�Ese debe haber sido el imbécil de Rodolfo �dijo
Linda con iracunda vehemencia que se traslucÃa en sus
ojos centelleantes.
�Por lo visto se cree muy bueno para el volcán
Â?corroboró Raúl que se entretenÃa
en abrir y cerrar un mosquetón�. Vámonos
mejor al Popo, a ver si podemos bajar al cráter.
�No, yo insisto en que debemos ir a al excursión
del programa, terció Pedro.
�Sà �afirmó Linda�, vamos al
Pecho para demostrarles a esos aristócratas de la montaña
que no son mejores que nosotros ni en roca ni en volcán.
�Bueno, ¿quiénes se apuntan para ver si
llenamos el coche? �preguntó prácticamente
Pablo, anotando en una hoja de papel los nombres de los interesados
en la excursión.
Esta escena tenÃa lugar en la salita del apartamiento
de Linda y era el resultado de que el dÃa anterior,
en el pizarrón del Club donde se anotaban los datos
de las próximas excursiones, junto al letrero que textualmente
decÃa, con letras de molde:
"Pernoctada en El Pecho".
Equipo de volcán, incluyendo bolsa de dormir y tienda
de nylon.
Excursión tipo "A"
Salida viernes próximo a las 18 horas del Club en turismos
especiales.
Inscribirse con anticipación.
alguien habÃa escrito con gris: "No apropiada
para niñas bonitas ni descalzos", con la manifiesta
mala fe de mofarse del grupo de Pablo y compañÃa.
A las 22 horas del siguiente viernes, un coche llegaba trabajosamente
a la estrecha plazoleta que forma el final de la carretera
de "La Joya", allà estaban ya estacionados
dos coches vacÃos y cerrados.
En la opacidad de la noche, se vislumbraba la gigantesca
silueta de la Mujer Dormida y allá arriba como a una
altura de 4,200 metros se prendió un vivo destello
que se apagaba y encendÃa intermitentemente.
�Son los muchachos que están acampados en el
Mirador de Alcalican �exclamó Pedro, contestando
con su linterna eléctrica las señales que provenÃan
del campamento.
Â?¿Qué siempre vamos a acampar aquÃ
en la Joya? �preguntó Raúl bostezando aparatosamente.
�De ninguna manera �refutó Linda�,
tenemos que recuperar la ventaja que nos llevan, vamos también
nosotros al Mirador.
Â?No Â?dijo PabloÂ?, prefiero ir a dormir al
Portillo Alto.
�Sà �dijo Pedro�, aunque sólo
durmamos unas pocas horas, es preferible adelantar lo más
posible ahorita, además yo no tengo ni pizca de sueño.
�Pues vámonos �dijeron varios a la vez.
Cargando a cuestas los "roperos", como les llamaban
a las voluminosas mochilas, el grupo, en fila india, empezó
a trepar la empinada vereda que conduce de "La Joya"
al Portillo de la Amacuilécatl. Las linternas proyectaban
sus haces luminosos y arriba las estrellas agigantadas por
el aire de las grandes alturas, cintilaban como mariposas
de luz.
Algo después de media noche el grupo arribó
al Portillo Alto, después de una rudÃsima jornada
transportando la pesada impedimenta. Linda no querÃa
ser menos que sus compañeros y se empeñó
en llevar su mochila y llegó extenuada pero animosa.
Mientras que el grupo dormÃa en su campamento, el
cielo, antes despejado, se fue cubriendo de nubes y empezó
a silbar un viento frÃgido. Menudos copos de nieve
empezaron a caer y en poco tiempo, todo el áspero terreno
que baja desde Las Rodillas hasta La Joya quedó cubierto
con un albo sudario.
El amanecer se presentó incierto, pues la espesa capa
de nubes apenas filtraba una limitada claridad, seguÃa
nevando ligeramente y los alpinistas daban pocas muestras
de querer abandonar los tibios sacos de dormir de plumilla.
