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Montañismo y Exploración
LINDA VA A LA MONTAÑA: Novela de alpinistas
15 agosto 2001

Capítulo IX LA TRAGEDIA   Linda, en su apartamento del hotel, se solazaba tranquila y feliz en el deleite de un baño tibio y perfumado, sus brazos ebúrneos salpicados de iridiscente espuma chapoteaban traviesos sobre el agua de la tina …







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Capítulo IX

LA TRAGEDIA

 

Linda, en su apartamento del hotel, se solazaba tranquila y
feliz en el deleite de un baño tibio y perfumado, sus
brazos ebúrneos salpicados de iridiscente espuma chapoteaban
traviesos sobre el agua de la tina mientras enjabonaban el cuerpo
escultural. Había dormido espléndidamente y se
había levantado tarde, estaba de muy buen humor, pensó
que podría ir esa mañana a ver a Pablo y afrontaría
la situación decididamente, calculó inclusive
la posibilidad de reanudar su vida de casada como si no hubiera
pasado nada. ¿Por qué no? Si aún Pablo
seguía siendo aquel muchacho sano, ingenuo y sencillo
que había escogido, si todavía no había
cambiado, si la ausencia no había sembrado semillas de
odio ni rencor, ella se sentía en esos momentos grandemente
inclinada a aceptar su destino, en reconocer su ligereza de
haber querido huir para siempre de los lazos que con él
la ligaban y estaba dispuesta a volver a empezar. Si él
quería. Tenía los ojos llenos de espuma que no
le permitían ver cuando escuchó indistintamente
un ruido como si alguien bajara por la pared descolgándose
por un cable, temerosa de que alguno pudiera verla desnuda por
la abierta ventanilla del cuarto de baño, Linda se levantó
prontamente de la tina, como una Venus que surgiera de las espumas,
envolvió su cuerpo magnífico en una bata y cerró
bruscamente la ventana. Después pensó que era
prácticamente imposible que una persona pudiera asomarse
pues la altura era considerable. Un tanto preocupada terminó
su toilete, después [pidió] por teléfono
el desayuno en su cuarto y tras de vestirse con la sencilla
elegancia que la caracterizaba, emprendió resueltamente
el camino hacia su antigua casa. Estaba un poco inquieta, como
si fuera una colegiala que regresa al hogar después de
"pintar venado".

Cautelosamente abrió la puerta del saguán [sic]
del edificio de apartamientos, no se veía a ningún
vecino por el patio, con sigilo atravesó los corredores
desiertos y el corazón le golpeaba el pecho incontroladamente,
metió la llave en la cerradura y entró violentamente.
¿Estaría Pablo? ¿Estaría otra persona?

Se dió cuenta que había cometido una imprudencia,
debió haber tocado previamente y esperar, pero ahora
ya era tarde, con voz calmada llamó en voz alta �Pablo�
pero nadie respondió entonces pasó resueltamente
al interior de las piezas. No había nadie. De una ojeada
abarcó el contenido de las habitaciones, el mobiliario
era casi el mismo que ella había dejado, todo estaba
limpio, tranquilo, ordenado con ese olor peculiar a pulcritud
que a ella le gustaba. Sobre una repisa una imagen de la Virgen
María lucía su mirada en éxtasis de fe
y de piedad a la luz mugiente de una veladora pronta a extinguirse.
En una mesita de la diminuta sala estaba aún su retrato
junto a un florero de cristal con una gran rosa encarnada
fresca y fragante. Era su flor predilecta. Tomó el
retrato y leyó la dedicatoria que ella misma había
escrito una vez, decía "Pablo, que nada ni nadie
destruya nuestro cariño. Tuya." Sintió
algo como un remordimiento fugaz. ¿Había sido
sincera al escribir eso?

