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Montañismo y Exploración
LA OTRA CARA DEL PICO DE ORIZABA
1 diciembre 2001

Iniciaré con un relato duro, poco agradable, pero con mucha enseñanza. Ocurrió en diciembre del 2000. Ahora que empieza la temporada en los volcanes, creo importante recordar que las montañas no solamente tienen caras norte, sur, este y oeste. Pueden tener una cara que nadie desearía conocer. La imprudencia, la ignorancia, el exceso de confianza pueden hacer que te encuentres escalando en esta cara.







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Domingo 10 de diciembre 19.00
Un muerto, un herido en estado de Shock, siete escaladores agotados, todos a 5 mil metros de altura sumergidos en un canal de hielo, golpeados por un constante viento helado, la luna era al parecer nuestra única aliada, con su resplandor nos evitaba estar sumergidos solo con la luz de las linternas.
Paulino protestaba y sacaba sus grandes manos queriendo quitarse las múltiples cuerdas que lo sujetaban. Entre él y la superficie helada dos pequeñas colchonetas de espuma acompañaban el viaje. Había que sacarlo del hielo, cruzar esa maldita franja inclinada de roca podrida y movediza, había que intentarlo. Andrés, Mario, otro escalador y yo, pasamos unos lazos a través de las cuerdas que lo enrollaban y lo cargamos. El cuerpo de Paulino colgaba entre nosotros inerte y doblado como víbora muerta en las manos. Apenas salimos del hielo tropezábamos a cada paso, otro guía se encargaba de proteger a Paulino con una cuerda conectada directamente a su cintura.
Poco avanzamos entre el pútrido roquerío, las cuerdas cedían ante el peso del herido y sus 80 o 90 kilos nos jalaban a nosotros mismos. Sus quejidos eran constantes y nuestras imprecaciones desquiciantes porque, aún sincronizados, no avanzábamos nada. Paulino nos manoteaba y quería salirse de las bolsas. Era claro que tenía ya un grado importante de edema cerebral ya sea por el traumatismo en la cabeza o por el estado de shock en su conjunto combinado con la altura.
Paramos, calentamos bebida energética y se la dimos. Pedimos nuevamente ayuda a los de la base de la montaña. Había llegado una ambulancia al refugio pero todos los que llegaron esperaban recibir a los heridos en la puerta de la ambulancia, nadie subía. Como perros de plaza se daban vueltas mordiéndose la cola, todos disfrazados de montañistas pero sin la menor intención de subir ayudar. Así, Paulino no tenía ninguna esperanza.
Los que estábamos arriba llegamos a la misma conclusión: sin una camilla rígida y con nuestro agotamiento no podíamos hacer nada, sólo nos despeñaríamos junto con él. Así que no teníamos otra opción que prepáralo para que pasara la noche solo mientras nosotros íbamos por una camilla y gente de refuerzo. Colocamos piedras alrededor para que lo cubrieran del viento, lo empaquetamos en los sacos de dormir, le dimos más bebida caliente y no nos cansamos de repetirle que tenía que aguantar, que regresaríamos con una camilla y más gente. Lo pertrechamos y bajamos como pudimos. Andrés y su equipo hasta la base de la montaña, nosotros a nuestra tienda, al inicio del glaciar.
Mario y yo llegamos agotados. Ya no teníamos comida pero compartimos unos polvorones y media botella de bebida energética; quedaban dos chocolates así que los guardaríamos para el día siguiente. Sin hablar nos metimos a los sacos y llorando en silencio me quedé dormido.
Â?Dr. Yuri... Yuri ya llegamos...
Dios gracias, oía la voz de mi buen amigo el doctor Gerardo Reyes, experimentado escalador que es dueño de la hostería y transporte más prestigiado al volcán, vive casi al pie del volcán y ha participado en innumerables rescates. El viento golpeaba sin cesar la tienda.
�Gerardo quítese los fierros (piolet y crampones) y pasen.
Gerardo: �Mira lo que me haces hacer Dr. Yuri, nos enteramos por tus amigos y subimos a las 23 horas; llegamos al refugio la una y aquí estamos Carolo, Paco y yo. Atrás, muy atrás, vienen tres de la Cruz Roja con la camilla, muy lento, la camilla les da muchos problemas, ¿dónde están los heridos?
Lo puse al corriente pero no podíamos hacer nada hasta que llegara la camilla. Calentamos un té que todos compartimos y apenas llegó la camilla salimos. Otra vez para arriba. "Ahora si lo vamos a bajar". Seis personas "frescas", nosotros dos para indicarles dónde lo habíamos dejado y la famosa camilla para transportar al herido.
En una serpenteante fila nos sumergimos en el podrido pedregal. Mis piernas daban lo suficiente para seguirse moviendo pero no con mucha rapidez. Mario se adelantó con Gerardo y al rato vi a lo lejos a mis dos amigos parados junto al saco de dormir. Apresuré el paso. Cuando me acerqué vi a Paulino con medio cuerpo fuera del saco de dormir, su cabeza al oriente, los pies al sur y la voz de Gerardo: "Se fue".
Llegaron todos. Lágrimas, imprecaciones... una nube de muerte y frustración nos envolvió a todos. Mucho trabajo, ningún resultado, muchas preguntas, pocas respuestas. De estar en la cumbre de México, un tropezón, un jalón de cuerda y en pocos segundos todo cambió irreversiblemente. Ya nada en sus familias será igual.

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