Aunque el dÃa no daba trazas de abrir, Linda se levantó
y salió de la tienda, contempló con desagrado
el estado del tiempo y levantó a sus compañeros
que no tenÃan muchas ganas de salir.
Tomaron el desayuno dentro de las tiendas con la vaga esperanza
que mejorara el tiempo y después se arreglaron las
mochilas.
�Conviene regresarnos �opinó Raúl�,
para mà que el tiempo tiende a empeorar, ayer avisaron
del observatorio que se esperaba un norte en Veracruz.
�Pues si nadie quiere subir, yo seguiré sola
�explotó Linda, enfurruñada empezando a
caminar. Todos la siguieron con sus mochilas sobre las espaldas.
Eran como las once de la mañana.
La empinada pendiente que conduce del "Portillo Alto"
hasta "Las Rodillas" se habÃa vestido con
una gruesa capa de nieve seca en polvo, como azúcar
granulada que facilitaba el rudo ascenso sobre los arenales
y pedregales de la rampa. El tiempo mejoraba pues dejó
de soplar el viento y aunque seguÃa encapotado el cielo
la temperatura se hizo menos frÃa.
Empezaba a caer la tarde cuando el grupo llegó a la
zona de las nieves perpetuas que se extiende desde "Las
Rodillas" hasta "El Pecho" y encima de una
breve explanada protegida de los vientos por una pared de
hielo incrustada de refulgentes carámbanos, el grupo
se detuvo para tomar un refrigerio, a la vez que para descansar
un poco. La parte más dura de la jornada habÃa
sido vencida.
Terminaban de arreglar sus mochilas cuando una serie de rachas
heladas y violentas barrió las nevadas cimas de la
Mujer Blanca, haciendo descender la temperatura por debajo
del cero.
Linda se empeñaba en seguir, pero todos unánimemente
la convencieron de que era una locura, por lo tanto, con toda
rapidez posible se instalaron las dos tiendas de campaña
de nylon y entre ellas se colocaron las mangas para proteger
las mochilas que no cabÃan dentro de las tiendas, se
aseguró todo con pesadas piedras que habÃan
rodado de la cúspide rocosa. Alistado el campamento
empezó a nevar de nuevo y la niebla cubrió totalmente
la montaña.
Entre la bruma se escucharon voces humanas, sobre la arista,
zarandeados por el temporal un grupo iba bajando.
Â?Debe ser el primer grupo Â?dijo Pedro excitado
y asomándose fuera de la tienda gritó a todos
sus pulmones "¡Weeennndeeejaaaoo!" una y otra
vez. Nadie le contestó.
En la otra tienda, arropada en su bolsa de dormir de plumilla,
Linda sonrió satisfecha.
�Por lo menos Rodolfo tendrá que admitir que
pernoctamos más arriba que ellos.
Extenuados por el rudo ejercicio, todos durmieron profundamente
unas horas sin preocuparse ni poco ni mucho del estado del
tiempo. Poco antes de media noche el viento arreció
tremendamente. Sus rudos aletazos sacudÃan con violencia
a las tiendas amenazando arrebatarlas con todo y sus habitantes.
Las dos mangas ahuladas que cubrÃan las mochilas flameaban
como banderas, el pequeño termómetro marcó
20 grados centÃgrados bajo cero y ya nadie pudo dormir,
preocupados y temerosos, esperaban ansiosamente que el viento
se calmara. A lo lejos se oÃa un gran fragor como de
un mar embravecido, las tiendas se inflaban como globos y
sus paredes se sacudÃan como espasmos tremebundos.
La tienda donde estaban Linda y Pablo con Raúl era
la que mejor soportaba los embates del viento, la otra tienda
habÃa roto ya sus amarres y se habÃa abatido
sobre sus ocupantes sostenida por el peso de los mismos sobre
su piso, pero no podÃan hacer nada por levantarla pues
salir hubiera sido peligroso en extremo. Cuando menos asÃ
podrÃan aguantar más tiempo pues los seguÃa
protegiendo del viento y de la nevizca.
