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Montañismo y Exploración
La cima de la mercadotecnia
14 junio 2001

El lunes 4 junio de 2001 el diario español El País, con la firma de Oscar Gorgoza, se refirió a la actual “escalada de hazañas y tragedias en el Everest” en un artículo titulado “La cima de la mercadotecnia” que, por su valor, reproducimos aquí.







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¿En qué se ha convertido el monte Everest, el circo más elevado (8,848 metros) del planeta? En una peregrinación carnavalesca, dicen los puristas. Es un lugar de paso obligado para los empeñados en vivir de la montaña. En una tumba para aventureros sin formación (aquí arrecian las críticas). En el destino de numerosas estrategias de mercadotecnia que sólo tienen ojos para la más alta de las cimas. Y también, en un lugar para el alpinismo puro.

El Everest es el mirador de la Tierra, otro lugar donde practicar el consumismo para recoger una gloria pública o íntima. Un sitio donde los grandes retos alpinísticos se llevan a cabo con la muerte a flor de piel. Dan fe los 170 cadáveres esparcidos por sus laderas, un surtido que abarca desde oportunistas hasta alpinistas de relumbrón.

Todo eso ha permitido que este año un adolescente de 15 años pise su cima, y que muera el sherpa más apto; que un ciego complete la escalada, y que se despeñen tres montañistas que disponían de sus cinco sentidos; que un hombre de 23 años realice el primer descenso en snowboard por la cara norte mientras una aglomeración de alpinistas se atascaba a 8,700 metros sobre el nivel del mar.

Este año, además, ha logrado su propósito Carlos Soria, de 62 años, junto con otros 15 españoles capaces de escalar sin ayuda de oxígeno artificial… para coincidir en la cima con 30 colegas y sus máscaras.

Lo que ocurre en el Everest es porque se trata de la montaña más alta que existe. Ninguna otra anima tanto los sueños populares y las campañas de mercadotecnia; resulta facilísimo unir lo uno con lo otro para explicar en qué se ha convertido  un lugar que fue conquistado en 1953.

Un patrocinador en potencia difícilmente conocerá de antemano la existencia del Kangchenjunga (8,586m) o del Shisha Pangma (8,027m), pero sí aceptará sacar la calculadora para ver el nombre de su empresa asociado al de la cima más imponente. La altura extrema del Everest es legítima, además, una trampa fundamental que ayuda a explicar su popularidad: es tan complicado respirar cuando se ronda su cumbre que el uso de oxígeno embotellado no sólo es recomendable, sino imprescindible para el 95 por ciento de los que trepan sus laderas.

Esta primavera del hemisferio norte han desfilado por su cima poco menos de 150 alpinistas. Y van ya 1,300. Si Messner y Habeler hubieran demostrado un cuarto de siglo antes (en 1953) que se podía pisar el Everest sin oxígeno embotellado, la historia sería otra.

Conociendo el atajo, sólo hace falta hacer cuentas, comprar el permiso y organizar una expedición, casi siempre patrocinada. O contratar los servicios de una agencia de guías; a razón de entre 5 y 10 millones de pesetas por barba (de 26,500 a 53,000 dólares). El ejercicio nunca es tan sencillo como supone la leyenda. Escalar el Everest entraña un coqueteo seguro con la muerte, aunque menos si se hace en hilera, rodeado de sherpas.

Esta montaña se ha convertido en un escaparate para grandes alpinistas con problemas de financiación. Muchos aceptan retos enormes, concientes de la repercusión periodística que recibirán : una forma de convencer al patrocinador para que invierta. El español Oiarzábal, quien ya la había escalado en 1993, nunca habría podido regresar dos veces consecutivas para repetir, esta vez sin oxígeno, de no mediar un contrato con TVE. Y el programa Al filo de lo imposible nunca había alcanzado tanto reconocimiento como de la mano de Oiarzábal.


Tiempos del mundo

Junio 14 de 2001



 



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