El grupo, cinco camaradas, se ha atrasado mucho; vienen flojeando y yo, francamente, tengo ya ganas de tumbarme en el suelo, allí en la cumbre.
Mis grampones [sic] se encajan en el hielo dando los últimos
y más torpes pasos de la ascensión. Veo la cruz
de hierro, llego a ella y aferrándome a sus barrotes,
la beso ardiente y largamente. Rezo... estoy solo, en la cima,
a 5,750 mts. s.n.m.; a mis pies el inmenso territorio mejicano
[sic] se desparrama por las laderas de ese maravilloso Pico
de Orizaba. Me rodea roca y nieve, arriba cielo, sí,
un maravilloso cielo azul que permite ver lejanías insospechadas.
Hundo el "piolet" en la caliente arena de la cima,
me quito gozando el momento, la pesada mochila que destroza
los hombros feliz y me dejo caer en el suelo con los brazos
en la nuca a guisa de almohada; mi mente, influenciada tal vez
por la soledad, el cilencio y la altura, divaga sin trabas,
libre, filosóficamente.
¿Qué hago yo, infeliz humano, en la cumbre más
alta de México?, 15 horas de agotadora ascensión,
desde que dejamos los coches allí en San Andrés
Chalchicomula, me ha costado el estar aquí tumbado esperando
a los compañeros para emprender la circunvalación
del cráter. Será por la vanagloria de haber estado
en la región de las nubes o por una inexplicable fascinación
del peligro?, imposible creerlo. Es, no cabe duda, el ansia
de escrutar la Naturaleza en todas sus manifestaciones, es la
conciencia de energía espiritual que supera los terrores
de la materia y el instinto de sellar la voluntad con el infinito.
Mirando hacia el sol las sombras quedan a la espalda. Los deportes
de montaña son los más sanos principios de la
vida, son fuentes de salud y el alma de todas las alegrías.
¿Exageraré al afirmar que el Montañismo
constituye siempre la actividad más integral de los individuos
como fuente de salud y conocimientos, estímulo de las
condiciones morales y desarrollo del carácter?, a mi
juicio no hay verdad más grande y, lo más importante,
es que en ambiente estimulante de las montañas, los espíritus
se sacuden de los vulg[a]res intereses materiales con que somos
asediados continuamente en la ciudad; se hace obra de cooperación
y se fomenta una espontánea cultura y patriotismo.
Alegría inenarrable y satisfacción sin límites
es lo que siente el ascensionista o escalador tras de haber
vencido la empinada rampa o la pétrea pared. El grito
de montaña salido de su pecho hace retumbar barrancas
y peñones y su eco se pierde como queriendo comunicar
al mundo su alegría. ¿Cuántas veces, al
llegar dando tumbos a los hospitalarios automóviles después
de dura jornada, hemos jurado que no volveríamos?, sí,
muchas veces, pero jamás lo hemos cumplido. La fascinación,
el encanto de las montañas, es difícil explicar
a personas que nunca han practicado el montañismo.
Es este deporte, desde luego, el deporte más peligroso
y el que mayores energías consume de cuantos existen,
nos estamos jugando la vida continuamente y le pedimos a nuestras
fuerzas más de lo que pueden darnos; solo echando mano
a nuestros conocimientos y energías salimos avantes de
las duras pruebas a que nos sometemos. La emoción que
sentimos es real, más serena, no ficticia como la de
todo deporte espectáculo, no servimos para entretener
a nadie y, allegar a la cima o meta fijada, nadie nos aplaude
ni sabe de nuestras hazañas o de los momentos amargos
que hemos pasado, repudiamos el aplauso, mejor dicho huimos
de él; nuestra satisfacción es propia y, en verdad,
no necesitamos comentarios y porras para seguir adelante.
En el montañismo, cuando ocurre algún accidente,
y conste que casi siempre son serios, no tenemos un tropel de
médicos-venados que atiendan al herido al momento, todos
procuramos serenarnos, controlar los destrozados nervios, hacer
acopio de fuerza, pensamos que en el camarada caído y
sabemos que de nosotros depende su probable salvación.
Perdidos estaríamos si, como en el futbol, al caer un
jugador después de una de esas "jugadas suicidas"
por demás estudiada, nos arremolinásemos todos,
vociferásemos y convirtiéramos aquello en una
batalla campal. Entonces sí que la generación
montañista se habría acabado hace muchas décadas,
en sus principios.
¿Cómo conocer a la generalidad de las gentes
de las ventajas y verdades del Montañismo?, difícil,
es cierto. La mayoría está acostumbrada a ser
simples espectadores caras congestionadas, gritos destemplados,
corbatas deshechas, sudorosas frentes de deportes teatrales
que otros juegan, es raro el que haya contemplad un volcán
al amanecer, una grieta refulgente a los rayos del sol, o el
que haya sentido la inefable satisfacción de haber subido,
por su propio esfuerzo, a una cumbre nevada. Asesinan sin pensarlo,
su corta permanencia en el planeta sin conocer la mejor y más
grande obra del Creador: la Naturaleza.
Pero, hasta ahora, al menos, no nos ha fallado nunca una prueba:
decirle, al que se mofe o no comprenda nuestro deporte: "sal
con nosotros al campo, a un volcán, gruta, caminata,
escalamiento, ó, simplemente, al llanito más cercano
a la ciudad", y si él acepta la invitación
saldrá algo seguro, él será uno de los
nuestros en un corto lapso de tiempo, será ¡UN
MONTAÑISTA!
Un rumor cercano de voces me saca de mi larga meditación,
son mis camaradas. Abro los ojos, el panorama ha cambiado, un
gran "techo" de nubes maravillosas cubre ahora la
campiña mexicana, los conos superiores de las montañas
más altas rasgan el velo asomado apenas para besar al
Sol. ¡Qué espectáculo, ojalá que
algún día lo gocéis citadinos!
© Alpinismo, revista mensual. Tomo 2, número
13, octubre 14 de 1950. Páginas 23 Y 40.