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Montañismo y Exploración
PRIMERA DE LA CUERDA EN "LA MUELA"
15 agosto 2001

—Pónme alguna excursión de roca para que lleve al próximo trimestre— le dije al compañero Raúl Revilla del Club Alpino Sierra Hidalgo. Pasaron los días, se terminó el trimestre en curso y recibí el programa nuevo. ¡La Muela!… fue la …







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—Pónme alguna excursión de roca para que
lleve al próximo trimestre— le dije al compañero
Raúl Revilla del Club Alpino Sierra Hidalgo.

Pasaron los días, se terminó el trimestre en
curso y recibí el programa nuevo. ¡La Muela!...
fue la excursión que a juicio de mi guía y compañero
había yo de llevar.. Sentí algo así como
un trocito de hielo recorrerme la espina dorsal, luego pensé
que si a él le había parecido bien esa roca, (¡rocota!)
era porque la podía yo llevar, y, finalmente, me dije
filosóficamente que faltaba mucho para la fecha en que
debía mostrar que algo había aprendido al frecuentar
las rocas con los chicos del Sierra Hidalgo.

Cronos siguió impasible deslizando la arena de su clepsidra,
y día tras días se ensartaron formando semanas
y por fin se llegó la terrible víspera. ¡Mañana
es!... pensé, y sentí como mil hormiguitas recorrerme
todos los dedos de las manos. No es cosa de cuidado —me
había dicho Raúl— en el sitio de más
peligro colocamos una clavija a principio de año, y eso,
al darte un descanso seguro te facilitará lo más
peliagudo de la ascensión, aparte de que yo iré
siempre pegado a tus talones.

Amaneció el domingo con un cielo gris. Al llegar a Pachuca
nos recibió un frío y cortante viento, hacía
una mañana clásicamente "noviembreril".
(después nos enteramos por la prensa que se había
desencadenado un norte en Veracruz). En el jardín Independencia
ya estaba reunido mi grupo: una señora joven, una niña
y siete hombres. En un momento se llenó el zócalo
de "La Bella Airosa" [Pachuca] de las voces y risas
de excursionistas, pues también llegaron muchos socios
del Club Exploraciones de México, que ese día
atacaban las Cargadas por sus tres paredes. Unos momentos de
conversación y luego la informal despedida de ambos grupos.
Al estrechar la mano de los tres guías del Exploraciones
que tenían "trabajo" un "¡Buena
suerte! —¡Falta que me va a hacer!— exclamaba yo.

Tomamos el carro para Las Ventanas y de ahí seguimos
por la vereda que va a La Muela. La tierra estaba completamente
empapada y al pasar demasiado cerca de los arbustos y rozarlos,
nos caían mil gotitas de agua que aún cubrían
sus hojas. —Abajo hace mejor tiempo— dijo alguien,
y efectivamente cuando empezó el descenso estaba completamente
seco el camino. Llegamos a la formación rocosa que se
encuentra ya para llegar a la base de la peña y por fin
estuvimos en el punto de partida.

Es una hermosa roca que, como su nombre lo indica, tiene la
figura de una gigantesca muela. Por donde se comienza a subir
mide unos treinta y cinco metros de altura, pero luego hay que
sesgarse hacia la izquierda, y a los pocos metros de haber empezado
a ascensión se ve el abismo a unos ochenta metros de
profundidad. Enfrente está una pared enorme, completamente
vertical que nos hace ver más claramente el tamaño
—por ese lado— de la que estamos escalando.

Ya cambiadas las "estoperoleadas" botas por unas
alpargatas, con un cable atado a la cintura, así como
el seguro (Una pequeña piola con bandola, atada con buen
nudo a la cintura), me persigné, recé una breve
oración y ¡al ataque!

