LOS HOMBRES DE LA SIERRA
1 diciembre 2001
Tratando de seguir la pista de Carl Lumholtz para recorrer toda la Sierra Madre Occidental, cuatro exploradores se encuentran, en su camino de Durango hacia Nayarit, serios problemas, de los más difíciles: los planteados por la gente del lugar.
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Poco a poco, nos dejó ver lo que él creÃa: por estudiantes entendÃa a los misioneros y como nos habÃa visto leyendo, creyó que llevábamos la Biblia. Fernando llevaba un libro pequeño con letra diminuta y pasta roja y gruesa. En efecto: parecÃa el Nuevo Testamento en una versión de bolsillo. Le expliqué que no éramos estudiantes de la Biblia.
�¿No?
Â?No.
Â?Entonces no conocen el mundo.
�No. Lo estamos conociendo. Por eso es que venimos hasta acá, para conocerlo.
El hombre nos vio a todos lentamente, como no creyendo. Entonces se dirigió a David, quien estaba sentado y le hizo preguntas sin hacerme caso a mÃ. De todas maneras, yo le contestaba. David respondÃa sentado y le hice la seña de que se pusiera de pie. No es lo mismo sostener una plática a diferentes alturas que a una pareja: se tiene o se pierde más control. Eso lo habÃa aprendido de los mestizos de toda la sierra, quienes menosprecian a los indios y sus culturas. Era un gesto de dominación, cierto, pero funcionaba y al menos no estábamos en posición de inferioridad y sometimiento, sino en igualdad de condiciones.
Â?Pues yo sà conozco el mundo. Yo he leÃdo "el libro". ¿Quieren conocer el mundo?
Â?¿AquÃ, en el pueblo?
Â?No. En otro lugar Â?e hizo un gesto pÃcaro.
�¿En la barranca?
Â?No, en otro sitio.
�¿Dónde?
�En otro sitio. ¿Quieren conocerlo o no?
Declinamos la "invitación": debÃamos partir al dÃa siguiente, dijimos, hacia Durango. Estaba claro que si nos quedábamos mucho tiempo en ese pueblo el problema crecerÃa. El juez apenas habÃa comenzado a beber y las borracheras siempre duran tres a cinco dÃas. Si esto sucedÃa en el primer dÃa, ¿qué podrÃa pasar después?
�¿Llegaron ayer y se van luego? ¿Cómo es que vienen de tan lejos, hasta acá y ya se van?
�Sólo venimos de vacaciones para conocer.
�¿Conocer tan lejos?
Nuevamente el problema de explicar el por qué estábamos ahÃ, por qué cargábamos mochilas y caminábamos si habÃa camionetas o mulas o avionetas para viajar. Nadie logra entender cómo, si uno que vive en la ciudad (y vivir en la ciudad es sinónimo de ser rico), quiere viajar por acá a pie y "sufriendo tanto".
La plática se alargaba. La niebla se hizo tan densa que no podÃamos ver más allá de veinte metros. La noche caÃa y nuestro vecino, un muchacho de veinte años que tocaba la guitarra la noche anterior, no asomaba la cara al patio pero era seguro que escuchaba tras la ventana de madera.
Finalmente, el hombre cometió un error en su argumentación:
�Si Durango está muy lejos. De Durango a México son doce horas de camión.
�¿Conoce por allá?
Â?Si y todavÃa más lejos: hasta Veracruz.
�¿Y a qué fue allá? ¿A trabajar?
�No: sólo a conocer.
�Entonces nos comprende, ¿verdad?
El hombre sonrió comprendiendo que por esa ocasión nos habÃamos escapado gracias a sus mismas palabras. No dijo nada y cambió la plática hacia sus funciones de juez. Nos habló de las autoridades y todo lo que hacÃan. ¡Vaya! Eso mismo querÃamos pero no de esta manera. En fin.
Â?Cuando alguien comete un error [sic] se le castiga. Puede decir: "ahora no me ve nadie y lo hace". Pero siempre hay alguien que lo dice. Entonces se le cita y se le pregunta: "¿Hiciste esto?" Si dice que no, entonces lo metemos a la cárcel, amarrado de las manos y pies [por lo que decÃa, era un auténtico cepo] y ahà lo tenemos por tres dÃas, sin comer ni tomar agua. Entonces se juntan los autoridades y le vuelven a preguntar: "¿Hiciste eso?" Entonces confiesa porque andar con hambre es muy cabrón. Le damos un castigo y le decimos que se porte bien, que no lo vuelva a hacer. Hay quienes dicen que no. Entonces lo metemos otra vez a la cárcel, pero en otra parte, lo colgamos del cuello y asà hasta que se confiesa.