En esos momentos volvió a percibir el ruido extraño
que oyera poco antes en el baño de hotel, sí era
un rumor bien conocido, exactamente el rechinado de un cable
cuando se va bajando a rapel, ¿qué podría
ser? Escuchó asustada y atenta a la vez, se oía
también intermitentemente el choque de unos zapatos estoperoleados
contra la dura roca, conocía perfectamente esos sonidos,
¿sería tal vez algún artesano que estuviera
reparando las paredes? De pronto escuchó un golpe sordo
como el de un fardo cayendo contra el suelo y una especie de
gemido ahogado. Aterrorizada se lanzó hacia la ventana
y se asomó en todas direcciones, no había nada:
salió a los corredores y escudriñó los
patios. Nada, no había nada. El extraño fenómeno
no tenía explicación. Una opresión angustiosa
se anudó a su cuello, desolada entró nuevamente
a las habitaciones con un negro presentimiento clavado en su
pecho. ¿Dónde estaba Pablo? Se le ocurrió
hurgar en el "clóset" donde se acostumbraba
guardar el equipo de montaña. El de ella estaba allí,
como lo había dejado pero el de Pablo no. Presintió
claramente la tragedia. Había llegado demasiado tarde
para evitarla. Había dejado pasar la última oportunidad
de salvar a su marido y sintió desfallecer. Extenuada
se dejó caer en un sillón y estuvo largo rato
luchando con sus propios pensamientos. Forzadamente reaccionó.
No, no podía ser, todo era pura imaginación, no
debía alarmarse tontamente.

Escribió con letras distorsionadas un mensaje "Pablo,
estoy en el hotel X. Me urge hablarte, llámame en cuanto
llegues" y firmó casi ilegiblemente. Después,
lentamente, maquinalmente, salió a la calle, tomó
un taxi que pasaba y pidió que la llevara al Bosque de
Chapultepec, sentía ahogarse necesitaba oxígeno.

¿Qué había pasado con Pablo? Estaba a
la orilla del cráter del Popocatépetl, había
lanzado su cable de 80 metros de nylon hacia el interior del
cráter anudando un extremo al antiguo malacate de los
azufreros, se había colocado ya la anilla de cuerda
con el mosquetón en medio, entre las piernas y el cable
pasando por él y la corredera de su hombro. Se preparaba
para saltar al abismo cuando un sonoro graznido le hizo volver
la cabeza. Sobre la nieve, y a pocos pasos de él estaba
un pájaro de negro y reluciente plumaje que le miraba
escrutadoramente con sus ojos rapaces. Era un cuervo. Ante
la vista de aquella ave agorera Pablo se estremeció,
¿sería un mensajero de la Muerte? El cuerdo
adelantó dos pasos y volvió a graznar � ¡croac!�,
después se lanzó nuevamente a las alturas, con
vuelo preciso, matemático, perfecto, el pájaro
subió hasta convertirse en un punto perdido en el cielo
profundamente azul, después se dejó venir "en
picada" rígido como un proyectil, sin aletear
en lo más mínimo hasta el fondo distante del
valle.

Pablo iba presintiendo que ya iba "pisando su raya",
pensó en desistir de su atrevido intento, regresaría
nuevamente, pero prontamente desechó tal pensamiento,
no era cobarde y en cierto modo era un fatalista, no podría
huir a su destino. Agarrándose del cable con las enguantadas
manos, dió un brinco sobre el vacío y segundos
después oscilaba pendiente de la cuerda como una araña
colgando su hilo; se deslizaba lentamente con la seguridad de
un experto, empujándose con ambos pies contra la pared
de la roca, las piernas en escuadra, descendía en saltos
regulares, medidos, los "tricounis" de sus zapatos
chocaban contra las lajas basálticas para impulsarse
otra vez hacia fuera.

Estaba ya a la mitad de la enorme pared cortada a pico cuando
se oyó un estampido, una roca se desprendió de
arriba y caía verticalmente, con movimiento uniforme
acelerado, rebotando en las salientes. Pablo instintivamente
buscó refugio en una estrecha fisura que lo protegió
del diluvio de piedras hasta que pasó el peligro. Sin
embargo los pedruzcos habían pegado en varios puntos
sobre el delicado cable e nylon, más abajo del punto
donde se hallaba Pablo, dañándolo seriamente,
así que cuando él salió de su improvisado
refugio y se deslizó de nuevo en rappel, cuando el mosquetón
llegó a la primera parte averiada del cable éste
se trozó como cortado por unas filosas tijeras.

