La literatura de viajes es en sí misma un género muy amplio y siempre presente aunque no se le dé notoriedad como tal. Las crónicas de viaje comenzaron desde hace mucho tiempo y tenían la misma finalidad con que se escribe actualmente: dar a conocer lo que se vio, lo que se vivenció. Los escritores son viajeros que piensan dejar testimonio de cómo es el mundo visto por ellos o que sólo quieren explicar lo que vivieron. Así de sencillo. La literatura de montaña es ya un género que se produce y se vende al lector y aunque poco conocida y difundida en muchos países, los títulos y se reimprimen o se agotan, dejando al lector con un ansia de conseguir algunos títulos, como el caso de varias obras de Messner o Los conquistadores de lo inútil, de Lionel Terray, que no han vuelto a imprimirse en español porque le editorial desapareció. Pero esa es la literatura hecha, procesada. ¿Qué hay detrás de tantos títulos aparecidos anualmente? Miles de crónicas que se pierden fuera del pequeño círculo en que los autores la dieron a conocer. Quizá por falta de calidad, que en la mayoría de los casos es así.
Actualmente algunas editoriales tienen instaurados premios que apoyan este tipo de labor literaria, pero aunque los escritores no ganen ni siquiera mención por su trabajo, las crónicas se siguen escribiendo y tienen la más variada colección de relatos, aunque en la actualidad son más introspectivos que descriptivos. Los relatos de las primeras expediciones al Himalaya y todos los escritores ingleses de hasta mediados de la década de 1950, por ejemplo, son muy cansados por la abundancia de detalles que en la actualidad no funcionan mucho porque las guías y manuales de viaje han sustituido la necesidad de esa información; por el otro lado, los libros de Messner son precisamente una joya de introspección que tienen reflexiones personales, pero que también aportan datos, generalmente no de la montaña sino de la historia misma del hombre en esa montaña en especial. El extremo de la introspección es la carencia de datos con qué ubicar el relato.
¿Cómo saber cuándo un relato es bueno? Si hablamos de literatura —y todo lo que se escribe y publica, aunque sea en foros electrónicos, lo es— estamos hablando de varios procesos.
EL AUTOR
Desde su punto de vista, el relato puede estar acabado o, por el contrario, será una carga constante de la cual prefiere deshacerse lo más pronto posible. Esto es un hecho cotidiano en los escritores (e incluyo a todos los que escriben crónicas dentro de este gremio). Borges prefería deshacerse de un manuscrito pronto porque era una labor de nunca acabar. Pero de cualquier forma, se trata de un consentimiento por parte del autor a que se conozca.
EL LECTOR
Cuando una obra ha pasado a ojos de los lectores, la obra deja de pertenecer al autor. Es el lector el que da una interpretación (si llega a hacerla) a lo que el autor ha escrito. Muchos la aceptan como es, sin críticas al respecto. Ejemplos famosos de la aceptación son el ascenso al Cerro Torre (Patagonia) por Cesare Maestri y el ascenso al Monte McKinley (Alaska) por el doctor Frederick Cook. En ambos casos, la crítica posterior demostró que los ascensos no se habían realizado.
En lo particular, me gustaría mucho apegarme a lo que Casimiro Ferrari dice: "...creo que entrar en estas polémicas no está en el espíritu de un alpinista: dudar de lo que uno declara es dudar de toda la historia del alpinismo." Pero no dejo de pensar que los seres humanos somos muy falibles y que el ser montañistas, espeleólogos, sacerdotes o políticos, nos librará de los males morales de la humanidad y nos hará mejores. La historia de la envidia alrededor de los montañistas más famosos es un ejemplo clarísimo de esto y tanto Messner como Bonatti dan testimonio de ello en sus libros.
