nombre del único cerro prominente: pura roca. "Es el Cerro La Ventana. ¿Y sabe porqué se llama así? (Y continúa sin darnos tiempo de contestar) Ya lo va a ver, venga pa'cá. ¿Ve ese agujero en el cerro? Lo atraviesa y desde onde usté lo mire, la ventana se ve. Y ¿sabe quién hizo el agujero? (No) ¡Porfirio Díaz! Cuando no tenía nada qué hacer, se venía aquí el muy c... y con un pistolón le disparó desde aquí, onde estoy parado. (Todos los que escuchábamos reímos) Era bueno con la pistola don Porfirio, pero a mí ya no me hace nada. (¡Pues claro, ya se murió!) No, amigo... es que ya aprendí a disparar."


LAS VOCES DEL AYER, HOY...

Entramos a Urique después de pasar los veinte metros de anchura de un arroyo crecido. Con las botas mojadas, las mochilas sucias por los días que habíamos estado en la sierra y nuestros pantalones cortos, partimos plaza por la calle principal de Urique. Urique, al fin. Tres semanas habíamos caminado por la sierra y las barrancas y conocíamos lo que eran las barrancas de Chihuahua. En Urique concluía nuestro recorrido tras de los tres grandes formadores del río Fuerte. Pero no éramos los primeros. Sería absurdo mantener esa posición. Voces pioneras siempre se levantarán desde donde sea necesario para decir lo que hicieron:

"Fue tal el espanto al descubrir los despeñaderos, que luego pregunté al gobernador [de Cerocahui] si era tiempo de apearme. Y, sin aguardar respuesta, no me apeé, sino que me dejé caer de la parte opuesta del precipicio, sudando y temblando de horror todo el cuerpo, pues se abría, a mano izquierda, una profundidad que no se le veía fondo y, a la derecha, unos paredones de piedra viva que subían en línea recta. A la frente estaba la bajada de cuatro leguas por lo menos, no cuesta a cuesta, sino violenta y empinada; y la vereda tan estrecha que a veces es menester caminar a saltos, por no haber lugar intermedio en que fijar los pies."(4)

"...llegamos a la cumbre de la barranca del Cobre... La vista era magnífica: las profundas quiebras y barrancas, resultado de prolongados deslaves y erosiones, surcaban el suelo formando grandes elevaciones... En otras palabras, ahí fue donde por primera vez observamos barrancas que desde ese punto constituyen un rasgo enteramente característico de la topografía de la Sierra Madre."(5)

NOTAS

(1) La exploración duró del 21 de julio al 7 de agosto de 1991.

(2) Publicado en México Desconocido No 179, p. 32-35

(3) Descripción de José Tardá y Tomás de Guadalajara de una de las barrancas de la sierra Tarahumara hecha en 1676. González Rodríguez, Luis. "Las barrancas tarahumaras". Estudios de Historia Novohispana, México. UNAM, vol. V, 1974. p. 126

(4) Descripción de la barranca del Cobre hecha en 1680 por Juan María Salvatierra, el misionero jesuita fundador de la misión de Loreto, en Baja California. González Rodríguez, Luis. Op. cit. p. 122

(5) Lumholtz, Carl. El México Desconocido. Dos volúmenes. Instituto Nacional Indigenista, México, 1981. Tomo I, p. 141.

Páginas: 1 2 3 4



 



Suscríbete al Boletín

Google + Facebook Twitter RSS

 

Montañismo y Exploración © 1998-2024. Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con SIPER
Diseño por DaSoluciones.com©