Pablo no lanzó ni un grito, casi en la misma posición
continuó su veloz caída hasta chocar, cuarenta
metros más abajo contra el fondo cubierto por una nevada
capa; la fuerza del impacto lo incrustó dentro de la
nieve donde quedó inconsciente por largo tiempo. La
blandura del piso protegió bastante para que no sufriera
heridas exteriores pero interiormente las lesiones eran muy
graves. Después de un gran rato de estar sin sentido,
Pablo volvió otra vez en sí y se dió
cuenta de la gravedad de su situación. Haciendo esfuerzos
sobrehumanos logró incorporarse un poco hasta colocarse
sentado y así se quedó inmóvil, mientras
no se moviera ningún dolor lo atormentaba, pero bastaba
el menor movimiento para que sufriera dolores terribles. Comprendió
que ya iba a morir, con religioso fervor rezó algunas
oraciones en un acto de cristiana contricción imploró
del Todo poderoso encomendándole su alma, contempló
por vez postrera la visión de maravilla del fondo del
cráter, las solfataras humeando como turíbulos,
el verde jade de la laguna y las enormes paredes verticales
que se alzaban cobre él como una gigantesca tumba,
por último sacando de su dedo el anillo de bodas que
siempre llevaba consigo, murmuró quedamente �Adiós
Linda� y expiró sonriente.


© Alpinismo, revista mensual. Tomo 2, número
13, octubre 14 de 1950. Páginas 36-38.





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LINDA VA A LA MONTAÑA, NOVELA DE ALPINISTAS
1 julio 2001

Capítulo V TORMENTA EN EL IZTACCÃ?HUATL Â?Ese debe haber sido el imbécil de Rodolfo Â?dijo Linda con iracunda vehemencia que se traslucía en sus ojos centelleantes. Â?Por lo visto se cree muy bueno para el volcán Â?corroboró Raúl que se …







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Capítulo V

TORMENTA EN EL IZTACCÃ?HUATL





�Ese debe haber sido el imbécil de Rodolfo �dijo
Linda con iracunda vehemencia que se traslucía en sus
ojos centelleantes.

�Por lo visto se cree muy bueno para el volcán
�corroboró Raúl que se entretenía
en abrir y cerrar un mosquetón�. Vámonos
mejor al Popo, a ver si podemos bajar al cráter.

�No, yo insisto en que debemos ir a al excursión
del programa, terció Pedro.

�Sí �afirmó Linda�, vamos al
Pecho para demostrarles a esos aristócratas de la montaña
que no son mejores que nosotros ni en roca ni en volcán.

�Bueno, ¿quiénes se apuntan para ver si
llenamos el coche? �preguntó prácticamente
Pablo, anotando en una hoja de papel los nombres de los interesados
en la excursión.

Esta escena tenía lugar en la salita del apartamiento
de Linda y era el resultado de que el día anterior,
en el pizarrón del Club donde se anotaban los datos
de las próximas excursiones, junto al letrero que textualmente
decía, con letras de molde:

"Pernoctada en El Pecho".

Equipo de volcán, incluyendo bolsa de dormir y tienda
de nylon.

Excursión tipo "A"

Salida viernes próximo a las 18 horas del Club en turismos
especiales.

Inscribirse con anticipación.

alguien había escrito con gris: "No apropiada
para niñas bonitas ni descalzos", con la manifiesta
mala fe de mofarse del grupo de Pablo y compañía.

A las 22 horas del siguiente viernes, un coche llegaba trabajosamente
a la estrecha plazoleta que forma el final de la carretera
de "La Joya", allí estaban ya estacionados
dos coches vacíos y cerrados.

En la opacidad de la noche, se vislumbraba la gigantesca
silueta de la Mujer Dormida y allá arriba como a una
altura de 4,200 metros se prendió un vivo destello
que se apagaba y encendía intermitentemente.

�Son los muchachos que están acampados en el
Mirador de Alcalican �exclamó Pedro, contestando
con su linterna eléctrica las señales que provenían
del campamento.

�¿Qué siempre vamos a acampar aquí
en la Joya? �preguntó Raúl bostezando aparatosamente.

�De ninguna manera �refutó Linda�,
tenemos que recuperar la ventaja que nos llevan, vamos también
nosotros al Mirador.

Â?No Â?dijo PabloÂ?, prefiero ir a dormir al
Portillo Alto.

�Sí �dijo Pedro�, aunque sólo
durmamos unas pocas horas, es preferible adelantar lo más
posible ahorita, además yo no tengo ni pizca de sueño.

�Pues vámonos �dijeron varios a la vez.

