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Montañismo y Exploración
La cara oeste de los Drus
15 octubre 2001


La cara oeste de los Drus es superada por primera vez por una cordada a cargo de Guido Magnone. Este ascenso sería inmediatamente refutado por muchos alpinistas como uno en el que se utilizó un exceso de equipo. Guido Magnone responde a estos cuestionamientos y plantea la historia de la ascensión.







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Guido Magnone. La cara oeste de los Drus. Editorial Juventud, Barcelona, 1956. 176 páginas. s/ISBN.

Proseguir unos esfuerzos considerables durante tres días, a pesar del desencadenamiento de la tempestad, facilita una idea magnífica de lo que el hombre de hoy ha llegado a ser capaz de rendir en alta montaña. Esto es lo que cuenta para nosotros. Lo que menos importa es que el Eiger y la Walker no constituyan una revolución en materia de alpinismo y que haya que esperar hasta que sea vencida la Cara Oeste para que la técnica del alpinismo dé otro paso hacia delante.

Lucien Devies (1938)


Mil cien metros de roca granítica en los Alpes que no habían sido ascendidos. Al menos por la Cara Oeste, que representaba hacia 1950 el reto más importante a vencer. Las discusiones estaban divididas entre los que defendían el alpinismo "clásico" y aquellos que defendían el alpinismo técnico. Los primeros, alegaban que se debía respetar el estilo de una ascensión en los Alpes, mientras los otros peleaban por el derecho de llegar a la cumbre de una montaña vertical y bella que ya había rechazado a los alpinistas clásicos, entre ellos Gastón Rébuffat, Marcel Schatz y Jean Couzy, tres de los componentes de la expedición francesa que llegara a la cima del Annapurna el 3 de junio de 1950.

Pero si bien los clásicos habían dado vuelta, los técnicos trabajaban en zonas de escalada donde perfeccionaban y depuraban las técnicas. Se trataba de perfeccionar la escalada artificial y eso sólo se podía hacer en una zona donde el mal tiempo predominante en los Alpes no fuera un obstáculo. Guido Magnone y sus compañeros (Marcel Lainé. , Adrien Dagory y Lucien Berardini), perfeccionados en una de tales escuelas, realizaron intentos al Dru en 1950, 1951 y en 1952, después de las experiencias de los años pasados, realizaron la primera ascensión de la Cara Oeste.

Tachada en su tiempo de falta de ética, pullas a las que Magnone (quien, junto con Lionel Terray realizara en enero de ese mismo año el primer ascenso del Fitz Roy, en la Patagonia) contesta ampliamente en el principio de su libro: "...en todas las ramas de la actividad humana, los que emprenden o crean fuera de las tradiciones establecidas y de los caminos trillados en su actividad o en su arte, se exponen a reacciones más o menos vehementes. Nosotros no fuimos excepción de esta regla. Tuvimos que hacer caso omiso de las severas objeciones con las cuales condenaban nuestra empresa. Estos reproches, formulados de modo diverso, de orden moral unas veces y técnico otras, están, de hecho, asociados en una reprobación en la cual los dos temas se confunden arrastrando el uno al otro, y proviene de la eterna disputa de los veteranos y de los jóvenes, de los antiguos y de los modernos..." (p. 15-16)

El problema en discusión era uno solo y Magnone lo plantea también: "Para nosotros no se trata sencillamente de emplear la clavija como medio de seguridad, sino también como medio de avanzar, es decir, para suplir con ellas las presas que faltaban. Esto era plantear el problema de la escalada artificial." (p. 17) Magnone y sus compañeros habían planeado ascender la pared pensando en pasar no uno o dos vivacs, sino muchos días, con provisiones suficientes y equipo numeroso.

Basta la lectura del libro para notar los "errores técnicos" (y también los éticos, que Magnone no menciona), pero el que más salta a la vista es el haber subido la pared en dos etapas, la segunda ascendida por la cara norte para abreviar tiempo, además del uso de barrenos en la pared para realizar una travesía que les colocaría en el mismo sitio en donde se habían quedado durante la primera etapa.

En aquel entonces el procedimiento era escandaloso, como lo sería hoy, pero hay que recordar que Magnone se coloca como uno de los primeros dentro de esa etapa donde la escalada artificial cobra mucha fuerza. Habría que esperar a que Reinhold Messner escribiera su libro Séptimo Grado para que se plantearan y se discutieran más precisamente estos desacuerdos. Pero no tan lejano estaba el ascenso en solitario de Walter Bonatti al pilar de la Cara Oeste de los Drus que llevaría su nombre.

El libro tiene cuatro apéndices: Historial, Notas sobre la escalada, Víveres y material y Nota técnica, lo que semeja un libro de un ascenso a un ocho mil.

Un comentario adicional al libro: la nota de Lucien Devies con que se introduce a la lectura y que aquí ha sido reproducida, carece de fundamento, pues en el ascenso al Eiger se usaron crampones de doce puntas y un piolet (el de Anderl Heckmair) con pica curva, que redescubriría Yvon Chouinard décadas después.



 



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