Me habían dicho que me cuidara de los salientes porque
es una roca algo falsa, así que iba avanzando lentamente,
cerciorándome de la firmeza de aquellos antes de apoyar
el pie o la mano. Llegué hasta una repisa de tierra,
suben dos compañeros más hasta ese punto, y sigo
avanzando. En esta repisa hay un árbol cuyo tronco curiosamente
torcido semeja una escalera pegada a la roca, se dan unos cuatro
pasos por él y ¡arriba! Aquí hay que irse
completamente a la izquierda, o sea enfrentarse al abismo. Las
nubes demasiado bajas van a estrellarse allá abajo por
la velocidad del viento, no se alcanza a ver el fondo claramente
debido a la neblina y sólo se perciben algunos picachos
de rocas que sobresalen de la gris bruma. Quedó detenida
allí unos momentos mientras llega el compañero
Revilla, me alcanza y mira hacia arriba buscando la clavija
que había colocado. ¡Ya no está! Realmente
no contábamos con este contratiempo. Sin embargo no me
parece muy duro el tramo, tal vez porque me lo había
imaginado más liso y ahora lo veo con bastantes salientes.
No obstante, mi ayudante me asegura con el máximo cuidado,
me ata otro cable más delgado y busca un buen punto de
apoyo en la roca para ambos cables, así, en el desdichado
caso que me vaya yo para atrás, sólo me daré
unos porrazos y quedaré por unos segundos colgada como
piñata; pero bien segura contra el peligro del abismo,
que ya en su fondo, debido a la maleza y las rocas, semeja unas
enormes fauces dispuestas a tragarse a estas impertinentes hormiguitas
humanas que osan desafiarlo. Más abajo —en la repisa—
esta Toño Ortiz asegurando a su vez a Revilla, por aquello
de las dudas... Pero mientras buscan mi mayor seguridad me quedo
ahí pegada a la roca con un vacío de lindos noventa
metros a mis pies; recuerdo que es precisamente en ese punto
donde se han matado algunos escaladores. (Cinco cruces hay puestas
como homenaje a su memoria y constancia de los trágicos
accidentes). No hay que ver hacia abajo, pienso, no estando
sujeta de arriba más vale no jugar con los nervios. Por
fin comienzo a avanzar. Coloco un pie sobre el hombro de mi
compañero, lo cual me facilita el primer paso, ya que
allí la roca toma una ligera inclinación hacia
atrás. En esos momentos he olvidado lo que me propuse
al empezar: calma, calma y más calma. Ya sólo
deseo alcanzar un tramo de la roca que se ve más amable
al no estar tan vertical. La ley de la gravedad lo empuja a
uno hacia atrás, pero las puntas de los pies se apoyan
con toda su fuerza en los pequeños salientes y las manos
se aferran con suavidad, pero con firmeza, en otros bien seguros.
Aunque haya olvidado mi fórmula de "calma",
no está la situación para prisas. Es tan dura
la sensación del abismo que no suelta uno así
como así el saliente, muy despacio se abre la mano y
repta hasta encontrar el siguiente apoyo. Quisiera yo cogerme
de la roca hasta con los dientes. Unos minutos de cuidadosa
ascensión y ya se alcanza una parte inclinada hacia la
cima. Después de una hora de haber empezado el ascenso
llego a mi meta. Está otro árbol a cuyo tronco
sujeto cable y seguro. Sube el compañero Revilla, y mientras
él atiende al siguiente me voy hasta la cruz que está
colocada en el punto más elevado de la cumbre. Ahí
un grito de victoria, un saludo a los que no subieron (la niña
y un señor), y me arrodillo ante el símbolo cristiano
musitando una oración. Regreso con Raúl y lo ayudo
a templar el cable a los que siguen. Ya estamos todos arriba,
los abrazos de ritual, luego algunos vamos a otro pico de la
roca que semeja una arista de la muela "picada", y
después a bajar. El rappel lo hacemos en escasos segundos,
y al deslizarme suavemente por el cable se esfuma la tensión
de mis nervios y pienso que ha sido un día delicioso.


© Alpinismo, revista mensual. Tomo 2, número
13, octubre 14 de 1950. Páginas 8-9.





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