En un momento dado, la puerta de la tienda de Linda se abrió
y en breves segundos una bocanada de nieve penetró
al interior . Pablo se precipitó a cerrarla anudando
la tela fuertemente, pero de todos modos la nieve alcanzó
a cubrir los sacos de dormir humedeciéndolos y enfriándolos.
Linda empezó a rezar con voz imperceptible si arreciaba
más el huracán serÃan precipitados como
hojas secas sobre los grandes abismos de los flancos de la
montaña y aún con sólo que el viento
les arrebatara las tiendas su situación se tornarÃa
terriblemente crÃtica pues corrÃan el riesgo
de perecer congelados.
Ansiosamente esperaron el amanecer creyendo que el nuevo
sol traerÃa la calma. Inútil esperanza tras
la prolongada espera el sol apareció en el horizonte
y las rachas no amainaron su furia despiadada. HabÃa
que tomar una resolución y ésta era bajar lo
más pronto posible a cualquier precio. Se metieron
las mochilas dentro de las tiendas y se guardaron las bolsas
de dormir bien empapadas a reserva de secarlas cuando se pudiera.
Soportando el vendaval salieron todos y enrollaron las tiendas,
luego se refugiaron dentro de una grieta para reanimar un
poco sus miembros congelados y después iniciaron lentamente
el descenso.
[Espacio en blanco] tisca parecÃa arrojarles puñados
de agujas sobre a cara y se detenÃan continuamente
pues era muy difÃcil bajar en ese estado, sobre la
ropa llevaban una costra de hielo endurecido.
Llegaron al Portillo alto después de medio dÃa,
cansados y ateridos, Linda no desmayó un momento, y
alentaba a sus compañeros �¡Adelante, mis
bravos pastorcillos! Â?y reÃa graciosamente como
si la tormenta le importara un comino.
En el Portillo calmó un poco el viento y se detuvieron
para comer algo pues no habÃan podido probar bocado
en todo el dÃa. La nevada seguÃa copiosa.
Al reanudar la jornada la luz mortecina del sol se trocó
en una claridad violenta, el aire zumbaba extrañamente
como si hubiera millones de abejas, en el cuero cabelludo
y en la espalda de los alpinistas parecÃan clavarse
mil agujas y empezó a retumbar el trueno entre las
nubes. Apresuraron el paso y se guarecieron en una oquedad
de los acantilados. Después, súbitamente, la
obscuridad se precipitó sobre la montaña. Con
la intensa nevada las linternas no alumbraban gran cosa pero
habÃa que continuar el descenso y asà lo hicieron.
Después de un lapso de tiempo, Raúl gritó
alarmado �¡Pablo, andamos perdidos!, esos paredones
son los flancos de la Guglia.
Pablo se desconcertó , conocÃa bien el camino,
pero la nevada borraba todo vestigio de orientación.
Posiblemente Raúl tenÃa razón. Â?Regresemos
a buscar el camino. Pero nadie lo encontraba y el grupo perdió
las pocas fuerzas que le quedaban subiendo y bajando locamente
sin acertar con la ruta. Linda ya no hablaba, extenuada en
el último extremo seguÃa a sus compañeros
como sonámbula. Por fin, Dios se apiadó de ellos,
se disipó la niebla y dejó de nevar. A la luz
de las estrellas reconocieron los macizos rocosos y Linda,
asida de la mano de Pablo, se dejó conducir suavemente
por las faldas de la montaña hasta La Joya, donde vieron
el coche como un oasis que los transportarÃa a la Ciudad
confortable.
(Continuará)
Alpinismo, revista mensual. Tomo 1, número
8, mayo 14 de 1950. Páginas 13-16.