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Montañismo y Exploración
LA OTRA CARA DEL PICO DE ORIZABA
1 diciembre 2001

Iniciaré con un relato duro, poco agradable, pero con mucha enseñanza. Ocurrió en diciembre del 2000. Ahora que empieza la temporada en los volcanes, creo importante recordar que las montañas no solamente tienen caras norte, sur, este y oeste. Pueden tener una cara que nadie desearía conocer. La imprudencia, la ignorancia, el exceso de confianza pueden hacer que te encuentres escalando en esta cara.







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Saludos a todos en este foro [Xtremers], mi nombre es Yuri Contreras Cedi. Tengo algunos años en este "ambiente" de montaña y escalada. Respondiendo a una invitación de Rodulfo Araujo en el Congreso de la Federación y más como una obligación moral de compartir mis experiencias buenas y malas, hoy inicio una serie de colaboraciones en las cuales espero encuentren información que pueda ser provecho para ustedes.
Iniciaré con un relato duro, poco agradable, pero con mucha enseñanza. Ocurrió en diciembre del 2000. Ahora que empieza la temporada en los volcanes, creo importante recordar que las montañas no solamente tienen caras norte, sur, este y oeste. Pueden tener una cara que nadie desearía conocer. La imprudencia, la ignorancia, el exceso de confianza pueden hacer que te encuentres escalando en esta cara.
Espero que este relato despierte en ti la conciencia de estar bien preparado para subir o para ayudar a los demás montañistas en determinado momento. Si crees que porque compraste tu equipo muy "nice" y das tus opiniones en este o varios foros o porque haz subido 20 veces el Pico crees que no se te puede aparecer el diablo, te tengo una mala noticia. Pero basta de rollos y mejor iniciemos.

