follow me
Montañismo y Exploración
LOS HOMBRES DE LA SIERRA
1 diciembre 2001

Tratando de seguir la pista de Carl Lumholtz para recorrer toda la Sierra Madre Occidental, cuatro exploradores se encuentran, en su camino de Durango hacia Nayarit, serios problemas, de los más difíciles: los planteados por la gente del lugar.







  • SumoMe

Por la tarde, después de la lluvia segunda, la neblina bajó y se apoderó del pueblo. Un pueblo silencioso. La gente se retiró a descansar y nosotros estábamos fuera de "nuestra" casa, leyendo. Berna había ido con la enfermera y estuvo durante bastante rato ahí.
Â?Buenas tardes.
Volteé a mirar a quien dirigía el saludo. Era el juez, a quien había conocido la tarde anterior.
Â?Buenas tardes.
�¿Qué hacen?
Â?Estamos leyendo, para pasar el rato.
El hombre titubeó un poco, lo suficiente como para que nos diéramos cuenta de sus ojos rojizos, de su hablar pegajoso... "Está tomado. Esto va a durar un buen rato." Cerré mi libro y me levanté del suelo, dispuesto a platicar. No tenía más remedio.
�Oiga, yo tengo una pregunta. ¿Qué son ustedes?
Y repetí el argumento de los estudiantes.
�¿Son estudiantes? Entonces deben conocer el mundo.
�No, no tanto. Lo estamos conociendo. Por eso vinimos aquí.
�Yo me pregunto si ustedes quieren darle un mensaje al pueblo. Andan de casa en casa platicando con la gente. ¿Tienen algo que sea un mensaje?
La alarma roja se encendió en mi cerebro. Estábamos a un par de semanas de las elecciones a nivel nacional. ¿Estaban creyendo que nuestra visita era de proselitismo político?
�No. Sólo queremos platicar con la gente, saber de ustedes.
�¿No tienen un mensaje?
�No. Sólo vinimos a conocer.
El hombre se quedó callado. Volvió a titubear, carraspeó, escupió en el piso y volvió a hablar.
�¿Cómo es que ustedes vienen desde la Ciudad de México hasta acá, adonde no viene nadie, y no tienen un mensaje? ¿A qué vienen entonces?
La señal roja seguía encendida. Si hablar con un indígena es difícil, hacerlo con uno que está borracho debería serlo más. Ya en San Juan Chamula había visto golpearse a los indios entre sí por estar borrachos; luego se abrazaban y lloraban. Mundos diferentes que no podía juzgar, pero cuyo comportamiento había presenciado. Esta era la primera vez que me tocaría platicar con alguien así. Porque a fin de cuentas era el juez, estábamos en su pueblo y debíamos explicar qué hacíamos ahí, ya que la explicación no la había escuchado él, sino sólo el gobernador.
Repetí nuestra justificación. No podíamos cambiarla ya, aunque nos hubiera sido práctico convertirnos en periodista y decir: "Queremos conocerlos y publicar sobre ustedes para que el resto del mundo los conozca". No. La gente de la sierra no quiere a los reporteros. Los indígenas menos porque están hartos de ser objeto de investigaciones en que son los conejillos de indias donde casi se les toma como objetos. No podríamos cambiar ya nada, aunque nos conviniera.
�Pero si ustedes no traen un mensaje para el pueblo, entonces no son estudiantes. ¿Dicen que son estudiantes? Entonces deben conocer el mundo y traer un mensaje a la gente de este pueblo tan lejos [sic]. Si no traen un mensaje, no son estudiantes.
Comprendí y la luz de emergencia se encendió por todos lados, hasta en los rostros de David y Fernando. ¿Quiénes éramos? O éramos lo que decíamos, en cuyo caso había que dar un mensaje a todo el pueblo, o no éramos estudiantes. ¿Quiénes éramos? ¿Judiciales disfrazados? El problema de identidad revestía en ese momento la máxima importancia. David y Fernando quedaban callados, sin saber qué hacer más que asentir lo que yo afirmara o negar lo que yo reprobara.
