Isidro caminaba con paso lento, suelto, movía unas ramas que le impedían el paso, brincaba unas rocas o se trepaba a otras para escudriñar la vereda que en poco tiempo se perdió. Lo veíamos detenerse de repente y mirar hacia abajo durante segundos, los necesarios para que lo alcanzáramos. Hubo una ocasión que dudé de él. Se había detenido para mirar justamente hacia abajo y estuvo así por mucho tiempo. Me asomé y lo único que pude decir fue: “Yo por ahí no bajo”.