Cargando a cuestas los "roperos", como les llamaban
a las voluminosas mochilas, el grupo, en fila india, empezó
a trepar la empinada vereda que conduce de "La Joya"
al Portillo de la Amacuilécatl. Las linternas proyectaban
sus haces luminosos y arriba las estrellas agigantadas por
el aire de las grandes alturas, cintilaban como mariposas
de luz.

Algo después de media noche el grupo arribó
al Portillo Alto, después de una rudísima jornada
transportando la pesada impedimenta. Linda no quería
ser menos que sus compañeros y se empeñó
en llevar su mochila y llegó extenuada pero animosa.

Mientras que el grupo dormía en su campamento, el
cielo, antes despejado, se fue cubriendo de nubes y empezó
a silbar un viento frígido. Menudos copos de nieve
empezaron a caer y en poco tiempo, todo el áspero terreno
que baja desde Las Rodillas hasta La Joya quedó cubierto
con un albo sudario.

El amanecer se presentó incierto, pues la espesa capa
de nubes apenas filtraba una limitada claridad, seguía
nevando ligeramente y los alpinistas daban pocas muestras
de querer abandonar los tibios sacos de dormir de plumilla.

Aunque el día no daba trazas de abrir, Linda se levantó
y salió de la tienda, contempló con desagrado
el estado del tiempo y levantó a sus compañeros
que no tenían muchas ganas de salir.

Tomaron el desayuno dentro de las tiendas con la vaga esperanza
que mejorara el tiempo y después se arreglaron las
mochilas.

�Conviene regresarnos �opinó Raúl�,
para mí que el tiempo tiende a empeorar, ayer avisaron
del observatorio que se esperaba un norte en Veracruz.

�Pues si nadie quiere subir, yo seguiré sola
�explotó Linda, enfurruñada empezando a
caminar. Todos la siguieron con sus mochilas sobre las espaldas.
Eran como las once de la mañana.

La empinada pendiente que conduce del "Portillo Alto"
hasta "Las Rodillas" se había vestido con
una gruesa capa de nieve seca en polvo, como azúcar
granulada que facilitaba el rudo ascenso sobre los arenales
y pedregales de la rampa. El tiempo mejoraba pues dejó
de soplar el viento y aunque seguía encapotado el cielo
la temperatura se hizo menos fría.

Empezaba a caer la tarde cuando el grupo llegó a la
zona de las nieves perpetuas que se extiende desde "Las
Rodillas" hasta "El Pecho" y encima de una
breve explanada protegida de los vientos por una pared de
hielo incrustada de refulgentes carámbanos, el grupo
se detuvo para tomar un refrigerio, a la vez que para descansar
un poco. La parte más dura de la jornada había
sido vencida.

Terminaban de arreglar sus mochilas cuando una serie de rachas
heladas y violentas barrió las nevadas cimas de la
Mujer Blanca, haciendo descender la temperatura por debajo
del cero.

Linda se empeñaba en seguir, pero todos unánimemente
la convencieron de que era una locura, por lo tanto, con toda
rapidez posible se instalaron las dos tiendas de campaña
de nylon y entre ellas se colocaron las mangas para proteger
las mochilas que no cabían dentro de las tiendas, se
aseguró todo con pesadas piedras que habían
rodado de la cúspide rocosa. Alistado el campamento
empezó a nevar de nuevo y la niebla cubrió totalmente
la montaña.

Entre la bruma se escucharon voces humanas, sobre la arista,
zarandeados por el temporal un grupo iba bajando.

Â?Debe ser el primer grupo Â?dijo Pedro excitado
y asomándose fuera de la tienda gritó a todos
sus pulmones "¡Weeennndeeejaaaoo!" una y otra
vez. Nadie le contestó.

En la otra tienda, arropada en su bolsa de dormir de plumilla,
Linda sonrió satisfecha.

�Por lo menos Rodolfo tendrá que admitir que
pernoctamos más arriba que ellos.

Extenuados por el rudo ejercicio, todos durmieron profundamente
unas horas sin preocuparse ni poco ni mucho del estado del
tiempo. Poco antes de media noche el viento arreció
tremendamente. Sus rudos aletazos sacudían con violencia
a las tiendas amenazando arrebatarlas con todo y sus habitantes.
Las dos mangas ahuladas que cubrían las mochilas flameaban
como banderas, el pequeño termómetro marcó
20 grados centígrados bajo cero y ya nadie pudo dormir,
preocupados y temerosos, esperaban ansiosamente que el viento
se calmara. A lo lejos se oía un gran fragor como de
un mar embravecido, las tiendas se inflaban como globos y
sus paredes se sacudían como espasmos tremebundos.

