UN NUEVO VIAJEPara ser sinceros, todos los viajes son nuevos. Nuevos siempre pero también añejos. Uno tiene que darse a la tarea de investigar en bibliotecas, preguntar a personas que ya han estado ahÃ, leer relatos y crónicas de siglos anteriores, buscar en mapotecas y estudiar milÃmetro a milÃmetro cada mapa para establecer el recorrido y al final, salir de la ciudad con una mochila a la espalda: todo su mundo. Porque se deja atrás el pesado bagaje citadino. Se deben olvidar... ¿Qué se debe olvidar? Eso lo enseña el tiempo y las veredas. OlvidarÃamos poco a poco para poder aprender.
Esta vez el viaje fue al estado de Durango, a la Sierra Madre Occidental, la mayor cordillera del paÃs. Doce horas de autobús hasta la ciudad de Durango, otras tres hasta el pueblo que desde el siglo pasado se llama "La Ciudad" (cada vez que llego a este pueblo me confunde el nombre) y de ahÃ, todo al sureste en medio de la sierra. A pie con esa mochila a la espalda.
A fines del siglo pasado, Carl Lumholtz, explorador noruego que dedicó ocho años de su vida a recorrer en mula desde la frontera de EUA hasta la ciudad de México en medio de toda la sierra y luego del Eje Neovolcánico, pasó por aquÃ. Su libro es ahora un clásico: "El México Desconocido". Desde entonces, no hay otro reporte de alguien que pasara. Están, por supuesto, los habitantes. Ellos se mueven dentro de su terreno y tienen conocimiento de las veredas, de los poblados y hasta de las familias y sucesos que ocurren en un radio de aproximadamente 100 kilómetros. Una distancia considerable.
Allá fuimos. Caminamos dÃa tras dÃa hasta toparnos con la primera barranca. ¿DifÃcil? Seguro que lo es, pero se acostumbra uno después de dos o tres dÃas de caminar porque pese a la antigüedad que se tenga explorando la sierra, el retorno siempre es duro: uno se tiene que adaptar a la carga de la mochila, a las veredas sinuosas, a leer los mapas continuamente para hallar un camino que se nos explicó pormenorizadamente:
"Se van todo el camino grande. No hay otro. En llegando (sic) a la primera desviación, toman a ésta mano (no dicen si es izquierda o derecha) y se van por ahÃ. Ese camino los deja ahà mismo. Llegan en cosa de una hora pero andando lento, como en hora y media."
Con el tiempo he aprendido que las dimensiones de la gente serrana son diferentes que las que usamos en las ciudades. La hora y media se puede transformar en seis horas, la "única" vereda puede ser una de tantas que aparecen frente a uno y si no se conoce el terreno se pueden perder horas y horas tratando una senda tras otra para finalmente llegar a la buena. Si se tiene éxito no es por suerte, sino por el manejo preciso de mapa y brújula, de la apreciación del mismo terreno y por la tenacidad de probar uno y regresar al punto de salida. Asà que nos "dieron" un camino que darÃa a la primera barranca, una de las que Lumholtz no visitó.
Abandonar el último pueblo y meterse en la sierra sabiendo que no se verá gente sino hasta cuatro dÃas después es algo que la gente serrana no entiende. ¿Cómo es que vamos a caminar tanto? ¿Tenemos una "misión", un estudio? ¿Qué hacemos aquÃ, lejos de todo y desde la ciudad de México. Es difÃcil explicarlo. ¿Cómo explicar que lo que ellos hacen diario porque tienen que hacerlo, nosotros lo hacemos gracias al ocio que nos dan unas vacaciones? Las respuestas que he intentado han sido muchas y si he sido mal interpretado ha sido porque provoco esa situación y por ambas partes quedamos tranquilos.
Asà que nos vimos de frente a la primera barranca después de tres dÃas de camino. Yo manejaba los mapas y sabÃa por dónde andábamos y qué era lo que debÃamos ver si no hubiera neblina. "No veÃamos la barranca todavÃa pero yo la presentÃa. La neblina era densa. LlovÃa y andábamos empapados en este bosque de pino y encino. ¿Paisaje? No más allá de 20 metros, pero sabÃamos que todo lo que nos rodeaba era justo el paisaje de que habla Luis Cardoza y Aragón. Estaba ahÃ, aunque no lo sintiéramos más que como niebla, aunque no lo viéramos más allá de esos 20 metros." (Me refiero en este apunte de bitácora a "BiografÃa de un paisaje", en "Obra poética", Lecturas mexicanas, tercera serie, 41, México, 1991, México. ISBN: 968-29-3646-2)
PresentÃa ya ese borde de la barranca, ahà donde los misioneros jesuitas y otros creyeron ver "la puerta misma del infierno" de tan profunda. Pero nada de eso: después de seis horas de caminar siempre hacia abajo, llegamos al rÃo Baluarte. Es el primero de todos los rÃos de la Sierra Madre Occidental (en viaje de norte a sur) que se dirige al sur y no al occidente. TenÃamos una pequeña duda: ¿podrÃamos cruzarlo? Nos habÃan dicho que si estaba crecido serÃa imposible llegar a la otra orilla más que a nado y... las mochilas no podÃamos abandonarlas asà nada más.
