Hay poco que ver si sólo se quiere ver el exterior. La iglesia con su altar festonado con trozos de roca argentífera, la plaza, donde se realizan todos los eventos importantes del pueblo, desde los cotidianos partidos de basquet o volibol hasta las bodas y los indispensables bailes, la tienda enorme del siglo pasado donde sólo faltan por sentarse los trabajadores de las minas en esos banquillos añosos pero bien conservados. Las minas, una vez espléndidas y ahora agotadas, son el elemento que falta para sentirse en pleno auge del pueblo, una historia de la que todavía quedan recuerdos en la boca de los más ancianos, de los protagonistas.