EL RELATO
¿Qué debe contener un relato para que sea importante? Primero que nada, el autor debe tener algo que decir. Ese algo es importante: su tema, su vivencia, sus ideas. Lo que sea, pero debe estar puesto ahí y ser algo así como el objetivo del relato. La forma en que se expresa es algo totalmente diferente y puede obviarse, pero es muy importante que en esa falta de forma literaria (que es prescindible) no haya contradicciones con el tema. Cada relato, para ser coherente y completo, debe reunir seis puntos básicos de información:
- Quién o quienes están involucrados
- Qué es lo que esas personas realizan
- Dónde está el lugar en que tal suceso ocurre
- Cuándo se hizo tal actividad
- Por qué se hizo
- Cómo se hizo
Generalmente, al escribir uno tiende a dar más importancia a una que a otra parte y eso lleva al desequilibrio de la narración: se notan "huecos". Además, entre el "por qué" y el "cómo" (objetivos iniciales y resultados posteriores) está involucrada nuestra credibilidad como autores.
OBJETIVIDAD
Los antropólogos sociales han enseñado que el mundo puede ser visto de dos maneras: La primera es precisamente todo aquello que existe y que puede ser visto y contabilizado por cualquier observador: árboles, montañas, ríos, gente, casas, acciones, movimientos, etc. Desde el punto de vista de la literatura de montaña, esto se llama objetividad o lo que es lo mismo: decir lo que pasó exactamente como pasó, como si lo estuviéramos viendo desde fuera, que es tal como los lectores verán el relato.
Sin embargo, el otro mundo es el que inquieta mucho: se trata de la "visión interior". Se le llama "visión" porque es una interpretación. Los esquimales creían que si se hacía un iglú sobre el hielo marítimo saldría un monstruo que se llevaría a la gente. Esa es la interpretación de una realidad precisa: es peligroso dormir sobre hielo marítimo. Nosotros, como montañistas y actores de lo que escribimos, siempre vemos esa cara de la moneda y llegamos a ser muy subjetivos. Interpretamos los hechos. Esto no está mal, si la línea que se sigue es coherente con lo que se escribe. Pero es imposible dejar de darse cuenta que Cook no ascendió al McKinley viendo su foto de cumbre.
Si Cesare Maestri describe la pared del Cerro Torre de una forma puede ser absolutamente cierto o ser sólo su interpretación. Si la montaña nunca fue escalada ni lo será jamás nuevamente, el relato queda como un testimonio histórico. Pero las montañas están ahí y es absurdo creer que nadie más irá nuevamente. Los relatos de los ascensos posteriores siempre son más detallados.
En 1988, cuando participaba en el Primer Congreso Nacional del Montañismo Mexicano como ponente en la mesa de escritores de montaña, alguien del público preguntó si sería bueno exagerar un poco los problemas que se encontraban para que el lector se asustase y tuviera precauciones. Para mi sorpresa, uno de los ponentes dijo que estaba seguro que eso sería lo mejor para evitar más accidentes. Cuando terminó su turno, tomé la palabra y dije que si el montañismo debía avanzar de la etapa de relatos heroicos a un montañismo donde los actores eran seres humano y no superhéroes, debía decirse la verdad. Falsear los datos nos colocaba en la posición de muchos que han dicho que hicieron lo que posteriormente fue demostrado que realmente no hicieron.
Las crónicas siguen abundando y la aparición de Internet ha hecho que buscar un relato bueno se convierta a algo similar a buscar una buena revista en un quiosco de periódicos, eso sin hablar del estilo. Pero en general, si se tiene en cuenta que se trata de un relato que leerán personas que muy probablemente irán al mismo sitio que describimos, nos cuidaremos de cometer errores de interpretación y el lector tendrá una buena crónica. Sería bueno pensar en cubrir cada uno de los seis puntos clave de un relato. Por supuesto, no hablamos de uno de los llamados "artículos de fondo" en donde la perspectiva histórica, geográfica, psicológica y técnica se diluyen continuamente para dar un resultado como el de Mal de altura, de Jon Krakauer. Relatos como estos también están en la antología de textos de Clint Willis Al límite, historias de supervivencia en las montañas más altas del mundo, ambos, ampliamente recomendados para mejorar nuestra crónica personal, lo mismo que numerosos títulos más.