¿Colgarlo? Hice preguntas sobre el castigo de colgar a las personas. ¿Se les colgaba un rato, pero ¿de dónde? ¿del cuello? Recibà una respuesta muy clara que no admitÃa más preguntas:
�¿Quiere conocer la cárcel? Está aquà cerca.
Entonces dejé de hacer preguntas y sin saber cómo, el juez se despidió amablemente y se perdió en la bruma. "¿Encontrará su casa sin verla? Sorprendente".
Los muchachos estaban alarmados. Yo también. HabÃamos recibido una amenaza cordial. ¿Qué pasaba? Me senté y respiré profundamente. TenÃamos que marcharnos de Lajas. Yo habÃa cometido el error de suponer que con haberme presentado con el gobernador ya estaba todo dicho y habÃa olvidado que entre los indios los cargos son compartidos. HabÃa que avisarle al gobernador lo mismo que al juez y al capitán y al regidor: las cuatro autoridades que cuidaban del pueblo. ¿Qué hacer?
Mientras nos reponÃamos y yo trataba de ordenar mis ideas mientras examinaba los mapas para encontrar la ruta más corta hacia cualquier lugar, llegó Berna diciendo que por la mañana salÃan unos maestros de la escuela para Durango en su camioneta. Vi los mapas y no encontré solución al enigma de buscar un camino entre tanto terreno quebrado, entre tantas y tantas montañas. Luego la vi y le dije que se sentara. Le expliqué en cinco minutos cómo habÃa estado nuestro encuentro con el juez y luego David (quien se hacÃa pasar por su hermano para evitarle problemas en las comunidades) y ella fueron a buscar al maestro para pedirles "raite", como primer opción de salida del pueblo. Mientras, yo seguÃa examinando los mapas para encontrar un camino hacia el sureste.
Más entrada la noche, platicamos con la enfermera y un maestro. Hacia el sur, en un lugar cuyo nombre era "impronunciable" habÃa un lugar grande y con tierras fértiles. No pertenecÃa a nadie: a ninguna persona, a ninguna comunidad, a ningún pueblo. Ahà uno podÃa llegar y sembrar lo que fuera con la completa certeza de que se darÃa una cosecha abundante. Sólo habÃa una limitante. Quien llegara podÃa sembrar, que al fin la tierra era de quien la quisiera trabajar, pero no podÃa sembrar maÃz, ni frijol, ni chile, ni nada comestible. HabÃa personas especÃficas que destruÃan tales siembras. En cambio, si uno sembraba marihuana o cualquier otra planta que fuera utilizada para la elaboración de drogas, nadie decÃa nada. Cualquier persona podÃa sembrar droga fácilmente, sin temor a que llegaran los soldados o los judiciales y además tenÃan facilidades para la venta de la cosecha.
Una muchacha dijo que X habÃa estado con el juez y le habÃa regalado el pulque con que se emborrachaba porque, después de todo, ¿Quién tenÃa dinero para comprar pulque? Y el pulque cuesta. Y sÃ: X era uno de esos guardianes de aquel lugar impronunciable. La situación me fue muy clara entonces: querÃan evitar que nos acercáramos a ese sitio. Nunca me habÃan dicho algo tan claro asà que decidà que la expedición terminarÃa ahÃ.
Al otro dÃa, mientras rebotábamos cada piedra del camino sentados en la parte trasera de la pick-up, pensaba: "De todos modos, volveré. Llegaré por otro lado al mismo pueblo pero volveré." En ese camino tortuoso para un vehÃculo, nos sorprendió una tormenta. Los relámpagos caÃan lejos, retumbaban en la lejanÃa y yo contaba los segundos para que se escucharan el tronido. "Cayó a cinco kilómetros". Y el tiempo se fue reduciendo. Hubo una vez en que el rayo cayó a doscientos metros y el chofer tuvo que hacer maniobras para no resbalar del camino. Pero no nos detuvimos. Era mejor seguir. "Si nos toca, nos tocó", dijo después, pero lo peor era detenerse en ese filo de la montaña donde caÃan todos los rayos. Y no se detuvo. Hombre de la sierra.
A las doce horas vimos a lo lejos las luces de Durango. Me sentà extraño: veÃa las luces de los cuartos traseros iluminar los árboles de al lado del camino. fijaba la vista en uno y se me perdÃa, confundido en la noche. No lo volverÃa a ver. Dejábamos la sierra atrás. SerÃa hasta la próxima que pudiéramos cruzar esta parte. ¿Que no se podÃa por San Francisco de Lajas? Entonces lo harÃamos por otra parte. Pero regresarÃamos.
© Carlos Rangel Plasencia, 2001
La exploración se realizó en julio de 1997
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