�La gente quiere saber quiénes son ustedes. Los han visto ir por varias casas y no saben cuál es su misión. Así que yo les pregunto eso: ¿Cuál es su misión? ¿Quiénes son? Si son estudiantes, entonces deben traer un mensaje para todos.
�¿Un mensaje? Nosotros nada más llegamos por acá para conocerlos.
�Pero si vienen de tan lejos, por algo vinieron, ¿verdad? Yo creo que ustedes deben traer un mensaje para el pueblo, para que se porte bien y no hagan cosas malas.
¿Cosas malas? La situación cambiaba. ¿Quería que nosotros le diéramos un mensaje al pueblo de cómo comportarse?
�Pero no podemos decirles a ustedes cómo portarse. No los conocemos y si les decimos que se porten como nosotros a lo mejor hacen algo que ustedes juzgan mal. Por eso los queremos conocer, platicar con...
�¿No van ustedes a dar un mensaje al pueblo?
�No. �Fernando y David asintieron. El hombre se quedó callado un rato, mientras su cuerpo corpulento tambaleaba.
�La gente los ve aquí y allá, que dicen que quieren hablar con ellos. Y ahora están leyendo. Seguro que quieren dar un mensaje como los otros que han venido pero no me lo quieren decir.
�¿Como los otros? ¿Como misioneros? Nosotros no somos misioneros.
La conversación se había vuelto como las olas: avanzaba pero antes de tocar tierra muy firme, regresaba, se quedaba en la arena movediza. Los argumentos los repetía una y otra vez, conforme llegaban las preguntas. Como un chispazo de memoria, recordé la ocasión en que quisieron meterme a la cárcel en un pueblo de la sierra de Oaxaca por haber entrado a una iglesia. En esa ocasión, me acusaban de varias faltas y tras cinco horas de estar discutiendo me dejaron en libertad. Mis compañeros entonces estaban asustados. No vi a los que estaban sentados mientras yo hablaba o escuchaba al juez, pero los sentía igual de tensos. Después de una hora y media (Fernando miraba continuamente el reloj), el hombre dijo:
�Si ustedes dicen la verdad y son estudiantes, mañana temprano les tengo reunido al pueblo para que les den su mensaje de cómo portarse bien. Si no son estudiantes, mañana les tengo aquí a todo el pueblo para que les digan qué son.
¿Mañana todo el pueblo? Lo habíamos visto y no eran muchas casas, pero yo sabía, además de que Lajas era uno de los pueblos principales de los tepehuanes del sur, que los grandes pueblos en la sierra están dispersos. Uno podía caminar una hora viendo ocasionalmente algunas casas sin haber dejado el poblado. Así lo exigía el terreno y por eso habían fracasado los misioneros jesuitas y franciscanos en "reducir" a las diferentes naciones en pueblos donde estuvieran congregados todos para mejor evangelizarlos.
Pero lo más peligroso de todo era el famoso "mensaje" al pueblo. Los jesuitas habían fracasado lastimosamente durante años por llevar el evangelio a los pueblos de la sierra y ahora esperaban que nosotros fungiéramos como uno de tales mensajeros.
Lo más importante era aclarar quiénes éramos y evitar que por la mañana tuviéramos a todo el pueblo ahí: estábamos ante la única persona en el pueblo capaz de hacer eso. Vestido como un mestizo, un "vecino", sin ninguna ropa que lo distinguiera como indio tepehuán, sin trazas de un habla nativo salvo las expresiones en español, nos ponía ante una idea con cuya realización no queríamos enfrentarnos.

Páginas: 1 2 3 4 5 6 7 8 9



 



Suscríbete al Boletín

Google + Facebook Twitter RSS

 

Montañismo y Exploración © 1998-2025. Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con SIPER
Diseño por DaSoluciones.com©