La noche del 9 de diciembre no pudo cubrir con su negro manto la inmensidad de la montaña más alta de México, el Pico de Orizaba. Más alto que el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl, mantiene una sensación de soledad y aislamiento al subir por sus laderas. La luna casi llena hacía resplandecer el hielo del glaciar de Jamapa, un brillante espejo que desvanecía el manto de estrellas bajo el cual dormían unos sesenta escaladores repartidos en distintos lugares de la montaña con un sueño común: lograr la cumbre al día siguiente. Para dos de ellos sería su último sueño. No es de interés común explicar los detalles técnicos de los accidentes o las estadísticas de los mismos, pero cuando en un deporte se tiene la muerte tan cerca y desgraciadamente como en esta experiencia se convive con ella, los valores y las necesidades nuevamente toman su debida dimensión y esa reflexión la quiero compartir con ustedes.
Sábado 8 de diciembre, 23.00 hrs.
Apilados con el mismo orden que las sardinas llevan en una lata nos encontrábamos instalados en el domo gris de nuestra tienda. Al fondo, Víctor Jaime luchaba por calentar sus pies, pero el saco de dormir de pluma de ganso hecho para resistir menos 20 grados centígrados a veces parecía insuficiente en lograr ese objetivo. Junto a él, don Héctor García Zaragoza luchaba por conciliar un sueño reparador que repusiera el desgaste de subir con el exceso de peso que provoca llevar un campamento a mitad de la montaña (4,900 metros); sin embargo la falta de oxígeno hacía de la noche una insomne pesadilla. En estricto orden seguía yo, colocando la cuerda, mochila y demás pertrechos en mi espalda para poder dormir un poco sentado, eso facilitaría la respiración y el paso de la sopa de pasta que habíamos comido cuatro horas antes. Junto a la puerta, Mario Oñate dormía como los benditos. Atribuyo que pueda conciliar tan fácil el sueño a que sigue soltero y sin hijos.
Domingo 9 de diciembre, 05.30
El duermevela se alargó hasta el amanecer que recibimos sin poder sacar las narices del saco de dormir, el plan era levantarse a las seis, calentar un poco de agua para café o té y salir al ataque final a las siete, pero el frío congeló los planes y, como suele suceder en la montaña, sonaron las alarmas y nadie dijo nada: el famoso juego de "si no se mueve el de a lado yo tampoco". Ya con crampones puestos y en las primeras lengüetas de hielo, Víctor decididamente se detuvo y optó por regresar. No insistí mucho en que continuara porque cuando uno no quiere jugar tenis y se le insiste, lo único que puede pasar es que juegues mal, pero aquí si uno no está muy convencido la caída es inminente. Afortunadamente nuestra tienda de campaña serviría como pequeña tribuna desde donde Víctor observaría nuestra ascensión.
Lentamente nos fuimos perdiendo en la inmensidad del hielo, tres horas y media para llegar al cráter del volcán. Don Héctor, a sus 64 años, realizó una buena ascensión hasta el labio del cráter y se quedo ahí mientras Mario y yo tardamos otros 30 minutos en llegar a la parte más alta, donde tomamos las fotos de rigor y en donde cuenta la leyenda se ve el mar de la costa de Veracruz, en el Golfo de México. Entre ambos puntos había un grupo de montañistas que ruidosamente se fotografiaban y se abrazaban. Entre ellos estarían seguramente Paulino y Ricardo.
EL ACCIDENTE
Al bajar de la cumbre la perspectiva de la inclinación cambia. Aunado al cansancio de los músculos que hacen un esfuerzo extra, hacen de la bajada una de las partes más peligrosas de la expedición. Como había mucha gente bajando nos desviamos hacia la izquierda de la ruta para bajar en línea más recta y sin que nos cayeran pedazos de hielo.
En dirección a nuestra tienda, nos encontramos con un escalador que nos indicó "Cayeron dos, cayeron por allá". Y poco después, al llegar con Víctor, nos dijo: "Yo los vi caer, estaba dentro de la tienda descansando cuando escuché gritos, me asomé y los vi caer de lo más alto, eran dos, patinaron toda esa lengüeta de nieve, pegaron contra esas rocas y los volaron a esas rocas de allá arriba".
La explicación la hacía con el asombro de quien hubiera tenido una pesadilla. Víctor repetía el suceso una y otra vez. Ya habían subido dos personas a buscar en ese lugar, otras cuatro personas buscaban en las rocas aledañas donde generalmente van a dar los que se resbalan del glaciar. Nada. Don Héctor, Mario y yo, agotados, bebimos lo poco que nos quedaba de bebida energética y descansamos un momento. Al poco tiempo escuchamos la estridente voz de un connotado guía de montaña: Andrés Delgado. Se comunicaba por un radio dando indicaciones y le grité para que supiera que yo estaba por ahí. Se veía invadido por esa angustia que dan las desgracias.
�Se cayeron dos, ya los localizaron mis asistentes, uno ya "palmó" y el otro esta herido pero consciente. �Iba al lugar del accidente. �Quédate con un radio y te digo las condiciones del herido y me asistes �me dijo.
En ese tiempo estuvimos en contacto con Israel, el guía asistente que los encontró. Las indicaciones de primeros auxilios al sobreviviente fueron ejecutadas rápidamente, para la caída de 300 metros que había experimentado aparentemente no estaba tan mal. Su nombre era Paulino, 34 años, 85 kilos o más, traumas múltiples a decir del guía pero estaba consciente y respondía a preguntas. Víctor y don Héctor poco podían hacer. Involucrarse en un rescate es un riesgo mayor que ascender a la cumbre, así que bajaron.
Casi pasó una hora y media antes de que Andrés pudiera llegar, estaban en un lugar poco accesible y peligroso. Lo primero que escuché de Andrés fue: "Necesitamos un helicóptero". La comunicación hacia nosotros y hacia el otro radio que tenia su esposa y asistente en la base de la montaña se intensificó. Conmigo aclaramos y recalcamos las medidas de primeros auxilios y los pocos medicamentos con los que contábamos.
Los accidentados estaban amarrados por una cuerda y el sobreviviente había caído de espaldas en una roca, el cuerpo del otro escalador pendía del otro extremo de la cuerda, así estuvo "jalado" de su cintura (por medio del arnés) como por hora y media hasta que lo encontraron. Paulino preguntaba por su amigo Ricardo. Se le había dicho que estaba bien y lo estaban bajando. Al otro extremo de la cuerda, Ricardo tenía partido el cráneo. Andrés insistía:
�Necesitamos un helicóptero, ¿qué pasó con él?
Campo Base: �Los del helicóptero particular, quieren 50 mil en efectivo para despegar y después otros 40, pero alguien tiene que poner el dinero en efectivo.
�Espera... Oye dice Paulino que te comuniques a un teléfono celular. Es del jefe del Sindicato de Chicles Adams, donde trabaja, que él puede pagar.
�Van hablar a ese teléfono, pero el piloto quiere el dinero en efectivo.
Yuri: �Andrés, ¿a qué altura está?
�A 5,200 metros. Lo empezamos a bajar; ya se metió el sol y el frío esta pegando duro. Está dentro de dos sacos de dormir en una camilla con cuerdas.
Mario: �¿Cuánto tiempo van a tardar?
�No sé... mucho. Sólo somos cuatro. El terreno esta complicado.
Mario: �Yuri, yo y otro chaval de Jalapa que se detuvo ayudar vamos para allá.
�Necesitamos un helicóptero, lo seguimos bajando.
La tarde y el frío. Empezamos a subir al lugar del accidente. Yo sabía que el dichoso helicóptero era tan solo un sueño. Nadie subía para ayudarnos y todos los que estábamos involucrados en el rescate estábamos desgastados, todos habíamos llegado a la cumbre. Pero había que sacar fuerza de lo más profundo: si no éramos nosotros, nadie haría nada.
Después de una extenuante hora y media, llegamos a un filo de roca con pendiente de 30 grados que se conoce como el Filo del Chichimeco. Divide lo que es el glaciar de Jamapa del glaciar oriental. Poca gente cae en ese lugar y desgraciadamente estos dos muchachos, ambos del estado de Puebla, cayeron casi desde el cráter y a la izquierda, un lugar que no es ruta para bajar. Es una franja de 100 metros de ancho donde caminar es un constante vaivén porque ese filo está lleno de roca suelta. Los cuatro aguerridos guías lo habían podido deslizar desde lo alto pero no habían podido cruzar esa podrida franja de roca. Vimos unos brazos que se levantaban: eran Andrés y sus asistentes que se encontraban al fondo del canal.
Â?Paulino, ya llega el doctor, tranquilo.
Lo miré por primera vez, el ojo derecho completamente cerrado, había una herida en cráneo que ya no sangraba (por lo menos el frío había servido para algo), a las preguntas respondía con respuestas vagas y quedas pero acertadas. Me acerqué a tomar los signos vitales y me di cuenta que, aunque consciente, estaba en estado de shock, frío como un cubo a pesar de los sacos. Su pulso débil no me tranquilizaban. Pero, ¿cómo esperar que estuviera de otra manera si yo mismo sentía un frío que congelaba?

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