La tienda donde estaban Linda y Pablo con Raúl era
la que mejor soportaba los embates del viento, la otra tienda
había roto ya sus amarres y se había abatido
sobre sus ocupantes sostenida por el peso de los mismos sobre
su piso, pero no podían hacer nada por levantarla pues
salir hubiera sido peligroso en extremo. Cuando menos así
podrían aguantar más tiempo pues los seguía
protegiendo del viento y de la nevizca.

En un momento dado, la puerta de la tienda de Linda se abrió
y en breves segundos una bocanada de nieve penetró
al interior . Pablo se precipitó a cerrarla anudando
la tela fuertemente, pero de todos modos la nieve alcanzó
a cubrir los sacos de dormir humedeciéndolos y enfriándolos.

Linda empezó a rezar con voz imperceptible si arreciaba
más el huracán serían precipitados como
hojas secas sobre los grandes abismos de los flancos de la
montaña y aún con sólo que el viento
les arrebatara las tiendas su situación se tornaría
terriblemente crítica pues corrían el riesgo
de perecer congelados.

Ansiosamente esperaron el amanecer creyendo que el nuevo
sol traería la calma. Inútil esperanza tras
la prolongada espera el sol apareció en el horizonte
y las rachas no amainaron su furia despiadada. Había
que tomar una resolución y ésta era bajar lo
más pronto posible a cualquier precio. Se metieron
las mochilas dentro de las tiendas y se guardaron las bolsas
de dormir bien empapadas a reserva de secarlas cuando se pudiera.
Soportando el vendaval salieron todos y enrollaron las tiendas,
luego se refugiaron dentro de una grieta para reanimar un
poco sus miembros congelados y después iniciaron lentamente
el descenso.

[Espacio en blanco] tisca parecía arrojarles puñados
de agujas sobre a cara y se detenían continuamente
pues era muy difícil bajar en ese estado, sobre la
ropa llevaban una costra de hielo endurecido.

Llegaron al Portillo alto después de medio día,
cansados y ateridos, Linda no desmayó un momento, y
alentaba a sus compañeros �¡Adelante, mis
bravos pastorcillos! �y reía graciosamente como
si la tormenta le importara un comino.

En el Portillo calmó un poco el viento y se detuvieron
para comer algo pues no habían podido probar bocado
en todo el día. La nevada seguía copiosa.

Al reanudar la jornada la luz mortecina del sol se trocó
en una claridad violenta, el aire zumbaba extrañamente
como si hubiera millones de abejas, en el cuero cabelludo
y en la espalda de los alpinistas parecían clavarse
mil agujas y empezó a retumbar el trueno entre las
nubes. Apresuraron el paso y se guarecieron en una oquedad
de los acantilados. Después, súbitamente, la
obscuridad se precipitó sobre la montaña. Con
la intensa nevada las linternas no alumbraban gran cosa pero
había que continuar el descenso y así lo hicieron.
Después de un lapso de tiempo, Raúl gritó
alarmado �¡Pablo, andamos perdidos!, esos paredones
son los flancos de la Guglia.

Pablo se desconcertó , conocía bien el camino,
pero la nevada borraba todo vestigio de orientación.
Posiblemente Raúl tenía razón. �Regresemos
a buscar el camino. Pero nadie lo encontraba y el grupo perdió
las pocas fuerzas que le quedaban subiendo y bajando locamente
sin acertar con la ruta. Linda ya no hablaba, extenuada en
el último extremo seguía a sus compañeros
como sonámbula. Por fin, Dios se apiadó de ellos,
se disipó la niebla y dejó de nevar. A la luz
de las estrellas reconocieron los macizos rocosos y Linda,
asida de la mano de Pablo, se dejó conducir suavemente
por las faldas de la montaña hasta La Joya, donde vieron
el coche como un oasis que los transportaría a la Ciudad
confortable.

(Continuará)


Alpinismo, revista mensual. Tomo 1, número
8, mayo 14 de 1950. Páginas 13-16.




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