HabÃamos cruzado por el bosque y llegamos al trópico en medio de un estruendo de gritos de chicharras. "¿Son grillos o son chicharras?" "Mira, Berna: cántales la canción de Cri-cri: '¿quién es ése que anda ahÃ?' y si te contestan, son grillos; si no, son chicharras." ReÃmos a carcajadas pero callamos cuando cinco guacamayas de casi metro y medio de largo pasaron volando por encima nuestro. "Aaahhccc"... Y la cámara no pudo registrarlas porque se perdieron sobre la fronda de los árboles siempre verdes.
AhÃ, en el fondo, estaba el rÃo. Veinticinco metros de ancho y habÃa que buscar el vado para cruzar, pero eso lo dejarÃamos para después. HabÃa que instalar la tienda, lavar ropa, preparar la comida y dormir. El vado lo buscarÃa por la mañana. Dentro de la tienda, me puse a escribir la bitácora y después a leer algunos apuntes que yo llevaba. Ahà estaba un poema de Atahualpa Yupanqui.
CAMINOS Y BAGUALAS
Nunca se sabe dónde terminan los caminos
y dónde comienzan las bagualas
porque son caminos también
esos rumbos del canto montañés
que el hombre busca o halla
y sigue por ellos noche adentro
y sueño arriba
La marcha de la mula
Â?heroica bestia del AndeÂ?
tiene un ritmo que anda
como buscando un canto
entonces el hombre madura sus silencios
para parir la copla
y la copla sale, se hamaca en el viento,
se orienta y se larga cuesta arriba
buscando no sé qué estrella
para hacerle comprender
la viejas angustias del pueblo
y el desesperado anhelo del hombre
De dÃa no nace la copla
el canto es cosa que pertenece al rÃo
al pajonal, al pájaro, al aire limpio.
De noche es otra cosa:
la sombra emponcha los cerros.
Sólo queda apenas blanqueando
sobre el pedregal la cinta infinita del camino
Me gusta verlo al verano cuando los pasos maduran
cuando dos se quieren bien de una legua se saludan
Joy, joy, joy, de una peña soy
si usted me quiere con usted me voy
Cuando la noche le ha robado el paisaje de afuera
el hombre se anima a abrir la ventana de su otro mundo
es entonces cuando escapa Â?asustada palomaÂ?
la copla del arriero montañés
cuando el hombre salió por la montaña
andando sus caminos en la tierra que lo llevaron lejos
trabajó, vio vacunos, ovejas, cerco,
pastizales, bañados, potreros,
es decir: anduvo un camino,
anduvo sus caminos
por eso generalmente no nace la copla de dÃa
Cuando el hombre regresa a su mundo
cuando ya no ve el campo
no precisa verlo: tiene confianza, tiene mula
y el hombre encuentra entonces sus otras sendas
menos ásperas a veces
porque hay un juego nostálgico
y una espuma lÃrica que aliviana esa marcha
la marcha azul de su canto
y la baguala se presenta entonces en la noche
y se adueña del cerro
El canto de la baguala domina la voz de los rÃos
y el estremecimiento del pajonal
pero la copla, tierna o brava,
revelada o preñada de saudades
duele o hiere con ese puñal de verdades angustiosas
y de silencios malos o lindos
que el hombre va juntando en la tierra
Por eso es que están
en ese minuto alto de la noche y el cerro
unidos los dos: los caminos y las bagualas
unidos, consustanciados
dentro de ese tambor extraño y tenaz
que es el corazón del indio
por eso nunca se sabe
nunca se sabrá
dónde terminan los caminos
y dónde comienzan las bagualas.
No, nunca se sabe dónde terminan los caminos ni dónde comienzan las bagualas. Lo que sà supimos fue cuándo comenzó la tormenta. Comenzó con viento y se fue convirtiendo en gruesas gotas de agua limpia. Lluvia recia y potente que era capaz de hacer crecer los rÃos hasta desaparecer cualquier playa de las orillas. Nosotros estábamos a 15 metros sobre el rÃo pero de todos modos tuvimos que resolver problemas: una pequeña caÃda de agua se formó y pasaba justo debajo de nuestro refugio.